¿Qué es la digitalidad?
Es un error reducir la digitalización a un asunto técnico o procedimental, en verdad estamos frente a algo mucho más profundo y paradigmático; algo que va más allá de un cambio de programa o procedimientos. En realidad, el acto de digitalizar abre la puerta a un mundo alterno que corre paralelo al que reconocemos como real y al que interviene y transforma, extiende y muta, lo re-ordena y re-significa, mientras transcurrimos y construimos en él sentido y “normalidad”, lo que nos impide ponderarlo plenamente en toda su capacidad y poderío.
Estamos, más allá de un salto cuántico o epistémico, en la vivencia de una nueva dimensión de la realidad que transforma valores, rangos y medidas que la articulan, e instauran un nuevo entorno de consciencias, perspectivas, entendimientos y alcances de nuestra condición humana.
[…] con el desarrollo de las autopistas de la información nos encontramos delante de un fenómeno nuevo: la desorientación [...] Un desdoblamiento de la realidad sensible se prepara entre lo real y lo virtual. El advenimiento de una suerte de estéreo realidad. Una pérdida de referencias del ser. Ser es in situ, y aquí y ahora, hic et nunc. Ahora esto ha sido trastornado por el ciberespacio y por la información instantánea y mundializada (Virilio, 1997: 58).
Suponer que la digitalización se reduce a la creación de recursos, que solo instaura servicios, o convierte contenidos para que circulen en la red, es verla de manera muy simple. Implica un acto de refundación y procesamiento de nuestros saberes y nociones y una dinamización de nuestra percepción frente a la transformación radical de nuestros referentes vitales: tiempo y espacio, que nos dan la ubicación en el mundo, que nos permiten construir sentido, imaginar nuestras mejores maneras de vivir y convivir, de soñar los futuros en que aspiramos transcurrir.
La visión limitada de la digitalización, además de la incomprensión histórica, social, técnica y tecnológica del fenómeno, impide el diálogo cabal con todas sus posibilidades y dimensiones —perceptivas, operativas y nocionales— que vienen aparejadas con las consecuencias que tiene el acto técnico de convertir a un nuevo lenguaje un sistema de significados, una estructura, una imagen, un suceso, una idea que hasta ahora habían sido accesibles, conocibles y maleables bajo ciertas condiciones y circunstancias.
Implicaciones en la educación y la cultura
El entorno inmediato siempre es nuestro gran reto y el escenario primero en que crece la capacidad de entendimiento. Conocerlo, sin embargo, más allá de la percepción simple supone la activación de capacidades inherentes a nuestra condición humana, las que siendo complejas requieren ser desarrolladas, perfeccionadas y profundizadas, para lo cual hemos construido a lo largo del tiempo la poderosa y controvertida institución simbólica y física de la educación.
La manera en que nos educamos, en que culturalmente decidimos perfilarnos como cierto tipo de ser humano, es el centro de la imaginación individual, social y política que nos convierte en sociedades. En éstas últimas, suceden nuestras obras y creaciones, en ellas producimos, construimos, convivimos.
El proyecto de formación que define la sociedad hace las veces de brújula y ancla para crecer y ejercer nuestra necesidad vital de encuentro, conocimiento, dominio y control de espacios y decisiones. Por eso, cualquier cambio en su sustancia repercute a fondo en la constitución del todo: si un cambio pequeño altera el orden general, un cambio radical, de raíces profundas hace que sucumba o que renazca “todo”, como es el caso no solo en la educación sino en todo el sistema de vida en el que crecemos.
La visión sesgada en torno a la digitalización impide percibir un nuevo universo de referentes y significaciones que se integran en una nueva propuesta civilizatoria que poco a poco se ha venido instituyendo hasta conformar un orden cultural “distinto”:
la digitalidad que es la cultura confrontante en la que ahora empezamos a desenvolvernos, en la que crecen armónicamente las nuevas generaciones y en la que pensamos y resolvemos el mundo en el que coincidimos, interactuamos, compartimos y crecemos juntos.
La cultura es lo pensado y cómo se ha pensado, lo sentido y cómo se ha sentido, lo motivado y cómo se ha motivado; la historia, el cuerpo y el aliento vital de cada pensamiento, sensación y emoción; de cada acción, decisión y sus efectos. Es, también, toda la atmósfera en la que transcurrimos y somos. El agua es al pez o el aire al ave, lo que la cultura es a la persona humana.
