31 de marzo del 2003
Vol.4 No.1 |
La Construcción de una Nueva Nación sobre
una Estructura Nacional Perimida
Angel
Rodríguez Kauth
Palabras Clave: nación,
nacionalismo, humillación, educación.
El caso de un país instalado en un territorio, pero que ha perdido el sentido de Nación. A partir de esta premisa, fundada en los múltiples agravios y humillaciones que ha venido sufriendo en los últimos años desde el exterior, se presentan propuestas para rescatar el sentido de "lo nacional" en la población, desde la elaboración de una propuesta educativa crítica que instale un "proyecto nacional"
La metodología empleada recoge extensiones del lenguaje de modelado
unificado (UML), orientadas a aplicaciones hipermediales que no son abordadas
por las metodologías convencionales asociadas al ciclo de vida
.
[English]
Es muy probable que la
mayoría de los científicos sociales nunca hayan tenido la posibilidad de observar
-"en vivo y en directo", como gustan decir los animadores de la televisión-
la manera como en el mundo occidental se produce la construcción de una Nación
sobre la base de un Estado destruido o,1 en el peor de los casos, el proceso
de destrucción de un Estado, sin reconstrucción alguna, sólo su desmembramiento
liso y llano.
En
los inicios del tercer milenio tal oportunidad se presenta de manera inmejorable,
en lo que fue -desde 1810 hasta finales del Siglo XX- la Nación Argentina,
aquella misma que -cuando se la busca- está perdida en los fondos de los planisferios.La
oportunidad que se ofrece para la ampliación del conocimiento, resulta originalmente
histórica, ya que según las ciencias sociales en su conjunto,2 este fenómeno
solamente se había dado en las sociedades -o culturas- orientales durante
el transcurso del Siglo XX, ya sea con la aparición de nuevas naciones, como
producto de las guerras independentistas contra los poderes coloniales en
Africa y Asia, o bien, para los finales vigesimonónicos, con la destrucción
del Imperio Soviético y el resurgir de las antiguas nacionalidades que, por
fuerza de la ocupación militar y política, giraban alrededor de aquél, bajo
la forma de satélites políticos y económicos en el orden internacional.
En
el caso argentino la situación es completamente diferente -y atractiva para
el conocimiento, aunque no sea del agradado de sus habitantes que la padecen-
por dos razones que se conjugan y no son contradictorias entre sí:1. La destrucción
de la vieja Argentina no se produce por fuerzas endógenas o exógenas exclusivamente,
sino que se trata de una combinación de fuerzas políticas y económicas que
se cruzan entre factores endógenos, que se hicieron cómplices de actores externos
interesados en que tal hecho se produjese para provocar la situación, y 32.
Por los fundamentos sobre
los que se han constituido -de diferentes modos- las llamadas sociedades "occidentales, democráticas y cristianas",
que han estado sostenidas y apoyadas sobre la sustentación de leyendas casi
mitológicas que hablaban -entre otras- de un hipotético "estado de naturaleza" ,
de un "pacto o contrato social" , de una "horda primitiva" o,
más recientemente, de una "posición original", teñida de un "velo
de la ignorancia" . (Hobbes, 1651) (Rousseau, 1762) (Freud, 1913) (Rawls,
1971)Todo esto es de alguna manera coincidente con las fantasías elaboradas
por el contractualismo clásico. Son las teorías que facilitan la comprensión
de la constitución de la sociedad -entre ellas el utilitarismo-, al proponer
principios que justifican la creación de instituciones y prácticas sociales,
que desde una organización normativa tienden a mantener la cohesión del colectivo
social, aunque esto no sea óbice para la instalación recurrente de conflictos
sociales de muy distintos órdenes, que permiten la coherencia o la compatibilidad
con las teorías del conflicto social (Cosser, 1958) (Cosser, 1967), entre las
cuales la más original fue la elaborada desde el pensamiento de Marx y Engels
-y continuadores- en diferentes obras.Divergencias en Torno al Concepto de
NaciónEn la Academia de la Lengua Española existe una definición tautológica
de nación, ya que se la define, entre otras cosas, como un país y, al definir
éste concepto lo remite al de nación. Aunque no por culpa de los miembros de
la Academia, sin embargo, el concepto de nación es uno de los que se trabajan
en las ciencias sociales y posee un mayor nivel de ambigüedad y "multivocidad".
A la vez es posible afirmar que es un vocablo que resume un concepto político
fundamental para los politólogos en los últimos tiempos.Suelen tenerse en cuenta,
para la definición de nación, diversos criterios como el lingüístico, racial,
religioso -el componente cultural- y los referidos a territorios y políticas
gubernamentales.4
Ninguno de ellos es válido
en sí mismo para la constitución de una nación, por las siguientes razones:
1.
Ni la comunidad lingüística de los habitantes de un territorio sirve para
definir al concepto y, si se mantuviera tal criterio, vale interrogarse qué
ocurriría con la infinidad de naciones que utilizan el español, el inglés,
el francés, etcétera, en su habla, tanto coloquial como oficial;5
2. Que el
criterio de la etnicidad -o de la raza común- no sólo es ideológicamente
peligroso para determinar la existencia de una nación, sino que es científicamente
erróneo, como se ha demostrado con pocas pruebas suficientes desde antaño.
No obstante, en la actualidad se ve favorecida tal afirmación con el desentrañamiento
del mapa del genoma humano. Asimismo, aún quienes deseen usarlo, chocan con
algo incontrastable: existen naciones con múltiples grupos étnicos que las
conforman, como es el caso de los países del Magreb y la misma Europa, ya
sea oriental u occidental;
3. El uso del criterio
de diferencias religiosas tampoco es distintivo, ya que a poco que se lo
transite se observará la multiplicidad de naciones que profesan diferentes
religiones, aún cuando en algunas de ellas haya solamente una que es reconocida
como oficial;
4. Uno de los componentes
que más ha sido considerado para la determinación de la nación es el de la
territorialidad, el que aparentemente aparece como el menos confuso y difuso.
