Maltrato infantil
¿Qué es el maltrato infantil, cómo inicia y cuáles son los factores de riesgo?
Al presentarse evidencia de que un menor es maltratado, es difícil conocer los orígenes de la agresión. Cuando el menor llega lastimado a una clínica, hospital, u otro espacio de atención, y se les pide a los padres que describan cómo sucedió el daño físico que en el momento se llega a detectar. Es entonces cuando aparece la negación. Pero ante tanta insistencia por parte del psicólogo(a), médico(a), trabajador(a) social u otro profesional de la salud, por saber la situación real del suceso de maltrato, los padres (que pudieran ser los agresores), terminan por relatar cómo se produjeron las lesiones en sus hijos/as. Las historias a momentos son incoherentes, o bien, resultan contradictorias. También pueden culpabilizar del maltrato a otras personas, o simplemente pueden contestar: "¡no sé!, fuimos a la panadería, dejamos al niño/a sólo en la casa y cuando regresamos, ya estaba así, nadie sabe lo que pasó". Sin embargo, las lesiones que muestra el niño/a no corresponden a los argumentos que presentan los padres o cuidadores. El niño/a está golpeado, como si alguien le hubiera dado una paliza, y uno se queda con signos de interrogación e impotencia ante tal situación.
En este caso, el maltrato físico es evidente, pero también existe el emocional, el cual es más difícil de identificar a primera vista, hasta que se hace una entrevista clínica y se conoce la situación a resolver. La violencia a nivel social, y específicamente al interior de la familia, es un fenómeno que se ha presentado a lo largo de la historia y está relacionado con aspectos que implican repercusiones psicológicas, sociales y económicas. De ahí que, especificando, el maltrato infantil, según Loredo-Abdalá, implica toda agresión u omisión intencional dentro o fuera del hogar contra un niño(a), antes o después de nacer, y que afecte su integridad biopsicosocial, realizada de forma habitual u ocasionalmente por una persona, institución o sociedad, en función de su superioridad física y/o intelectual.
La Organización Mundial de la Salud señala la existencia del Síndrome del niño maltratado, y lo describe como toda forma de perjuicio o abuso físico o mental, descuido o trato negligente, malos tratos o explotación, incluido el abuso sexual, al niño por parte de sus padres, representantes legales o de cualquier otra persona que lo tenga a su cargo.
Los factores de riesgo para que se presente el maltrato infantil son diversos y es importante la fuerza con la que influyen. Todos ellos interactúan y pueden cambiar en determinado momento, ya sea con la edad del niño/a, la personalidad de la madre, la fortaleza del hijo/a para defenderse, ser madre soltera, la falta de preparación materna para la crianza, pasar todo el día con el niño/a y no tener esperanzas de satisfacer necesidades básicas propias, haber sido maltratada en la infancia, desear no haber tenido hijos/as, tener adicciones, haber sido abusada sexualmente en la infancia, tener baja tolerancia a la frustración, incapacidad para ligarse afectivamente de forma adecuada, que el hijo/a sea producto de una violación, o que fuera concebido por petición de los familiares o cónyuge, presentar rasgos de personalidad bordeline o limítrofe, entre otros.
El concepto de ser buena madre viene de tiempo atrás, y se considera que una mujer, por naturaleza, posee este instinto materno que rige su propósito en la vida, pero ¿qué pasa con la maternidad no deseada? ¿Qué conlleva este papel y como ésta puede afectar a los hijos?
Precisamente la existencia de la maternidad no deseada pone en evidencia que el llamado
instinto maternal no existe como tal. El deseo de tener un hijo no se da “por naturaleza”. Una cuestión es que las mujeres estén equipadas biológicamente para tener descendencia y otra, muy diferente, es que las mujeres deseen tener o no hijos. Este deseo tiene que ver con procesos socioculturales y personales. Cuando la sociedad establece, a través de roles, estereotipos y creencias, que la mujer es valorada única o principalmente por el hecho de ser madre, está influyendo de una manera importante en la decisión de las mujeres para convertirse en madres.
Y más aún, si la mujer internaliza este esquema y se convence de que así es, de que tiene un “instinto” que le hará desear y saber actuar como madre, deja de lado la posibilidad de actuar consciente, propositiva y responsablemente ante esta decisión. La mujer puede embarazarse y tener hijos, pero la maternidad es un papel social y emocional que se aprende. Implica reconocer al otro como un ser diferenciado a la propia persona de la mujer y, sin embargo, implica un constante acompañamiento, cuidado y contención brindados a ese hijo. No es una tarea fácil.