Así que cualquier intervención en el sistema de vida en cualquiera de sus dimensiones, sean éstas de orden político, estético, económico, educativo o de cualquier otro orden, impacta a todas las partes del sistema como una ola expansiva que va cambiando nuestro entorno y, con ello, nuestro sistema referencial operativo.
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Las nociones de tiempo, la duración de los procesos, las ideas de dificultad y comodidad, problema y solución; las resistencias en razón de sus causas profundas, sean miedos o inseguridades; la interpelación de emociones amplias y plenas, de placer y displacer, así como de angustia y la excitación, todo ello juega ahora un rol activo y visible en la consecución de nuestros fines y aspiraciones, en el cumplimiento de nuestras tareas y deberes.
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[...] la digitalidad que es la cultura confrontante en la que ahora empezamos a desenvolvernos, en la que crecen armónicamente las nuevas generaciones y en la que pensamos y resolvemos el mundo en el que coincidimos, interactuamos, compartimos y crecemos juntos. |
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La digitalidad es inevitablemente agresiva porque re-ordena un mundo que caminó y que pretende aún caminar con naturalidad, sin afectaciones, ni cambios a velocidades desconocidas para la mayoría de las generaciones analógicas, las que crecimos antes de su irrupción; es atractiva, al mismo tiempo, por la cantidad de transformaciones que promete y por la forma en que recicla y lanza hacia nuevos horizontes a la imaginación y la creatividad; lo cambia todo, incluso la forma de vivir el cuerpo de uno, su salud, su uso social y su bienestar, la formación-educación de cada quien, el tiempo y forma de la misma y la institucionalidad que la postula.
Bauman, García Canclini, Eco, Marshall Berman
2 y muchos otros estudian a fondo éste hecho cultural, su evolución, sus giros y sus mutaciones contemporáneas, mismas que dan cuenta de nuevas circunstancias y escenarios en torno a la producción-creación, circulación y consumo del conocimiento y de la
producción simbólica —como señala García Canclini (1990)—. En conjunto develan condiciones y criterios que no solo impactan a la realidad, sino que poco a poco la van normando, no por el establecimiento de reglas específicas sino porque ahora tratamos con un nuevo tipo de materia para la que las viejas reglas son inaplicables por incompatibles y repelentes, pues esta materia ya no está compuesta de átomos, sino de etéreos, virtuales, intangibles e inasibles
byts, como postula Nicholas Negroponte en su obra referencial
Ser digital (1996).
Por su parte, cuando Bauman habla de la condición “líquida” de la sociedad contemporánea de los últimos tiempos, señala que:
[...] una serie de procesos que estaban transformando la modernidad, llevándola de su fase “sólida” a su “fase líquida”. Uso aquí el término “modernidad líquida” para la forma actual de la condición moderna, que otros autores denominan “postmodernidad”, “modernidad tardía”, “segunda” o “híper” modernidad. Esta modernidad se vuelve “líquida” en el transcurso de una modernización obsesiva y compulsiva3 que se propulsa e intensifica a sí misma, como resultado de la cual, a la manera del líquido —de ahí la elección del término—, ninguna de las etapas consecutivas de la vida social puede mantener su forma durante un tiempo prolongado. La “disolución de todo lo sólido” ha sido la característica innata y definitoria de la forma moderna de vida desde el comienzo, pero hoy, a diferencia de ayer las formas disueltas no han de ser reemplazadas —ni son reemplazadas— por otras sólidas a las que se juzgue “mejoradas” en el sentido de ser más sólidas y “permanentes” que las anteriores, y en consecuencia aún más resistentes a la disolución. En lugar de las formas en proceso de disolución, y por lo tanto no permanentes, vienen otras que no son menos —si es que no son más— susceptibles a la disolución y por ende igualmente desprovistas de permanencia (Bauman, 2013: 17).
Este mundo digitalizado que construye la digitalidad existe confrontado permanentemente con el
mundo conocido, analógico, al que opone nuevos ritmos, velocidades, estadios, expresiones, accesos y escenarios, e invoca e interpela capacidades humanas diferentes para concretar un diálogo que propicie nuevas formas de idear, discernir y construir decisiones y soluciones para nuestro entorno cotidiano.
Esta intermediación acentuada por la revolución tecnológica que vivimos sustenta la estructura de la sociedad contemporánea; nuevos valores explican la dinámica social de nuestros días. De un concepto y una práctica de la cultura como acumulación y erudición —en el que se privilegiaba al que más sabía— transitamos silenciosamente a una cultura de la síntesis en donde lo importante no es acumular conocimientos, sino tener la capacidad de resumirlos y en el menor tiempo posible hacerlos “útiles” y “funcionales” (Chanona, 1991: 14).