Sin embargo, tanto los pueblos nómadas como el de los judíos -con más de
cinco mil años de historia deambulando por el mundo-, y el de los gitanos,
muestran que existen naciones sin territorio y con geografía física propia,
con lo cual tal criterio no puede ser sostenido ni fáctica ni empíricamente;6
5.
En cuanto a la utilización del criterio de la gobernabilidad política, éste
corre el peligro de confundir el concepto de la Nación con el del Estado.
Se lo emplea teniendo en cuenta que unas mismas instituciones estatales de
gobierno político sirven para unificar criterios. También la historia demuestra
el equívoco de tal postura con el caso del Imperio austro-húngaro, que se
conformó por dos naciones regidas por un mismo eje político gubernamental.
Otro tanto sucede con los Estados que -sobre todo en tiempos de guerra y
bajo ocupación extranjera- se ven desmembrados y configuran gobiernos "en el destierro",
como ocurriera durante la Segunda Guerra Mundial con Francia y Polonia, que
instalaron sus gobiernos en Londres.
En la actualidad -y sin
necesidad de estar bajo condiciones bélicas- el proceso de globalización
económica y política ha creado la ficción de la existencia de Estados autónomos
que fijan la legalidad en sus gobernantes, aunque en la realidad abundan
ejemplos de que las decisiones se toman más allá de la voluntad de los gobiernos,
que pueden ser considerados títeres de un Nuevo Imperio, el que eufemísticamente
ha dado en llamarse a sí mismo Nuevo Orden Internacional. Así, las exigencias
de los gobiernos centrales, como de las agencias de créditos transnacionales
-como puede ser el Fondo Monetario Internacional-, condicionan la vigencia
de la legislación de los Estados que se consideran por Derecho soberanos,
aunque de hecho no lo sean. Para ejemplo, baste lo ocurrido desde inicios
del año 2002 en Argentina, cuyos gobernantes han sido "obligados" a modificar leyes de la Nación -como la de subversión
económica y la de quiebra empresarial-, dejando a un lado los intereses que
llevaron a dictarlas, para ser remplazadas por los intereses espurios de quienes
consideran que les son inconvenientes para sus negocios.
Vale decir que este
criterio no sólo no cuenta con un aval histórico, sino que en la contemporaneidad
ha sido arrasado por las originales y perversas construcciones de lo que, desde
los centros metropolitanos internacionales, ha dado en conocerse como "la
globalización" , y7(Rodríguez Kauth, 2000)6. Desde una lectura histórica,
el vocablo nación cobró cuerpo político y jurídico con el advenimiento de los
tratadistas radicales del iluminismo francés, cuando lograron que la Revolución
de 1789 se convocara en Asamblea Nacional. Era el término predilecto de los
constitucionalistas, que trajeron consigo las ideas de igualdad, libertad,
fraternidad, secularización y centralización de la administración, en una sociedad
que debía racionalizarse en su gobierno.El tratadista argentino en Derecho
Constitucional -y militante en el Partido Socialista-, Carlos Sánchez Viamonte
(1944), adoptó una posición que se aleja de los criterios sociológicos y políticos
tradicionales enunciados. Recurrió a una consideración de orden psicosocial
cuando señaló que los grupos sociales que se hallan unidos por un pasado común,
solidarizados en el presente y con una proyección de futuro en la acción que
los une, son los que pueden ser considerados naciones en plenitud. Es decir,
se abandonan parcialmente los criterios pretendidamente objetivos y se marcha
hacia la consideración de variables subjetivas para una construcción más amplia
y "abarcativa" del "multívoco" concepto de Nación, que
a decir de uno de los precursores del nacionalsocialismo alemán (Rodríguez
Kauth, 2001), en este caso J. Fichte (1808), "una Nación no puede prescindir
de la arrogancia".
Asimismo, desde una posición
ideológica ubicada en las antípodas de aquella, en la de J. Stuart Mill (1861)
se sostuvo algo semejante al expresar: "Puede decirse que una parte
de la humanidad constituye una nacionalidad si sus miembros están unidos
entre sí por simpatías comunes, que no existen entre ellos y los demás, lo
que los lleva a cooperar entre sí de mejor gana que con otro pueblo, a desear
estar bajo el mismo gobierno y a desear que haya un gobierno integrado exclusivamente
por ellos o una parte de ellos".El
Sentido de la Nacionalidad y los Peligros Latentes de los Nacionalismos para
la Paz. De tal modo se arriba a la necesidad de utilizar conceptos de tipo
psicológico, psicosociales o psicopolíticos, como es el de nacionalidad,
que, de manera rápida, como resultado del estudio de hechos históricos, lleva
al controvertido tema de los nacionalismos, que tanto ha contribuido a los
procesos de descolonización, como a las mayores aventuras bélicas de los
últimos dos siglos.
La nacionalidad debe ser
diferenciada del patriotismo, aunque ambos se caractericen por la presencia
de componentes afectivos, de corte emocional, que priman sobre los cognitivos
o intelectuales. Mientras la primera lleva al amor por el terruño en que
se ha nacido, o en el cual se vive y se comparten afectos, el segundo conduce
al sacrificio de quien siente tal estado de ánimo, por aquello tan diluido
que se ha dado en llamar patria.De tal suerte, no es el afecto por la nacionalidad
lo que lleva hacia la condición de los nacionalismos chauvinistas, que tan
enorme daño han causado a la humanidad en su nombre, sino que es el que mejor
representa el sentimiento de patria, al que, no en vano, se lo suele acusar
de patrioterismo, característica propia de los nacionalismos ultramontanos.
