Introducción
Para documentar la trayectoria del microrrelato español desde sus orígenes hasta nuestros días es necesario establecer una serie de etapas que muestren la evolución de estos textos literarios desde una perspectiva fundacional. Esta mirada retrospectiva pretende definir cuáles son los primeros textos que los expertos han catalogado como microrrelatos y demostrar cómo en la actualidad la ficción breve goza de reconocimiento académico gracias a la multitud de escritores contemporáneos que dedican su escritura al género del microrrelato en exclusiva.
Los precursores de la brevedad
La estética modernista caracterizada por la búsqueda de la depuración formal, conceptual y simbólica es el punto de partida del microrrelato español.
Azul de Rubén Darío se publica en España en 1907, diecinueve años después de su primera edición, sin embargo hoy sabemos que esta publicación fue leída tempranamente por los creadores de la época justificando así la impronta influencia de la obra de Darío en los precursores del microrrelato español que repasaremos a continuación.
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Juan Ramón Jiménez dedicó gran parte de su obra a la narrativa breve. Los estudios de la especialista Teresa Gómez Trueba han cristalizado en la publicación de la antología
Cuentos largos y otras prosas narrativas breves (2008) en la cual su editora aglutina 161 textos rescatados de veintidós libros en prosa escritos indistintamente a lo largo de toda la carrera literaria del autor: “cultivó el microrrelato […] desde fechas tempranas y sin interrupción a lo largo de toda su trayectoria […] y también desde fechas muy tempranas, que podemos situar en torno a 1920, tuvo clara conciencia del importante hallazgo estético que suponen sus narraciones breves” (GÓMEZ TRUEBA, 2009).
La querencia de Juan Ramón a la desnudez textual, a la depuración estética y a la hibridación que conlleva una ruptura de las fronteras genéricas apuntan a que el autor era plenamente consciente de lo novedoso de sus creaciones y según Gómez Trueba:
[…] podemos considerarlo [refiriéndose a Cuentos largos] como una de las primeras intenciones en el marco de la literatura española de publicar un libro formado íntegramente por microrrelatos. Naturalmente, Juan Ramón no utilizó nunca este término de reciente acuñación, pero leído el libro en la actualidad no cuesta trabajo identificar su contenido con este subgénero narrativo tan en boga en los últimos tiempos (GÓMEZ TRUEBA, 2009).
Si la narrativa breve de Juan Ramón ha sido editada en el seno de la posmodernidad bajo la etiqueta de microrrelato lo mismo sucede con la obra de Ramón Gómez de la Serna. El creador del género greguería, que él mismo define en el prólogo de su primer volumen como
humorismo + metáfora, se inserta en el ambiente lúdico de las vanguardias y supone un referente en el origen del microrrelato español. Irene Andres-Suarez destaca cómo: “en sus primeros libros,
Greguerías (1917),
Muestrario (1918) y
Libro nuevo (1920), conviven ya diversas formas y modalidades de la brevedad a) la greguería, b) el trampantojo o gollería y c) el capricho o disparate” (2012). Luis López Molina ha seleccionado muchos de los microrrelatos de Gómez de la Serna para publicar
Disparates y otros caprichos (2005), cuyo prólogo constituye una auténtica poética de la hibridación entre las fórmulas breves ya citadas y el microrrelato.
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La estética modernista caracterizada por la búsqueda de la depuración formal, conceptual y simbólica es el punto de partida del microrrelato español. |
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Sin duda resulta sorprendente la relación entre el género breve y Federico García Lorca, autor cuya obra más reseñable se inserta en el género dramático, aporta un legado destacable al descubrimiento de la genética de la brevedad con algunos microteatros y un gran número de microrrelatos. Estos textos están recogidos mayoritariamente en
Pez, astro y gafas (2005) editado por Encarna Alonso Valero. El título nos adelanta el marcado carácter surrealista que el autor adoptó hacia 1920 sin abandonar la huella lírica que predomina en el conjunto de su obra.
