Introducción
Cuando las personas se encuentran frente a una situación difícil, algunas tienden a darse por vencidas rápidamente, mientras que otras persisten. ¿A qué se debe esta diferencia?
Cuando los individuos se ven frente a situaciones sobre las que no tienen control o que son impredecibles, pueden entrar en un estado de desesperanza debido a que perciben que nada de lo que hagan tiene el resultado esperado. A este fenómeno se le llama
indefensión o
desesperanza aprendida.
Los estudios sobre esta variable comenzaron a hacerse con animales. Por ejemplo, se ponían perros en una sala donde eran sometidos a descargas eléctricas de manera aleatoria, y de forma impredecible se les dejaba escapar o no, lo que producía una conducta con falta de respuestas ante el experimentador. Posteriormente, se les sometía de nuevo a descargas eléctricas, pero esta vez podían escapar de ellas pasando al otro lado de la sala; sin embargo, no lo hacían, más bien gemían sin buscar escapar, aunque se encontraran con las capacidades físicas para hacerlo (SELIGMAN, 1975).
Autor: Benjamín Juarez.
¿Cómo se puede explicar esta conducta? Los perros inicialmente emitían respuestas para escapar, pero comprendieron que el choque eléctrico era independiente de sus respuestas, por lo que el incentivo para escapar disminuyó y aprendieron que, sin importar la cantidad de respuestas que emitieran, el choque no terminaría y seguiría siendo impredecible. Entonces, no es la descarga en sí misma lo que produce la desesperanza, sino el
haber aprendido que es incontrolable (FLORES, GONZÁLEZ y VALENCIA, 2010).
Este mismo fenómeno se presenta en los humanos, ya que también pueden aprender que no hay una relación entre su conducta y los resultados que obtienen. En personas, esta percepción de incontrolabilidad se traduce en daños motivacionales, cognitivos y emocionales (BERNANOLA, 2007).
Diversos estudios han indicado que cuando se entra en un estado de desesperanza se incrementa la emotividad y la ansiedad, seguidas de depresión. Percibir la incontrolabilidad produce frustración, miedo e insatisfacción, que también se pueden traducir en síntomas físicos como úlceras, trastornos cardiovasculares y de sueño (BERNANOLA, 2007).
Ahora bien, ¿por qué algunas personas entran en desesperanza mientras que otras no? Una variable que influye es el juicio que cada persona hace sobre sus propias capacidades, es decir, la opinión que tiene sobre los recursos personales de los que dispone para manejar situaciones aparentemente incontrolables. A esto se le conoce como
autoeficacia (BANDURA, 1997).
Autoeficacia percibida
La autoeficacia no se refiere a las verdaderas capacidades y habilidades de una persona o a los conocimientos que tenga, sino a la
creencia de que cuenta con esas habilidades y recursos para enfrentarse a situaciones estresantes, amenazantes o incontrolables. Por ejemplo, una persona puede
saber que tener malos hábitos alimenticios y una vida sedentaria puede producir obesidad y repercutir fuertemente en su salud; sin embargo no
cree que pueda dejar de consumirlos y comenzar a hacer ejercicio, de manera que el conocimiento no produce el cambio de conducta. Sin embargo, si una persona cuenta con pocas habilidades, pero se percibe a sí misma como alguien capaz de lograrlo, es decir, tiene autoeficacia, hará mayores esfuerzos y no se rendirá, lo que lo llevará a tener éxito (SALGADO, 2012).
La autoeficacia percibida, por otra parte, no debe confundirse con la
resiliencia. Una persona resiliente es alguien que cuenta con patrones de adaptación positiva en un contexto de riesgos o adversidades significativas. Es decir, la resiliencia se refiere a la capacidad para la adaptación en un ambiente cambiante. En psicología, los primeros estudios sobre esta capacidad se realizaron en un campo clínico: en pacientes con esquizofrenia que estaban expuestas al estrés y a la pobreza extrema. Posteriormente los estudios se extrapolaron a los hijos de personas con trastornos mentales severos y, finalmente, se realizaron estudios de esta variable en otras poblaciones más generales y que no necesariamente tenían trastornos mentales, sino que se enfrentaban a situaciones difíciles como
condición de vida, tales como traumas o eventos negativos significativos (BECOÑA, 2006). Entonces, si bien la resiliencia y la autoeficacia pueden parecer muy similares, esta última, junto con otras variables como el apoyo social, el locus de control y la autoestima, favorece la capacidad de adaptación ante circunstancias de riesgo, es decir, favorecen la resiliencia. Así, quienes poseen un alto nivel de autoeficacia son más resilientes cuando se les presentan condiciones desfavorables (PILATTI y MARTÍNEZ, 2015).