De tal modo, el patrioterismo confunde a la patria con la "razón de Estado".
Pudiendo afirmar sin titubeos que "con razón o sin ella, la patria, al
igual que la madre, siempre debe ser defendida", lo cual sirve de botón
de muestra de la carga emocional que cubre de irracionalidad a tales consignas,
las que reflejan una tipología de pensamiento que bien puede ser considerada
de naturaleza "primitiva".
Los conceptos de nacionalismo
y patriotismo han de ser analizados con cuidado, ya que si bien es cierto
que su utilización ha conducido a grandes hecatombes bélicas,8 también los
mismos han servido como motor impulsor de los procesos de liberación e independencia,
de aquellos pueblos que pretendieron ser libres del yugo foráneo que conquistó
sus territorios -y sus culturas-, regando de sangre nativa las tierras de
sus legítimos dueños. De tal suerte, no son comparables el nazismo alemán
de la primera gran postguerra del siglo XX, con los nacionalismos independentistas
que recorrieron América Latina en el siglo XIX,9 y Africa y Asia en la segunda
mitad del XX. De tal suerte, el siglo decimonónico fue considerado el de
los nacionalismos europeos, que crearon las naciones que hoy se asientan
en aquel espacio, en tanto que el vigesimonónico se considera como el de
los nacionalismos de las colonias. Hay que anotar que a la par de estos fenómenos,
recientemente en Europa trasciende la idea de Nación, hacia una base global
de "pan-nacionalidades",
de donde surgió la Unión Europea.Aquí hay que marcar una diferencia sustancial
-política e ideológica- entre las expresiones de los nacionalismos de derecha
y de izquierda.10
Mientras que los primeros,
en aras de sus convicciones -que están alejadas de la ética de la responsabilidad
(Weber, 1929)- se comportan como expansionistas, ignorando los sentimientos
nacionales de los pueblos que avasallan y esclavizan, los segundos luchan
por la independencia nacional y social de sus pueblos. De los primeros queda
el recuerdo imborrable del nazismo y el fascismo, en tanto que de los segundos
bastante se ha escrito al respecto, sobre todo desde el ámbito de sus nacientes
países.
Baste recordar las palabras
de Lenin antes de la Revolución de Octubre, arengando al pueblo de este modo: "¿Nos
es ajeno a nosotros, proletarios conscientes rusos, el sentimiento de orgullo
nacional? ¡Pues claro que no! Amamos nuestra lengua y nuestra patria, ponemos
nuestro empeño en que sus masas trabajadoras se eleven a una vida consciente
de demócratas y socialistas. Nada nos duele tanto como ver las violencias,
la opresión y el escarnio a que los verdugos zaristas, los aristócratas someten
a nuestra hermosa patria (...) Nos invade el sentimiento de orgullo nacional
porque la nación rusa ha creado también una clase revolucionaria...".
Luego de esta transcripción del dirigente de la Revolución Soviética, nadie
en su sano juicio podría acusar a Lenin de traidor a Rusia, cuando en la Primera
Guerra Mundial proponía -desde barricadas y periódicos- a los soldados y trabajadores
que sus lealtades no debían ser depositadas en favor de la aristocracia zarista,
sino en la defensa de un proceso revolucionario que lograra concretar un concepto
de patria y de nación diferente al existente, es decir, en un ámbito de libertad
y democracia.Semejante a los dichos de Lenin se lee la poesía del español Miguel
Hernández, cuando elabora su propuesta de himno para la Segunda República Española
y, de una manera más simple se encuentra en la consigna -aún vigente a más
de 40 años- de la Revolución Cubana, cuando se dice: ¡Patria o muerte!, para
ratificar su convicción responsable de mantener en pie una lucha desigual contra
el "imperiocapitalismo" yanqui (Rodríguez Kauth, 1994), o la olvidada
consigna de José de San Martín: "Cuando la Patria está en peligro, todo
está permitido, excepto, no defenderla".
El nacionalismo, como sentimiento,
encuentra su testimonio en diversas ideologías: el fascismo, la democracia,
el comunismo "real", 11 o bien, más recientemente, en "la unidad
árabe", que recoge, a partir de una convicción religiosa, la mancomunión
del sentido nacional. Este último fenómeno es un elemento más que lleva a tirar
por la borda los elementos de territorialidad, tenidos en cuenta cuando se
quiere describir a la nación en esos términos. En este caso lo que une a los
pueblos es lo religioso, más que la pertenencia territorial, la cual ha provocado
más de una vez guerras intestinas entre árabes musulmanes por cuestiones de
metros más o metros menos de desérticas arenas, a la par que dio lugar al "fundamentalismo
musulmán", en el que se mezclan las cuestiones religiosas con las de reivindicación
territorial (Mansilla, 2000).
El Siglo XX fue -en la interpretación del nacionalismo-
una suerte de mosaicos de diferentes colores asentados sobre un mismo piso:
la Tierra. En ellos se mezclaban los sanguinarios mosaicos del nazismo y su
expansionismo territorial y político, con la paradoja de que su más enconado
rival -el comunismo- ofrecía una alternativa semejante. Al mismo tiempo aparecieron
los colores de las revoluciones sociales en las colonias, que precisaban la
independencia para alcanzar los ideales de libertad, justicia e igualdad. En
contraposición a los otros, se presentaban como internacionalistas. Vale decir
que estos movimientos nacionalistas jóvenes surgieron en las colonias, dependientes
en lo militar de la ocupación de las metrópolis, o en los lugares donde imperaban
las formas postcoloniales de dominación, bajo la estrategia del sometimiento
y el vasallaje económico de los pueblos (Rodríguez Kauth, 1994).