Posguerra y franquismo: postistas y clásicos
En 1936 estalla en España una guerra civil que de manera abrupta pone fin a la experimentación. Una vez finalizada en 1939 la estética literaria se impregna de un pesimismo realista que perdurará hasta 1965. Si esta es la tónica general con la que conviven los géneros literarios mayoritarios, el microrrelato logra mantener su espíritu fantástico y convertirse en un
género-laboratorio que fructificará en obras que hoy marcan el canon clásico del microrrelato español.
En torno a 1945 surge en España el denominado movimiento postista que, lejos de integrarse en el realismo social, lucha por la renovación literaria a través de la recuperación del estilo y la temática de las vanguardias históricas. Sus principales representantes son Carlos Edmundo de Ory, Eduardo Chinarro y Silvano Sernesi, quienes contaron con discípulos como Fernando Arrabal, Antonio Fernández Molina o Antonio Beneyto, tres de los postistas más importantes para la historia del microrrelato español. Tal y como apunta David Roas, estos autores se aventuran a la publicación de textos breves en la revista que abandera al grupo literario
Cerbatana, la cual promueve un concurso bajo el eslogan: “Se publicarán todos los cuentos cortos que nos envíen. Premio: una suscripción” (ROAS, 2010).
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Algunos de los títulos más trascendentes son:
La piedra de la locura (1966) de Fernando Arrabal, quien lo definió como
libro pánico o
libro de mis sueños. Sus textos son caracterizados por el fragmentarismo, transcurren paralelos gracias a un personaje o motivo recurrentes.
Las huellas del equilibrista (2005), editado por José Luis Calvo Carilla reúne los microrrelatos de Antonio Fernández Molina, textos breves desligados de la realidad que pervierten las leyes del tiempo y del espacio. Y
Algunos niños, empleos y desempleos de Alcebate (1974) de Antonio Beneyto, libro compuesto por tres conjuntos de microrrelatos: el primero consta de catorce textos cuyos protagonistas, niños peculiares, recuerdan a
Los niños tontos (1956) de Ana María Matute; el segundo, de diez microrrelatos que versan sobre oficios curiosos; y el tercero y último, de diecinueve piezas relativa a los desempleos.
De manera simultánea al grupo postita los autores suscritos al realismo hacen su incursión en el microrrelato apostando por la experimentación y el mestizaje, renunciado así a la estética imperante en España. Un ejemplo de esta adecuación al género es el de Tomás Borrás quien desde 1946 incorporará a sus libros una sección de
cuentos gnómicos. Los catalogados como clásicos dejan entrever en su obra un atisbo de realidad del mundo que les rodea:
Los niños tontos (1956) de Ana María Matute conserva un matiz de crítica social;
Crímenes ejemplares (1957) de Max Aub tiende al humor negro y al pesimismo; y
Neutral corner (1962) de Ignacio Aldecoa centra su temática en el dolor y el miedo.
Del mismo modo, el libro de Alfonso Sastre
Las noches lúgubres (1964) mantiene cierta conexión con el realismo social al plasmar los miedos y terrores que envuelven al ser humano. El autor, curiosamente, conjuga estos temores con temas recurrentes en el microrrelato contemporáneo como la metamorfosis, el vampirismo o la resurrección de los muertos. En las antípodas encontramos la obra de Gonzalo Suárez
Trece veces trece (1964) que, ya consciente de la novedad que suponía la narrativa breve, aglutina sus microrrelatos bajo el título
Trece casos de cuya existencia física respondo, puesto que, por su brevedad se pueden medir. Sus textos, que se adaptan al modelo de relato policiaco, son tratados desde una perspectiva paródica que rozan el absurdo.