Por ello es vital que las mujeres tomen esta decisión conscientes de la responsabilidad que conlleva. Sin embargo, cuando existe una presión social (“si no eres madre, no eres mujer”) que impide tomar consciente y libremente la decisión de tener hijos, las mujeres pueden convertirse en madres a pesar de no desearlo. Esta situación repercute tanto en ella misma como en el hijo. Especialmente, la relación vincular afectiva tiene menos probabilidades de establecerse adecuadamente. El rechazo hacia el hijo de manera abierta o velada hace su aparición.
Este rechazo ya es en sí una forma de maltrato infantil. Los seres humanos tenemos una serie de necesidades afectivas que es importante cubrir para nuestro adecuado desarrollo psicológico y emocional. La necesidad de aceptación es sumamente significativa, ya que contribuye a la propia afirmación y seguridad personal, al establecimiento de la propia identidad. Es por ello que los niños buscan constantemente la aceptación y amor de sus padres. Cuando no lo tienen, se les está negando la propia existencia.
¿Cuáles son los motivos y razones de algunas madres para maltratar a sus hijos? ¿Cómo se justifican?
Cotidianamente, es posible ver en la calle, camión, microbús, metro, supermercado, cine, etcétera, escenas de maltrato infantil. O bien, puede ser un conocido, familiar, una amiga, compañera o madre que se desespera y maltrata a sus hijos/as. Estas conductas se pueden observar mediante gritos, regaños, groserías y golpes dirigidos a un niño/a en algún lugar público. Ante tal situación, viene el asombro al ver tanta desesperación e ira manifestadas en un solo instante, y uno se puede preguntar: "¿qué pasó?, ¿de dónde salió ese personaje tan desesperado e iracundo que no puede manejar la situación?"
Cuando a las madres de la población de IAPSIM se les preguntó sobre sus motivos o razones para maltratar a sus hijos/as, respondieron con diversas explicaciones: la desesperación, la impotencia de no poder resolver los conflictos de manera adecuada, el tener que atender al niño/a en sus muchas demandas, o bien, que en esos momentos había otros aspectos más importantes que prestarle atención al hijo/a. Por ejemplo, el niño rompió con la pelota el vidrio de la vecina y no hay dinero para pagarlo. La madre que trabaja, por lo regular, llega cansada de una jornada laboral extensa y lo único que desea es descansar, y al enterarse que el hermano mayor le pegó a sus hermanos en lugar de cuidarlos, se desespera; o que hay que hacer la comida rápido, y el esposo o pareja no se torna cooperador; la renta del inmueble no se ha pagado; los hijos/as no obedecen a la primera llamada, porque no hacen lo que les corresponde y van mal en la escuela; la maestra la mandó llamar por un problema de conducta de los hijos/as…
En fin, la desesperación aflora y el maltrato se tiene como único o principal recurso para hacerle frente a estas situaciones. Existen muchas razones para maltratar a los hijos, algunas se expresan en forma de justificaciones “lo estoy educando, para que me obedezca", o "le pego por su bien, para que no sea un huevón como su tío". Sin embargo, muchas madres ni siquiera consideran los efectos del maltrato al niño/a, no están conscientes del daño o de la magnitud del daño que puede provocar esta forma de tratar al hijo.
Otras centran el maltrato en un aspecto específico y repetitivo: "si ya saben que no me gusta que jueguen en la mesa", "si ya saben que no deben ensuciarse ¿por qué lo hacen?, ¿qué son tarados?", "me superencanija que te juntes con esa niña”, “si ya saben que deben quitarse el uniforme al llegar a la casa y hacer su tarea ¿por qué no lo hacen?", entre otras.
Para las madres que inciden en conductas de maltrato dirigido a sus hijos/as, el cuidado de los mismos resulta ser una tarea difícil y poco gratificante. Constantemente su vida se vuelve un caos y sus problemas parecieran no tener salida.
En investigaciones realizadas a los grupos de madres que han asistido a IAPSIM, se identificó como una constante que el hijo/a maltratado es aquel que representa los problemas que la madre no ha podido resolver en ella y los mira proyectados en el hijo/a. Desea ver que los cambie porque la confronta y, en algunos casos, le avergüenzan. Le es difícil aceptarlos porque ella presentó la misma problemática, o por lo menos una similar cuando era niña; entonces se confronta a sí misma. En otras palabras, el hijo/a es el espejo de sus propias impotencias, vergüenzas, penas, temores, etcétera. Las madres que ejercen maltrato hacia sus hijos/as a veces no se percatan de sus actos, por considerar que el hijo/a se lo merecía, justificando así su acción.