Todos ellos
se cubrían de un manto político, que puede ser descrito de manera común y amplia
como el del "socialismo".Esta expresión política abarcaba un amplio
espectro: desde el clásico socialismo al estilo soviético, por el que se luchaba
en aras de una sociedad igualitaria y sin clases sociales, hasta una definición
como la de "socialismo nacional", en que se le adjudicaba un fuerte
papel a la burguesía, como promotora del desarrollo para el bienestar económico
popular. Aunque cabe anotar que aquella expresión no tenía parentesco con el
tristemente célebre nazismo, que había cubierto de sangre y cadáveres, pocos
años antes, grandes extensiones de Europa.
Esto no fue óbice para que los testimonios
nacionalsocialistas sobrevivientes -con especial énfasis en América Latina-,
encontraran adeptos en medio de un río revuelto.Tal definición de nacionalismo
se daba de "patadas" con la que tuviera vigencia un siglo antes,
en la que se diferenciaba claramente el nacionalismo del socialismo. El primero
representaba a los sectores más tradicionales y conservadores de las sociedades.
El enfrentamiento entre ambos bandos llegó al punto, por ejemplo, que durante
el auge del imperio alemán (1878-1890), cuando el nacionalismo era la tónica
relevante impuesta por Bismarck, los socialistas eran considerados como los
enemigos mortales de la nación alemana, por la cual luchó tanto Fichte (op.
cit.).
La razón de esta situación -que no era excluyente de Alemania- es que
el socialismo se definía como internacionalista. Lo que identificaba a sus
miembros no eran símbolos patrios, sino una misma identidad de clase, dada
por la condición laboral. Para ejemplificar esto, nada mejor que recordar la
consigna ya mencionada, que convocaba al proletariado internacional (Marx y
Engels, 1848).La unión de nacionalismo y socialismo bajo un mismo manto, se
produjo durante el siglo XX,12 ya que para lograr las conquistas sociales propuestas
por el socialismo, era preciso que simultáneamente se alcanzara la liberación
del yugo de los colonizadores. Así, el nacionalismo pasó de ser un movimiento
sentido por la burguesía y la aristocracia vernácula, a convertirse en un movimiento
popular masivo, que exigía una mayor participación en la vida política y una
mejor distribución de las riquezas que eran monopolizadas en pocas manos terratenientes.
Lo
que mantuvo constante el nacionalismo, pese a las vicisitudes señaladas, fue
el principio de la autodeterminación de los pueblos, el cual consagró más tarde
la Organización de las Naciones Unidas en su Declaración sobre los Derechos
Humanos. Por el mismo principio se entiende que los pueblos no pueden ser objeto
de las necesidades y los caprichos de quienes los sojuzgan, sino que deben
crear su propia legislación, que beneficie a sus miembros sin la injerencia
de otros países.En definitiva, luego de esta exposición, a modo de síntesis,
puede afirmarse que tanto el socialismo (Rodríguez Kauth, 2000b) como el nacionalismo,
no son más que el testimonio de un sentimiento afectivo que ha necesitado rodearse
de contribuciones intelectuales, para configurar aquello que E. Galeano definiera
-con acierto y en diversos escritos- como sentipensamientos, lo cual es, precisamente,
lo que facilita el estudio de los mismos -para el caso que interesa en este
escrito, el del nacionalismo-, como parte integrante de la Nación, desde una
perspectiva psicosocial y psicopolítica.Antecedentes de la Desintegración de
la Nación Argentina.
Es posible poner seriamente en duda -y con pocos peligros
de equívoco, aunque con muchas probabilidades de desatar las iras de los patrioteros
de palabra fácil, pero que llevan sus dineros a resguardar en los paraísos
fiscales- que Argentina haya sido alguna vez Nación, pese a que en el Preámbulo
de su Constitución se define como tal. Es decir, ya sea tomando como parámetros
los que definen a la nación étnica como a la política, la Argentina no es una
Nación. Debido a que el término referido a lo étnico desagrada sobremanera,
a consecuencia de remembranzas y asociaciones con el racismo y sus implicancias
(Rodríguez Kauth, 2001c), prefiero tratarlo con un sinónimo eufemístico que
permite saltar dicha barrera de incomprensión entre los seres humanos.
Entonces
la enfocaré desde el punto de vista de los grupos culturales que la han constituido
y construido en el tiempo.Realmente, en su historia, Argentina -al igual en
algo que Estados Unidos- se encargó de diezmar a los grupos culturales asentados
en su territorio en épocas precolombinas, lo que puede considerarse como un
genocidio étnico. Esto sucedió tanto en la época colonial como en la independentista,
especialmente durante las campañas militares contra "el indio", que
fueron encabezadas por Julio A. Roca,13 quien llegó a ser presidente en el
siglo XIX. Vale decir que han supervivido más que unos pocos recuerdos autóctonos
-útiles para el negocio del folklore que se vende a los nostálgicos vernáculos,
como a los turistas foráneos-, de lo que fueron los orígenes culturales nativos
de quienes habitamos el territorio actualmente.
La inmigración que pobló estas
tierras fue de diversa raigambre cultural, la mayoría española e italiana,
aunque no dejaron de tener lugar otras culturas europeas -tanto occidentales,
como orientales- y del Cercano Oriente. Cabe añadir que, más recientemente,
hicieron su arribo los venidos del Lejano Oriente: vietnamitas, chinos, coreanos,
etcétera.