Pero la nómina de autores que en esta época incorporan progresivamente microrrelatos en sus libros es aún más amplia, alguno de ellos son: Francisco Ayala, Samuel Ros, Manuel Pilares, Lauro Olmo, Esteban Padrós de Palacios, Fernando Quiñones, José María de Quinto, Luis Martín Santos, Álvaro Cunqueiro, Juan Benet y Pere Gimferrer, entre otros.
Años 80 y 90: la eclosión
Las dos últimas décadas del siglo XX se manifiestan como el momento de toma de conciencia de los autores españoles de estar cultivando un nuevo género, así lo refleja el ámbito académico, puesto que el primer artículo que lo aborda es “Notas sobre el origen, trayectoria y significación del cuento brevísimo” de Irene Andres-Suárez publicado en 1994.
En este marco de conciencia genérica son muchos los autores que durante éstos años se concentran en la publicación de microrrelatos: Alberto Escudero,
La piedra Simpson (1987), Javier Tomeo,
Historias mínimas (1988), Pedro Ugarte,
Noticia de tierras improbables (1992), Luis Mateo Díez,
Los males menores (1993), José Jiménez Lozano,
El cogedor de acianos (1993) y
Un dedo en los labios (1996), Rafael Pérez Estrada,
La sombra del Obelisco (1993),
El domador (1995) y
El levitador y su vértigo (1999), Julia Otxoa,
Kískili-Káskala (1994) y
El león en la cocina (1999) Juan Gracia Armendáriz,
Noticias de la frontera (1994), Hipólito G. Navarro,
Relatos mínimos (1996), Juan José Millás,
Cuentos a la intemperie (1997); todas ellas obras imprescindibles en la historiografía del microrrelato español.
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Las dos últimas décadas del siglo XX se manifiestan como el momento de toma de conciencia de los autores españoles de estar cultivando un nuevo género [...] |
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Debemos tener en cuenta que estas obras nacen en democracia, Francisco Franco ya ha fallecido y los aires de cambio se extrapolan al ámbito literario a través de la ruptura con el realismo y la mirada puesta nuevamente en las vanguardias.
La piedra Simpson (1987) es un claro ejemplo de mestizaje vanguardista al recoger textos breves de diversa naturaleza entre los que se incluyen microrrelatos pero también informes, textos publicitarios o prospectos explicativos. Otro caso repleto de originalidad es el de Javier Tomeo, que presenta en la primera edición de Historia mínimas (1988) 42 microrrelatos teatralizados aptos para su representación gracias a un esquema teatral que distingue actos, acotaciones, diálogos y monólogos.
Pedro Ugarte también juega con la mezcolanza de textos hiperbreves en
Tierras improbables (1992); microrrelatos, impresiones, ideas u opiniones con una gama temática amplísima se sustentan sobre las paradojas resultantes de la profundización en el ser humano. Otro volumen indispensable es
Los males menores (1993) de Luis Mateo Diez que, si en su primera publicación los cuentos y microrrelatos formaban parte de un todo, ya la recopilación de los relatos del autor en
El árbol de los cuentos (2006) separa tendenciosamente unos y otros. Las obras de Rafael Pérez Estrada,
La sombra del Obelisco (1993),
El domador (1995) y
El levitador y su vértigo (1999) comparten el gusto por lo fantástico y las situaciones surrealistas que producen el asombro de los propios protagonistas. En contraposición a estos libros con gran carga experimental está la obra del vallisoletano José Jiménez Lozano,
El cogedor de acianos (1993) y
Un dedo en los labios (1996), cuyos microrrelatos conservan la huella pesimista de la etapa anterior en el tratamiento de temas como la falta de comunicación, la miseria, el miedo, el paro o las drogas representados en la fragilidad de sus personajes niños o viejos en su mayoría.
Algunos autores enmarcados en la confección de otros géneros se lanzan a la escritura de microrrelatos, es el caso de Juan José Millás y Julia Otxoa. El primero productor de novelas y procedente del mundo periodístico combina en sus textos los discursos narrativos, argumentativos y ensayísticos, hibridación que se hace aún más visible en sus
Articuentos (2001). Por su parte Julia Otxoa no renuncia al lirismo en sus composiciones narrativas, su cuidado lenguaje y unos personajes que se rebelan ante situaciones cotidianas incómodas son sus sellos de identidad.