Otras razones para maltratar pueden ser que el hijo haya sido deseado por la abuela y no por la madre, que hubiese tenido hijos por la edad y no por deseo, tener un hijo para rivalizar con la hermana respecto al cariño de la abuela, para atrapar a la pareja y ver que no sirvió su plan, porque el padre quiere mucho a la niña y la madre siente envidia, por llenar un hueco emocional que finalmente no se llena, porque quería niño y resulto niña; porque el niño reta a la madre y eso la pone furiosa, porque no se queda callado, porque no es obediente, etcétera.
En estos ejemplos se observa, por un lado, las diversas expectativas que tienen las madres con respecto a los hijos. Si éstos no cumplen con estas expectativas, puede surgir el maltrato. O si ya se cumplió la expectativa, el hijo ya dejó de servir y puede surgir el maltrato. Por otro lado, también se observa que el maltrato se utiliza con fines educativos; no se conocen otras formas de educar a los hijos.
Correctivos, envidia y vínculos afectivos
¿Hasta qué punto éstas acciones son correctivos de actitud y cuándo se convierten en maltrato?
Cuando se trata de corregir la situación que se considera como error en los hijos. Lo primero es identificar en donde se encuentra el problema a resolver, el cual puede ser de índole material, o bien, emocional, pero lo principal es desear que la situación se resuelva y no tener la intención de dañar: ayudar al hijo(a) a estructurar soluciones y que no sienta que el mundo se le viene abajo, no pedirle perfección en todo lo que hace aunque si responsabilidad, no plantearle situaciones que de antemano la madre o el padre saben que no puede resolver. Como por ejemplo, el caso de la niña cuya madre le ofrece un trozo de pastel a cambio de que traiga un vaso con agua que dejó en la recamara; siendo de noche, con la luz apagada que no puede prender y sabiendo que la niña teme a la oscuridad.
Cuando se corrige a un hijo/a se ponen límites, los cuales deben ser claros y específicos. Permiten que el hijo/a tome conciencia de la causa-efecto del problema en sí y además permite que amplíe su visión sobre aspectos esenciales de la vida. El maltrato implica un daño con su respectiva carga emocional, lo que impide focalizar el aprendizaje de la situación. El maltrato puede hacer que el sujeto se vuelva terco, obstinado y resentido. Poner límites implica que los hijos/as sepan que existen valores y reglas en la casa que habrán de respetar.
La consecuencia (no castigo) producto de un límite no respetado debe estar encaminada a la educación, y el niño/a ha de saber qué relación tiene la consecuencia de sus acciones con la situación de aprendizaje. Si el niño/a no sabe las tablas de multiplicar y en el examen obtuvo una calificación baja, hay que buscar la forma de repasar dichas operaciones matemáticas y no ponerlo/a a pelar papas o golpearlo/a, de lo contrario se favorece la incongruencia y se dificulta la formación de vínculos afectivos adecuados.
Una acción se convierte en maltrato cuando no se corrige la situación y en realidad se está haciendo un daño al niño. Al analizar estas situaciones se observa cómo el maltrato se planea, procesa, articula, ejecuta y se repite periódicamente, es decir, se vuelve un estilo de relación.
Foto: Zorro4.
La envidia aparece en todas las culturas, aunque se representa en diversas formas. ¿Qué pasa cuando la madre es quien siente envidia de la hija o el hijo? ¿Qué lo genera, cómo se explica este sentimiento y de qué manera se puede trabajar en él?
La envidia aparece en todas las culturas, aunque las formas en las que se expresa pueden ser diferentes. Es algo inherente al ser humano. Envidia en latín tiene dos acepciones; la primera, es la tristeza por el bien ajeno. El envidioso se entristece, y su rostro se ensombrece. La envidia transforma y hace odioso al que es presa de ella. La segunda, refiere que el sujeto envidioso trata de obtener todo y hacer odioso al envidiado ante los ojos de terceros. La envidia es un sentimiento, un estado interno inmediato, en donde se presenta un intento del individuo por proteger la concepción de sí mismo, devaluando al otro al disminuir la importancia de su éxito o logro (como lo dicen Silver y Sabini y Foster). La envidia se une a la frustración y surge una mezcla emocional que hace sentir a la persona una rabia abrumadora.