En esto también nos parecemos en algo a nuestros admirados y siempre
envidiados amos del Norte, aunque ellos han sido capaces de amalgamar a grupos
culturales dispersos que llegaron a sus costas y les dieron un sentido de Nación,
lo cual se ha hecho presente en episodios traumáticos como -por ejemplo- la
Segunda Guerra Mundial, la de Vietnam y los recientes sucesos terroristas del
11 de septiembre de 2001.Argentina fue incapaz de construir un sentido de nacionalidad
en sus habitantes, desde los prohombres de Mayo hasta la actualidad -salvo
la Generación del 80, con el proyecto educativo de Sarmiento a la cabeza, que
fuera duramente cuestionado por las generaciones posteriores. Nunca se pensó
en amalgamar, alrededor del sentido de Nación, el sentimiento de nacionalidad.
Durante la presidencia de Perón se tuvo tal intención, pero la misma se ensució
y bastardeó con objetivos y consignas políticas bajo un objetivo partidario,
lo que en lugar de alcanzar el propósito de unir, terminó por separar a los
ciudadanos y habitantes del país.14Al leer la historia desde un parámetro político,
se advierte que desde 1810 el país vivió en la anarquía, bajo la división "partidocrática",
que llevó a gobernantes y dirigentes políticos a confundir al Gobierno con
el Estado y al Partido con la Nación. Ya se tratase de federales vs. unitarios,
conservadores vs. radicales, radicales vs. peronistas, militares vs. civiles,
y las combinaciones surgidas de estas facciones, lo cierto es que los que representaban
a cada una de ellas -salvo honrosas excepciones, cuyos nombres no recuerdo,
posiblemente porque de tan excepcionales nunca tuvieron participación destacada
en el quehacer público-, no tuvieron proyecto de Nación compartido con sus
adversarios ocasionales, a los que, más que adversarios, los consideraban sus
enemigos irreconciliables.
Esto se observa en el decurso de nuestra historia,
a través de consignas explícitas, como la que utilizaron los federales: "Viva
la Santa Federación, mueran los salvajes unitarios", u otra que, una centuria
más tarde, utilizó el peronismo, la que decía: "Para un peronista no hay
nada mejor que otro peronista". Si se hurga con un poco de criterio, se
podrán encontrar, implícitamente, testimonios en aquellos que hicieron gala
de "democráticos" a ultranza, aunque en los hechos no dejaron de
mostrar su odio visceral hacia el "enemigo" interno, como cuando
los radicales -incluso socialistas- no dudaron en participar del gobierno de
la Revolución Libertadora.(15)
Antes del peronismo se dieron expresiones nacionalistas
incipientes en sectores "ilustrados", aunque las mismas no dejaron
de ser "patrioteras" y no auténticos testimonios nacionalistas. Quizás,
quienes más han colaborado en tal "patriada", fueron los revisionistas
históricos que desde la década de los veinte pusieron sobre el tapete la antinomia
entre federales y unitarios. Para ello "revisaron" la historia argentina
y rescataron los valores federales en defensa de la soberanía nacional, como
ocurrió en la Batalla de la Vuelta de Obligado, en la que tropas nacionales
derrotaron un bloqueo anglo-francés en 1845.Esos testimonios nacionalistas
estuvieron asociados a un fuerte contenido católico, tal como ocurrió en los
episodios de la Semana Trágica de 1919. Al respecto, por ese entonces, José
Ingenieros se expresó con respecto a la persecución de judíos en Buenos Aires,
con motivo de aquel episodio que dio lugar a la caza de rusos. (16), Como con
eufemismo fue llamado por el periodismo local asociado -consciente o inconscientemente-
como el imaginario perseguidor y persecutorio instalado por la Liga Patriótica
Argentina (Ingenieros, 1919). El pensador argentino "... pone su dedo
acusador sobre los auténticos victimarios del hecho, es decir, los jóvenes
cajetillas porteños que fueron seducidos ideológicamente en colegios jesuíticos
y que responden a la política clerical y conservadora del Régimen" (Rodríguez
Kauth, 2001d). Dicha organización, en su estructura militar "tuvo corta
vida y escasa actividad" (Caterina, 1995).Lo relatado por Ingenieros fue
una constante posterior del nacionalismo, es decir, la asociación de xenofobia,
conservadurismo y clericalismo católico, para lo cual no se perdió ocasión
de hallar "chivos expiatorios" que encontrasen a un enemigo -extraño
a tales características-, cuando había que culpar a alguien por los males que
nos ocurrían, aunque los sectores asociados cuidaron a la oligarquía de denunciar
el Pacto Roca-Runciman,(17) por el cual de hecho el país se incorporaba a la
hegemonía del Imperio Británico.Una década después, el carácter del nacionalismo
cambió una de sus variables: el conservadurismo, remplazado por el aura populista
con la que se rodeó Perón para llegar a la Presidencia.
Este proceso, entre
otras cosas, vino de la mano de sus simpatías con el nazismo, que, al ser derrotado
en 1945, llevó a Argentina al aislamiento internacional impuesto por los vencedores.