El microrrelato del siglo XXI
Hoy día existen dos grupos de microrrelatistas en España: el primero lo componen muchos de los mencionados en la etapa anterior, quienes ya cultivaron el género a finales del XX y lo siguen haciendo en el XXI (Alberto Escudero, Javier Tomeo, Pedro Ugarte, Julia Otxoa...). El segundo lo forman, por una parte, aquellos narradores consagrados que en este siglo deciden adoptar este modelo narrativo (Juan Pedro Aparicio, José Mª Merino o Luciano G. Egido), y por otra, una nueva hornada de escritores nacidos aproximadamente entre 1960 y 1975 que recurren al microrrelato como forma de expresión posmoderna: Ángel Olgoso, Andrés Neuman, David Roas, Miguel Ángel Zapata, Rubén Abella, Raúl Sánchez Quiles, Antonio Serrano Cueto, Carmen Camacho, Cristina Grandes, Lara Moreno, Carlos Almira y Manuel Espada son algunos escritores de este incipiente grupo que aumenta exponencialmente.
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La evolución del soporte digital también ha provocado una trasformación en el lenguaje patente en el uso de frases cortas, yuxtaposiciones o abreviaturas propias de la comunicación en la red. |
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A pesar de su incorporación tardía, las teorías con las que Juan Pedro Aparicio y José Mª Merino han contribuido a la conformación del estatuto genérico del microrrelato resultan muy importantes por su perspectiva como creadores. Juan Pedro Aparicio alude al microrrelato como relato cuántico. Bajo esta combinación terminológica Aparicio trata de relacionar conceptos físicos como el de la materia oscura y el cuanto, y teorías de la escritura como la del iceberg de Hemingway. Así establece una equivalencia entre el cuanto (cantidad mínima que la energía necesita para hacerse visible) y el mínimo de narratividad necesaria para construir un relato, emergiendo de esta teoría físico-literaria la siguiente propuesta: “Un microrrelato normalmente estará formado por un solo cuanto” (2009). Jose Mª Merino, además de escribir numerosos ensayos que abordan el microrrelato como eje central y reunirlos en
Ficción perpetua (2014), en
La glorieta de los fugitivos (2007), libro que reúne todas sus composiciones breves, dedica un capítulo completo, “
La glorieta miniatura”, a esclarecer los antecedentes y relaciones literarias del microrrelato, la idea de ficción o el funcionamiento de los recursos intertextuales.
El salto generacional entre los dos grupos que conviven en el siglo XXI se refleja tanto en el modelo de escritura como en la temática habitual de sus textos; los rasgos más característicos de este grupo de autores jóvenes derivan de un conocimiento mucho más profundo del microrrelato como texto literario, pues para este momento la ficción breve ya es un género afianzado en España. Irene Andres-Suarez resalta que:
Respecto a la generación anterior, tal vez los cambios más significativos sean: 1) el notable incremento de lo fantástico, acompañado de un deseo de renovación del género a partir del conocimiento de los textos clásicos, 2) la influencia notable del legado de J.L. Borges; 3) la intensificación de la intertextualidad y del humor negro y grotesco; 4) el realismo metafórico, y 5) la incidencia en su producción de las nuevas tecnologías (el ciberespacio, los blogs y bitácoras, los SMS…) (ANDRES-SUAREZ, 2012).