Imagen: FunkyFocus.
La educación que se yergue como el medio, el recurso humano civilizatorio por excelencia, fundamental para nuestro bienestar, si no se reinventa en los términos que la lógica de la digitalidad obliga, sufrirá, como sufre ahora, las profundas limitaciones de un mundo que transcurre y transpira a ritmos y velocidades diferentes y, en muchos sentidos, con diferentes maneras de entablar relación con el entorno, con la emergencia de seres humanos que viven y gestionan de diversas formas sus relaciones y vínculos, vitalidades desconocidas para el viejo modelo al que vuelven obsoleto y para el que no ayuda, nada más aceptar y adaptarse.
La digitalidad como todo sistema, opera en su conjunto y no parcialmente, cualquier asunción de componentes supone cambios en el proceder general del sistema.
4 Para ejemplificar, si una pantalla se incorpora en el aula, no sólo se agrega una tecnología al espacio, sino que se interviene el sistema entero y se abre una puerta para iniciar la construcción de un nuevo sistema que organiza, redefine y vuelve a comprender las modificaciones o impactos que tal incorporación genera en el aprendizaje individual y colectivo.
La intervención mediante nuevos códigos digitales y nuevas herramientas o dispositivos electrónicos impacta a todo el sistema de supuestos y creencias que soportan y sustentan la acción educativa (más si ésta se concibe y organiza como
sistema cerrado),
5 y pone en cuestionamiento la concepción que tenemos del aprendizaje, la persona a formar, el estudio, la disciplina, la evaluación, etcétera.
La visión de sistema abre la posibilidad de percibir con gran claridad la dimensión compleja de los fenómenos, tanto en lo educativo, como en la digitalidad misma y su necesaria articulación. En este sentido, la complejidad nos adentra en las estructuras dinámicas que dan cuenta de la diversidad de variables causales que intervienen en la configuración, integración y operación de cualquier hecho, suceso o asunto, que intermedia en la generación de los impactos de la digitalidad en la educación.
La digitalidad trae consigo una nueva noción de sistema y de sistematización en la educación, más compleja y de mayores alcances, en cuanto al manejo del tiempo, la concepción del espacio y de revaloración de la acumulación y del concepto de erudición en el modelo civilizatorio enciclopedista que soporta a la sociedad analógica y lineal.
1 Enrique Pichón Riviére y la escuela psicológica que funda a mediados del siglo pasado, habla del Esquema Conceptual Referencial Operativo (ECRO), que permite identificar al cuerpo consolidado de saberes y experiencias que integran y significan la vida de cada persona y la habilitan para su desempeño individual y colectivo, se parte de un abordaje teórico que permite desciframientos profundos de la relación de la persona, la psique y la construcción material y simbólica de la vida cotidiana.
2 El tema de la inestabilidad, la variabilidad y la alterabilidad de la vida contemporánea en todas sus dimensiones, su veleidad, la imposibilidad de su permanencia y sus impactos en la condición humana incrementaron su presencia desde los años noventa del siglo pasado en medio del pasmo y la confusión que el cambio digital, que apenas se asomaba, permitía elucidar y animaba a imaginar, ya en ese entonces, sus repercusiones e impactos. La reflexión creció y las publicaciones derivadas de ella también, mismas que nos permite estudiar con mayor claridad y referencias la tremenda complejidad de este proceso. Destaco de entre otros textos los siguientes: Zygmunt Bauman, Vida de consumo (2007), Vida Consumo (2008) y Modernidad líquida (2000); Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad (1990), Diferentes, desiguales y desconectados. Mapas de la interculturalidad (2004), Lectores, espectadores e internautas (2007), La sociedad sin relato. Antropología y estética de la inminencia (2010); Umberto Eco, La estrategia de la ilusión (1999), Nadie acabará con los libros, con Jean Claude Carrière (2010), La nueva Edad Media (2010); Marshall Berman, Todo lo sólido se desvanece en el aire (1988). Estos textos, clásicos ya, mantienen vigencia y ayudan a la interpretación consistente de los fenómenos sociales derivados de este cambio civilizatorio, en particular el de la educación en todas sus vertientes, modalidades y métodos.
4 Las lecturas de Bertalanffy y Rolando García ayudan a penetrar en las lógicas de la operación de los sistemas, saber fundamental para la preparación y planeación de cualquier intervención en este sentido: Ludwig von Bertalanffy (2011) y Rolando García (2008).