Y como la profecía que se cumple a sí misma, las grandes potencias económicas
-ahora encabezadas por los Estados Unidos- se convirtieron en el centro del
ataque nacionalista que, sin quererlo, se asociaba a los grupos de la izquierda
nativa -fundamentalmente inspirados en la Unión Soviética-, que tenían al imperialismo
yanqui como enemigo insoslayable. De aquí en adelante, nuestra historia vio
cómo se destruyó el sentimiento nacional -ya larvado- a pasos agigantados en
menos de medio siglo. Así se sucedieron una serie de gobiernos militares,(18)
que remplazaban a su voluntad y capricho a los elegidos por la voluntad popular.Durante
aquellas genocidas dictaduras se inició notablemente la entrega de la riqueza
nacional a capitales foráneos. Curiosamente, en una dictadura nazifascista,
como la del General Videla -y Cía.-, entre 1976 y 1983, se contrajo hasta entonces
la mayor deuda externa registrada en nuestra historia. Esto se explica por
la presencia, en el gobierno, de un personaje de lo más ortodoxo en economía
liberal: José Martínez de Hoz.
Desde entonces el nacionalismo vernáculo adoptó
una nueva cara: la del antiliberalismo, con lo cual cayó en la confusión que
la Iglesia católica ha sostenido, es decir, poner en un mismo saco de perversiones
y maldades al liberalismo económico y al liberalismo político (Rodríguez Molas,
1999) (Rodríguez Kauth, 2001f), para que el segundo tenga el mismo desprestigio
que el primero. Esto es una desviación de los principios liberales, que han
sido el fundamento de toda actividad anticolonialista y en pro de aquellas
consignas que tuvo la Revolución Francesa, aunque de hecho más tarde ella misma
las traicionara. Ante la desnacionalización económica, incrementada durante
la década menemista (1989-1999),(19) gracias a la privatización de empresas
públicas de patrimonio nacional -lo cual se hizo en un proceso de alta corrupción
que la facilitaba- tampoco hubo un resurgir de los sentimientos nacionales
que se opusiera de manera notable y activa a tal proceder.
La mayoría del pueblo
vivía "la fiesta menemista", por la cual afluían "capitales
golondrinos" del exterior para hacer negocios que en sus países de origen
resultaban impensables (Rodríguez Kauth, 1998). Con esto la burguesía nacional
se sentía partícipe -de manera vicaria- de la supuesta inclusión del país en
el apetecido y envidiado Primer Mundo -de la farándula y del "déme dos"-,
en tanto el proletariado sufría las consecuencias de la desocupación por el
cierre de puestos de trabajo y sobrevivía a la "fiesta" gracias a
las dádivas de la perversa práctica del clientelismo político. Con ellas se
mantenía bajo la forma de un electorado cautivo.Sin embargo, la economía nacional
-y también la doméstica- entró en un proceso recesivo cada vez más profundo.
Entonces la "gente"(20) comenzó a repudiar lo que estaba ocurriendo,
terminando con el menemismo en las elecciones de 1999.
Así, llegó al gobierno
una Alianza híbrida, que era lo mismo que se pretendía desterrar, aunque agravado,
porque los capitales golondrinos empezaron a huir del país, ante la pasividad
de un gobierno que era incapaz de tener una reacción política que defendiese
los intereses del pueblo y la nación. Es de hacer notar que en la fuga de capitales
-se estima que superó los 16 mil millones de dólares entre marzo y noviembre
de 2001-, no sólo fueron capitales extranjeros, sino que buena proporción de
los mismos era de argentinos, inclusive funcionarios gubernamentales y financieros,
quienes en más de una oportunidad salieron a la palestra del discurso, expresando
que había que defender los sacrosantos intereses de la Patria... siempre y
cuando no se afectaran los de ellos.Hasta que -haciendo una reseña histórica-
llegó diciembre de 2001.
El país estaba por quedarse sin reservas monetarias
y el Gobierno puso en marcha el ya famoso "corralito", que no fue
más que la confiscación de los depósitos de ahorristas, industriales y comerciantes
nativos, quienes confiaron en el sistema financiero, aunque la mayor parte
tenía su dinero en la banca extranjera con filiales locales, porque se percibían
como más confiables que los nacionales. Tal medida -a contrapelo de lo que
afirman ligeramente algunos analistas políticos y económicos- afectó por igual
a la pequeña burguesía y al proletariado, que depende laboralmente de aquella,
y condujo a una violenta reacción popular que dio por terminados los días de
gobierno del "autista" Presidente De la Rúa.
Toda una serie de desaciertos
económicos y financieros, desde la dictadura militar, hicieron que se contrajera
una enorme deuda pública -con la banca exterior y la nacional-, para la que
no se tienen activos suficientes que puedan saldarla. Desde la dictadura militar
los partidarios de la izquierda coincidieron con los de la derecha "nacionalista" -no
la del liberalismo económico- en algo: que la deuda, además de ser inmoral,(21)
es impagable.
Es preciso declarar la cesación de pagos externos y atender inmediatamente
la deuda social con el pueblo, más allá de los intereses de otros acreedores.Vale
decir, hasta finalizar el 2001, que es como si los argentinos no hubiéramos
tenido el sentimiento de nacionalidad, salvo a través de pequeñas expresiones
políticas citadas. Esto no quita que cuando jugaba el seleccionado nacional
de fútbol, entonces "todos nos poníamos la camiseta Argentina"; es
decir, que la defensa de la nacionalidad pasaba por los pies de algunos futbolistas,
pero no por la mente y el corazón de gobernantes y el pueblo, unidos en la
búsqueda de una salida al drama de la pobreza, la desocupación, las enfermedades
crónicas y endémicas, la falta de escolarización, la escasez de viviendas dignas,
etcétera, todo a consecuencia de que no existía un proyecto de país -en líneas
generales-, que fuese compartido por los miembros de una comunidad que era
tal sólo nominalmente, ya que cada uno pensaba y actuaba en función de su propios
proyectos.Súbita Aparición del Sentimiento NacionalA partir de la "volteada" del
gobierno -19 de diciembre de 2001- súbitamente surgió entre las cenizas el
sentimiento común de que los argentinos debíamos hacer algo para salir de la
humillación en que, ante nuestros ojos, habíamos caído, que no era otra cosa
que el reflejo de los ojos de los otros.A partir de su discurso con que asumió
la Presidencia, en reemplazo de De la Rúa -designado por la Asamblea Legislativa-,
Adolfo Rodríguez Saá anunció con énfasis que el país no pagaría la deuda pública
externa, porque no estaba en condiciones de hacerlo sobre más sacrificio del
pueblo. Un cerrado aplauso y vítores se dejaron escuchar en el recinto.