Título: A wretched man with an approaching depression; represented by encroaching little devils. Autor: Wellcome Library, London.
El proceso de autoeficacia inicia cuando una persona se compromete con una conducta, la realiza y posteriormente evalúa su resultado y lo interpreta. El resultado de su evaluación es lo que determina si la persona se creerá a sí mismo capaz o no de realizar las conductas y las metas que se imponga y regulará su comportamiento con base en la evaluación de sus habilidades personales. Mientras más hábil se considere a sí mismo, se impondrá metas más altas (RUIZ, 2005). Así, quienes tienen mayor autoeficacia, invierten más esfuerzo en realizar tareas, son más persistentes y tienen mayor compromiso con sus metas, aunque se les presenten dificultades (BANDURA, 1977).
Las investigaciones indican que este proceso se empieza desde la niñez. Debido a que los niños no pueden evaluarse a sí mismos, confían en los juicios que los adultos hacen sobre ellos, por lo que las figuras de autoridad, como los padres y profesores, ayudan a promover este sentido de autoeficacia (PAJARES, 2002). Sin embargo, eso no indica que la niñez sea el único momento en que ésta se desarrolla, sino que también en la adultez, a través de las experiencias, se incrementa y se modifica.
En realidad, hay muchas tareas que las personas pueden hacer con éxito, pero que no llevan a cabo porque no tienen incentivos para hacerlo (BANDURA, 1997). Mientras mayor sea la percepción de autoeficacia de alguien, se pondrá metas más altas y se esforzará por cumplirlas, y al tener éxito reforzará su percepción de autoeficacia, creando así una especie de círculo de reforzamiento. Es por esto que la autoeficacia se ha relacionado con mayor calidad de vida, la autorregulación y la autoestima. Además, facilita el desempeño cognitivo y las prácticas de autocuidado (
Ibídem). Es así que se puede notar la importancia de esta variable, cuando sabemos que ayuda a realizar conductas de cambio de salud como el manejo de enfermedades crónicas, uso de drogas, fumar, hacer ejercicio o bajar de peso, entre otras (FORSTH y CAREY, 1998). Por supuesto, se relaciona negativamente con la desesperanza aprendida, es decir, mientras mayor sea la percepción de autoeficacia, menor será el índice de desesperanza.
Ahora bien, ¿de qué depende que una persona sea más o menos auto eficaz y más o menos propenso a presentar desesperanza? Una de las variables con las que se ha relacionado es con el
locus de control. Éste se refiere al tipo de atribuciones que se hacen sobre el propio comportamiento, es decir, cuando algo pasa, se tienen creencias sobre
las razones por las que eso está ocurriendo. Estas creencias pueden ser
internas, es decir atribuirse a características individuales, o
externas, es decir, atribuirse al ambiente (ESTRADA y JUÁREZ, 2008). Para entender mejor este fenómeno, podemos hablar, por ejemplo, de cuando alguien saca muy buena calificación en un examen. Quien posea un locus de control interno pensará que obtuvo una buena nota porque es inteligente, se esforzó y estudió mucho para pasar el examen (características individuales); mientras que alguien con locus de control externo pensará que recibió una buena calificación por suerte o porque le rezó a un santo la noche anterior al examen (características externas o del ambiente).
Entonces, una persona interna atribuye el control a sí misma y por lo tanto se siente capaz de determinar lo que sucede a su alrededor, mientras que una externa lo atribuye a terceros, entidades o características (como el destino o la suerte), por lo que percibe los acontecimientos como algo externo a sí misma y a sus capacidades (ESTRADA y JUÁREZ, 2008). Estos últimos presentan menos autoeficacia y son quienes pueden estar más propensos a presentar desesperanza aprendida.