Si bien repasar la autoría de cada una de las nuevas publicaciones amparadas en el microrrelato resultaría demasiado extenso, sí cabe la posibilidad de destacar la presencia de algunos de los cambios mencionados por Irene Andre-Suarez. Las dos primeras características vienen de la mano, la profusión de lo fantástico desde la óptica borgiana se manifiesta en la recurrencia a mecanismos intertextuales y metaliterarios, que engloban la referencia a obras canónicas y a sus autores, tales como Cervantes, Kafka o Poe; el fenómeno de la intratextualidad mediante la inserción de un
leiv motiv como piedra angular de varios textos breves o la elaboración de metamicrorrelatos que homenajean a autores consagrados del género.
A pesar del lugar privilegiado que ocupa actualmente el microrrelato fantástico, algunos autores indagan en la problemática del ser humano absorbido por la posmodernidad. La preocupación por los riesgos que entraña la adolescencia y la juventud o un desgarrado punto de vista sobre la vida en pareja a través de motivos como la monotonía, la infidelidad, las desavenencias o la separación, hasta el acercamiento a temas tan controvertidos como la violencia de género o la pedofilia. Opuesta a esta tendencia se encuentran los microrrelatos humorísticos, según David Roas este recurso aparece en el microrrelato: “porque pone en cuestión lo normalmente aceptado como realidad indiscutible o como verdad absoluta […]. El humor desenmascara y desacraliza, nos hace ver la realidad sin dogmas ni solemnidad” (ROAS, 2003), por lo tanto el uso del humor en el microrrelato contemporáneo no deja de ser otra muestra más del carácter revulsivo del género.
En último lugar cabe destacar cómo las nuevas tecnologías se han convertido en una valiosa herramienta para estos nuevos autores que trasgreden los métodos tradicionales de publicación en pos del lector virtual. Aunque todos ellos han sido antologados y, la mayoría posee ediciones en papel, en primera instancia eran sus propios editores que escribían textos breves y los incluían en sus blogs. La evolución del soporte digital también ha provocado una trasformación en el lenguaje patente en el uso de frases cortas, yuxtaposiciones o abreviaturas propias de la comunicación en la red.
Conclusiones
Aunque las piezas narrativas breves pueden rastrearse a lo largo de toda la historia de la literatura, lo que hoy entendemos como microrrelato adscrito a unas características genéricas muy concretas comienza a forjarse en España con la llegada del modernismo. Los periodos históricos del microrrelato muestran la evolución de un género que desde su nacimiento ha sido fruto de la experimentación, el mestizaje y la hibridación; esta tendencia a la renovación y al reciclaje continúa vigente en el microrrelato contemporáneo que, inmerso en el posmodernismo, hace gala de su carácter proteico para seguir reinventándose.
Bibliografía
ANDRÉS-SUÁREZ, I, El microrrelato español. Una estética de la elipsis, Palencia, Menoscuarto, 2010.
ANDRÉS-SUÁREZ, I, Antología del microrrelato español (1906-2011). El cuarto género narrativo, Madrid, Cátedra, 2012.
ANDRÉS-SUÁREZ, I, y A. RIVAS, La era de la brevedad. El microrrelato hispánico, Palencia, Menoscuarto, 2008.
APARICIO, J. P.,“Narrativas de la posmodernidad del cuento al microrrelato”, Materia oscura y literatura cuántica. Actas de XIX Congreso de Literatura Española Contemporánea, Volumen I, Málaga, Universidad de Málaga, 2009.
GÓMEZ TRUEBA, T., “Arte es quitar lo que sobra. La aportación de Juan Ramón Jiménez a la poética de la brevedad en la literatura española”, Narrativas de la posmodernidad. Del cuento al microrrelato, Salvador Montesa (ed.), Publicaciones del Congreso de Literatura Española Contemporánea, Universidad de Málaga, 2009.
GÓMEZ TRUEBA, T, Cuentos largos y otras prosas narrativas breves, Palencia, Menoscuarto, 2008.
ROAS, D,“Introducción” Poéticas del microrrelato, Madrid, Arco libros, 2010.
ROAS, D., “Prólogo”, Humor y literatura, Quimera nums.232-233, Barcelona, 2003.