Coloquialmente hay dos tipos de envidia desde el punto de vista de la moralidad. Una aparentemente aceptada, envidia "de la buena", y otra socialmente rechazada, envidia "de la mala”.
La rivalidad y la envidia son expresiones del ser humano, y cada persona lo maneja de forma diferente. La rivalidad y la envidia entre madres e hijos/as puede considerarse un elemento psicológico que potencia el maltrato, aun sin estar consciente de ello. Esta competencia y rivalidad, con el consecuente sentimiento de envidia, en parte son promovidas por la sociedad competitiva que enfrenta a las personas en lugar de enseñar formas de conciliación y de valoración de las diferencias.
La devaluación es otra forma en que se escenifica la envidia; decimos que los demás no hacen las cosas tan bien como nosotros.
La envidia puede llevar a la desesperación. Esto vuelve insoportable la actitud hacia los demás. Las críticas se vuelven ácidas y de mal gusto, el resentimiento se hace presente; mostramos enojo y cuestionamos todo aquello que creemos que impidió obtener lo que queríamos. Aparece, no importa si la relación es entre madre e hijo/a, los sentimientos de envidia y rivalidad no conocen fronteras parentales, económicas, sociales o educativas. Y estos elementos pueden contribuir a la aparición del maltrato abierto o encubierto.
La envidia, soledad, confusión, desilusión, miedo, entre otras situaciones, dificulta que estas madres disfruten lo que poseen y que encuentren soluciones prácticas. No saben cómo divertirse, y sus días se amargan cuando ven que otros tienen más que ellas. “Mi hijo sí puede disfrutar lo que hace y yo nunca he podido disfrutar ni siquiera de mi persona”, comenta Selene, molesta por la capacidad de su hijo para ser feliz.
Parte del trabajo consiste primero en hacer consciente el sentimiento de envidia hacia los hijos, sin juzgar, entenderlo como un sentimiento que está presente en la relación y que probablemente lleva al maltrato hacia el hijo. Igual de importante es aprender a hacerse llegar aquello que es envidiado en el otro, a manejar la frustración, a procurar el propio desarrollo.
¿Cuál es el papel del padre en una situación de violencia materna?
El papel de los padres consiste en asumir, consciente y activamente, su participación en la educación de los hijos/as, en la organización del hogar, en indagar cuando surge un problema, dialogar con la pareja. Sentirse capaz para poner límites si es necesario y, principalmente, reflexionar sobre las maneras que tiene de actuar sobre su propia violencia: no ser maltratador.
Han de contener las hostilidades de los hijos para que no desplacen hacia la madre. Ha de ser capaz de defender a sus hijos y encontrar soluciones viables ante situaciones conflictivas. Si la madre no puede contenerse en sus impulsos, el padre ha de asumir papeles de contención emocional con la capacidad para negociar entre la madre y los hijos.
El padre ha de ser un auxiliar y un ejemplo ante los hijos para contener agresiones maternas, no permitir ser agredido por la esposa y, a su vez, no agredir y sí respetar a la esposa.
¿Qué acciones podrían ayudar a las madres y padres para mejorar vínculos afectivos con sus hijos e hijas?
• Seguir el principio de la congruencia.
• Acompañar emocionalmente a los miembros de la familia.
• Utilizar la disculpa para reparar, no para justificar.
• Explicar con una frase lo que quiere de su hijo/a, ser concreto.
• Poner límites significa respetar.
• Evitar el maltrato.
• Escuchar lo que sus hijos/as quieren decir.
• Mostrar interés en sus hijos e hijas.
• Analizar su propia omnipotencia.
• Antes de actuar indagar y no suponer.
• Buscar alternativas de solución; el maltrato nunca será una solución.
• Evitar sobreproteger a sus hijos/as.
• Evitar construir su vida sobre la de sus hijos/as.
• Promover que sus hijos/as sean autónomos.
• Motivar a sus hijos/as a resolver sus problemas.
• Aceptar y relacionarse con el hijo/a real, no con el hijo/a ideal.
• No usar a su hijo/a como arma contra el padre o la madre.
• Promover la iniciativa de sus hijos/as, ubicarlos en la realidad.
• Responder a las preguntas que le hacen sus hijos/as directa y concretamente, no los confunda.
• Ser generador de soluciones, no cazador de errores.