5 Entendiendo por tal, un sistema que no interactúa con su entorno.
Imágenes de digitalidad
Primera imagen. Un teléfono inteligente es capaz de guardar cúmulos gigantescos de información ordenada, equivalente a la que un grupo, digamos de 50 personas, ha adquirido a lo largo de su vida. El mismo dispositivo minúsculo, manejable, accesible, veloz, íntimo y personal también puede albergar toda la información procesada a lo largo de la totalidad de la trayectoria escolar de la persona; es decir, puede guardar todo el material leído y trabajado durante 10, 20 o más años. Si es posible tener a la mano tal cantidad de información y tal concentración de años de aprendizaje y búsquedas de información, surge una pregunta: ¿por qué debo someterme a cursar una trayectoria de 18 a 20 años de vida escolarizada, de aula cerrada, textos y fuentes de consulta únicos en los que se administra con una gradualidad extrema, a veces desesperante, mi paso por la institución escolar, con un tiempo para mi formación diseñado por otros, que delimitan y determinan así mis capacidades, expectativas y ansiedades?
Segunda imagen. Una conversación sustanciosa sobre cualquier tema, suscita dudas que pueden ser aclaradas instantáneamente mediante la consulta directa a través del celular, la
lap top o la
tablet, sin necesidad de postergar la búsqueda, teniendo que esperar a consultar alguna fuente —libro, revista, documento, etcétera— en alguna biblioteca u otro lugar en el que éste se encuentre, tiempo después de ser planteada la interrogante.
Otras muchas imágenes pueden sumarse a la emergencia de estas nuevas realidades que presentan tensiones y confrontaciones constantes, en las que, si bien es legítimo aspirar a una estabilidad continuada en la que no se produzcan cambios, lo cierto es que esto ya no es posible y poco a poco se imponen, por sus atributos y accesibilidad las “virtudes” de la digitalidad. De esta forma, la satanización de Wikipedia, el acceso a la relación con desconocidos a distancia, la cibersalud, la participación política en y a través de las redes sociales, la convivencia icónica, la instantaneidad, el fin de los secretos, la accesibilidad como base para una nueva negociación, la planeación y la extensión del derecho humano a acceder a la información y a internet, se encuentran ya en la agenda social y planetaria, creciendo y apuntando a la radicalización de las transformaciones.
Conclusiones
No se trata de establecer comparaciones que den cuenta de las ineficiencias de un paradigma sobre otro, se trata de elucidar en su puesta frente a frente, los vicios y virtudes de cada uno, los puntos de encuentro y las formas de diálogo inédito que se llevan a cabo propiciando el disfrute de esta herencia civilizatoria y la asimilación virtuosa de los cambios, sin sacrificar las esencias y sustancias identitarias de los procesos y los fenómenos, para que la línea histórica que los sostiene permita la imaginación de futuros incluyentes, dialógicos, equitativos, diversos y respetuosos de nuestras individualidades y colectividades.
La educación institucionalizada y con ella toda su “arquitectura” debe renovarse o colapsará. ¿Cómo suponer una incorporación de tecnologías en el proceso de aprendizaje escolar sin reajustar currículos y enfoques respecto al papel de maestros y estudiantes?, ¿Cómo mantener un estado de cosas inamovible en el aula, suponiendo que el estudiante sólo accede a saberes de la mano del maestro y mediante la instrucción lineal, vertical y autoritaria? En el mismo sentido ¿Cómo aspirar a cambios profundos sin alterar el orden escolar en sus aspectos sustantivos? Para viabilizar los cambios hay que poner en tela de juicio aspectos como: horarios, calendarios escolares, sujeción a esquemas de calificación —más que de evaluación—, mantenimiento de estructuras de contenidos cerradas —más que estructuras abiertas— en términos sistémicos.
La digitalidad supone un cambio a fondo de las mentalidades; no es suficiente con digitalizar la información disponible si no existe claridad de las dimensiones profundas que ello conlleva. Por eso la visualización integral del proceso es fundamental, pues no estamos frente a algo banal sino frente a una transformación paradigmática del pensamiento, de la vida y del mundo en el que vivimos, desde sus raíces.
Dados sus alcances, esta transformación tiene que regirse por la magnitud del tiempo histórico y no del tiempo humano. De esta forma, a cerca de 25 años de socialización y expansión de la digitalidad y la cultura que ésta funda, nos encontramos aún en sus inicios y es mucho lo que falta por ver, conciliar y crear, para lograr una incorporación armónica de futuros posibles y divergentes a los que el mundo analógico albergó y soñó.