En
su propuesta podíamos salir de la situación umbría con austeridad republicana
y un plan de gobierno que atendiese las necesidades de los más desprotegidos,
a partir de la creación de fuentes de trabajo que operasen como poleas de transmisión
para la recuperación económica del país en el mercado interno, a la vez que
se recuperaría la dignidad perdida por más del 30% de la población que -entonces-
vivía en la pobreza y la indigencia.Sus dichos hicieron -por un momento- que
los argentinos sintiéramos que "podíamos vivir con lo nuestro" (Ferrer,
1989) y sin "ayudas externas", aunque lo único que se ha hecho durante
este último cuarto de siglo es profundizar más y más nuestra dependencia económica
y política, a la vez que con "recetas" de ajustes sobre los ajustes
-que siempre recaían y recaen sobre los más necesitados de una tabla de salvación
para sobrevivir- se nos enterraba a diario en la pobreza extrema. Sin embargo,
los legisladores que lo aplaudieron a rabiar, no trepidaron en obligarlo a
renunciar una semana más tarde, al recibir órdenes partidarias -originadas
en exigencias externas que veían la propuesta como nefasta a sus intereses-,
para colocar a un Presidente "títere" que cumpliría las demandas
de los acreedores externos, lo que podía lograrse solamente renunciando al
pago de la deuda social que se mantiene con el pueblo.Volvamos en el tiempo.
Desde hacía unos años, los argentinos éramos agraviados por los personajes
de las finanzas y las economías transnacionales, como lo hicieron en su momento
las palabras del Secretario del Tesoro de la administración Bush (h), cuando
expresó que sus contribuyentes "plomeros y carpinteros" no aceptaban
que sus impuestos fuesen a un país poco confiable como la Argentina, añadiendo
que "los argentinos no tienen industria de exportación que valga la pena
mencionar, y, además, les gusta ser como son".Asimismo, fuimos arrastrados
a la humillación internacional con la calificación de tener el "riesgo
país" a niveles siderales, que superaban cualquier récord mundial, superior
al de Nigeria.(22) Más tarde, ya en la Presidencia Interina de Duhalde, quien
perdió tal cargo ante De la Rúa en 1999, debimos someternos como vasallos a
dos situaciones:
1. El lamentable viaje mendicante del Presidente por Europa,
de donde fue sacado poco menos que con cajas destempladas, y 2. Las imposiciones
de reformas legislativas -que son de orden interno- que reclamara el FMI para
iniciar un diálogo sobre préstamos, que nuestro gobierno ansía obtener para
salir del fondo de un pozo en que nos hundieron otros gobiernos -cómplices
del actual-, que no harán más que profundizar la dependencia, la falta de crecimiento
económico y, sobre todo, la ya inexistente justicia social entre los habitantes
del territorio.
A las exigencias del FMI, vale acotar que su vicepresidente
-A. Kruger- señala permanentemente que los argentinos debemos pagar nuestra
irresponsabilidad ante los organismos transnacionales con pena y dolor, como
una forma de expiar nuestras culpas por habernos portado mal frente a nuestros
patronos. Todo esto fue aceptado acríticamente por la población, sin generar
reacciones públicas de repudio, salvo los grupúsculos de izquierda y derecha.A
esas humillaciones se sumaron en mayo de 2002 las declaraciones del Presidente
de la República Oriental del Uruguay -la que con la ironía característica de
la prosa punzante de Borges, fuera definida como "una Provincia Argentina
en territorio brasilero"-, en las que acusaba a los argentinos de ser "una
manga de ladrones, desde el primero hasta el último". Tales dichos fueron
aceptados sumisamente por aquellos quienes fueron acusados de ladrones, sin
fundamento alguno, ya que el Presidente Oriental no se refería a la "clase
política" argentina, sino que sus palabras no dejaron duda de que nos
acusaba a todos, en un juicio de generalización que -por definición- en cuestión
penal es erróneo. Según encuestas aplicadas por distintos analistas, para la
mayoría de la población lo que el uruguayo había señalado era verdad, ya que
entendían que estaba dirigido solamente a los políticos, sin advertir que implicaba
a cada uno de los habitantes. Vale decir que la autoevaluación de los argentinos
había caído en el punto más bajo que pueda imaginarse.
En definitiva, luego
del episodio Adolfo Rodríguez Saá, se produjo un renacer del sentimiento nacional,
con el fin de reivindicar la soberanía al tomar decisiones más. Rápidamente
se cayó -bajo la conducción de un gobierno claudicante- en la trampa de aceptar
que como nación no tenemos aquello que defina el sentir nacional. Aun a sabiendas
de que un arreglo con el FMI no nos sacará de la grave situación social, económica
y política que atravesamos, los argentinos retornamos a las antiguas prácticas
-perversas por egoístas- del "sálvese quien pueda". Continúan los "cacerolazos" y
las manifestaciones callejeras de repudio al gobierno, pero las realizan los
afectados por alguna de las múltiples medidas impopulares.