Indefensión aprendida universal
Por otra parte, el fenómeno de la desesperanza aprendida se da a nivel individual, pero investigaciones recientes lo han extrapolado a un macro nivel, llamándola desesperanza o indefensión aprendida universal. Plantean que una de las razones por las que existe pasividad social es debido a que no se percibe la relación entre el comportamiento colectivo y las consecuencias que éste produce, es decir, se percibe que no sólo sus propias acciones, sino las acciones de ningún otro individuo podrían lograr el resultado deseado, entonces se produce indefensión aprendida universal (CRUZ, 2013). Por ejemplo, ante una situación de injusticia, se muestran respuestas de reacción como manifestaciones y marchas, pero al percibir que éstas no tienen una consecuencia real, se puede entrar en un estado de desesperanza aprendida, pensando que nada de lo que hagan puede producir el resultado deseado. Este fenómeno es el que presentó la mayoría de los judíos víctimas del nacismo: ¿Por qué seguían resignados las órdenes de los soldados en lugar de luchar contra ellos o unir fuerzas para intentar escapar? Seguramente habían entrado en un estado de indefensión, su motivación para actuar había disminuido y se había bloqueado su capacidad cognitiva, lo que impedía que respondieran de forma adaptativa para ejercer control sobre su situación.
La desesperanza aprendida no aparece desde la primera situación incontrolable a la que una persona se enfrente, sino que se presenta después de recibir una gran cantidad de estímulos incontrolables. Es decir, cuando percibe falta de control en alguna tarea o actividad, la primera reacción es incrementar esfuerzos y resistir (reactancia psicológica), pero posteriormente, cuando se enfrenta a más intentos fallidos, la expectativas de tener control van disminuyendo, por lo que comienza a sufrir el efecto de la impotencia (CRUZ, 2013).
Ésta es una de las razones que se han planteado para mantener el estatus de desigualdad en la sociedad, por ejemplo, pobres/ricos, negros/blancos, mujeres/hombres, ya que los grupos en desigualdad han aprendido que les corresponde el estatus en el que se encuentran y que no hay nada que puedan hacer para cambiarlo, por lo que respaldan el esquema social. Ahora bien, mientras más aprenden que pueden tomar control de la situación, comienzan a realizar más acciones para aminorar sus desventajas y luchar por sus derechos en búsqueda de la igualdad. Entonces se encuentran en un estado de autoeficacia y locus de control interno, por lo que crean organizaciones y frentes que tienen un efecto en la sociedad y, a su vez, refuerzan su autoeficacia y su locus de control, creando así, un círculo de reforzamiento para continuar con su movimiento social.
Conclusiones
Como se ha dejado claro, la desesperanza aprendida puede tener un gran impacto en las personas e incluso en las sociedades. Sin embargo, ha sido complicado estudiarla en humanos, ya que en un principio, para hacerlo, se debía inducir a las personas a un estado de indefensión, tal como se hacía en estudios con animales. A los humanos se les exponía a situaciones estresantes e incontrolables, si bien no a choques eléctricos, sí se les sometía a ruidos muy intensos de los que no podían escapar, generándoles así indefensión. Posteriormente, con los avances en la ética, se comenzó a estudiar desde un método menos invasivo y se comenzaron a generar modelos que no implicaran daños físicos, por ejemplo, pidiéndoles que resolvieran una serie de anagramas y haciéndoles creer que no habían logrado resolver ninguno, o pidiéndoles que jugaran un juego manipulado para hacerles creer que estaban perdiendo todas las partidas, o creando instrumentos e inventarios para medir la indefensión aprendida (GONZÁLEZ y DÍAZ-LOVING 2015; CRUZ, 2013; INMACULADA, 1988; HIROTO, 1974).
Sin embargo, a pesar del avance de la investigación, aún queda mucho por explorar, en contextos que no han sido estudiados, individuales y sociales. Esta variable podría resultar relacionada o predictiva a diversos fenómenos y lo que es más, siendo uno de los factores que se relacionan con la depresión y la pasividad social, se debería considerar investigar más acerca de cómo combatirla, prevenirla o modificarla.
La creencia o fe en sí mismo puede ser más poderosa que las habilidades para realizar una tarea, ya que motivará a poner más esfuerzo y tiempo en la realización de las mismas y por lo tanto, será más probable que se tenga éxito. Además, esta autoeficacia logrará que sea más difícil presentar desesperanza ante las situaciones que se perciben como incontrolables.
Bibliografía
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