Se ha perdido la
protesta por la reivindicación de la soberanía nacional, que tuviera solamente
un par de meses de auge.Debe acotarse que ha surgido una forma tenue de solidaridad
social, que se expresa en acciones individuales o de pequeños colectivos, aunque
no aparece un proyecto de país soberano y autónomo que se disponga a cortar
con la perversa globalización que imponen los poderosos, y que además esté
conforme con realizar sacrificios internos, ya que solamente podríamos comerciar
con los países que atraviesan situaciones semejantes a las nuestras.
Conclusiones
De
lo expuesto hasta aquí, así como de los últimos datos oficiales acerca del
astronómico aumento de la pobreza y la desocupación que azuelan al país,(23)
se desprende que existe una sola conclusión: si no se toman rápidamente medidas
políticas efectivas para reparar la preocupante situación de nuestros habitantes
y recuperar su dignidad, la Argentina marchará hacia la desintegración social,
política y territorial. En ningún lado está escrito que un país deba existir
hasta el fin del planeta. Argentina se encuentra en vías de ser uno de los
primeros -actualmente- en desaparecer.
Entre tanto, el mundo mira atónito lo
que ocurre por estas tierras, mientras los grandes poderes económicos internacionales
y transnacionales elevan al cielo palabras de buena crianza, deseándonos la
mejor de las suertes en el viaje hacia la nada.
La reconstrucción de Alemania
y Japón, al término de la Segunda Guerra, se hizo sobre la base de la intervención
militar y el aporte de grandes sumas de dinero de los vencedores para construir
zonas de defensa estratégica ante el avance del poderío soviético. Sociología,
antropología, psicología, derecho, lingüística, etcétera. Con lo cual puede
tener algún parecido con lo sucedido en la ex Unión Soviética a principios
de los noventa, con un misil del Pentágono introducido en el Kremlin, llamado
Gorbachov.
Es posible observar como históricamente del componente cultural
preexistente se puede hacer el pasaje al político gubernamental: fue el caso
de la península Itálica, que hasta el proceso conocido como "Resurgimiento" -en
la segunda mitad del Siglo XIX- era una nación cultural, pero merced a dicho
evento político y militar, apoyado por la cultura -el nombre del músico G.
Verdi no puede ser desconocido en este proceso-, logró unificar a aquella nación
cultural en una nación política bajo el gobierno del Rey Víctor Manuel. España,
Bélgica, Suiza, China y Gran Bretaña, por ejemplo, donde se hablan diversos
idiomas y nadie les niega su carácter de nación. Etimológicamente el vocablo
nación procede del latín "nacer" y estaba referido a un grupo poblacional
nacido en un mismo lugar. Y de tantos otros imperios anteriores, del cual está
plagada la historia, si sólo se la lee desde el Antiguo Imperio Romano. Cuando
vienen asociados a discursos religiosos -que normalmente esconden intereses
económicos- resultan peores en sus resultados.
El primer país latinoamericano
en sublevarse a los colonizadores -en este caso francés- fue Haití, en 1804.
Sin olvidar para ello los corrimientos y las relatividades existentes entre
tales conceptualizaciones políticas (Bobbio, 1979; Dubbiel, 1994; del Río,
1999 y Rodríguez Kauth, 2001b. Pese a la permanente prédica de los fundadores
del marxismo, por romper con los límites geográficos de las naciones y unificar
a los hombres en un internacionalismo en que solamente la condición laboral
los uniese: "¡Proletarios del mundo, uníos!". La primera experiencia
fue la Revolución Mexicana de 1910-1917. A la que se conoció como la Campaña
del Desierto. Recuérdese como paradigmática a la consigna "la patria peronista",
vigente durante el primer gobierno de Perón. También llamada "Fusiladora",
que derrocó a Perón en 1955. Comúnmente se llamaba rusos a los emigrantes judíos.
La confusión -quizás- se origine en que los primeros inmigrantes rusos eran
judíos.
La expresión tenía un sentido de desprecio. Firmado por el entonces
Vicepresidente del gobierno títere del Gral. Agustín P. Justo con el Ministro
de Comercio inglés. Siempre apoyados por grupos cívicos que con afán oportunista
hacían suyas las pretendidas consignas nacionalistas de los militares, las
cuales no eran más que eso: meras consignas, ya que en los hechos se convirtieron
en los guardias pretorianos de los intereses imperialistas en el país (Rodríguez
Kauth, 2001e).
Paradójicamente, un gobierno que llegó con las consignas del
peronismo, se encargó de tirar por la borda las nacionalizaciones realizadas
durante los dos primeros periodos de Perón. Eufemismo que se utiliza para referirse
a los "otros", nunca en primera persona (Magallanes, 1993). Elemento
en el que coincidieron Fidel Castro y el Papa Paulo VI. A la cual vapuleamos
ganándole un partido de fútbol en el Mundial de Japón, lo que hinchó de orgullo
a más de un argentino que vio así vengadas las humillaciones a que se somete
cotidianamente. Que trepó al 24% de desocupación de la población económicamente
activa -a lo que se suma otro tanto de subocupados- en las cifras publicadas
en julio; la pobreza -los que ganan menos de un dólar diario (BM, 2000)- que
supera el 50%; el reconocimiento oficial de que la desnutrición afecta al 25%
de los niños; los índices de delincuencia (Tortosa, 1994) que nunca se conocen
de manera acabada por la presencia de la "cifra negra" ante la falta
de denuncia de episodios delictivos por temor a la propia policía o a que se
sabe que no podrá actuar ante la ola permanente de delitos -robos, secuestros
con rescates de sólo cien dólares, etcétera; el recrudecimiento de enfermedades
creídas superadas y que son fruto de la pobreza: tuberculosis, sífilis, sarna,
etcétera.
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