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El
universo democrático en transformación
Algunos
de los pilares fundamentales de la sociedad democrática,
tal y como fue formulada y más tarde se consolidó en
las sociedades occidentales durante el periodo histórico
posterior a la IIª Guerra Mundial, también
llamado de Guerra Fría, han ido transformándose
de una manera sutil, pero constante, a lo largo del último
cuarto de siglo. Se trata de un proceso que no ha afectado,
ciertamente, a aspectos esenciales de las concepciones
democráticas, como podría ser la estructura
del estado, el modelo de representación política,
la neutralidad confesional, la política parlamentaria,
la libertad de expresión o la separación
de poderes, ni tampoco ha afectado a la capacidad de
acción de los movimientos cívicos ni el
sistema de relaciones laborales entre las asociaciones
de trabajadores y empresarios. No se trata, por lo tanto,
de una transformación estructural, ni tan solo
claramente formal, de los referentes ineludibles de aquella
sociedad del bienestar, que construyó un modelo
paradigmático a la Europa democrática de
la segunda mitad del siglo XX. Sin embargo, la permanencia
del modelo y de los órganos, de los escenarios
y los actores, del lenguaje, no significa necesariamente
que el sentido y la significación de las dinámicas
sociales o el núcleo de valor que sustentaba aquella
sociedad democrática se hayan mantenido inalterables
en todos sus atributos más esenciales.
Uno
de los aspectos que tal vez se ha ido transformando de
una manera más general ha sido la articulación
del sistema democrático alrededor de un orden
jerárquico implícito, que hace unas décadas
ponía en primer lugar y por encima de todo la
autoridad y la función activa del estado. Por
otra parte, la democracia representaba un sistema de
recompensas basado fundamentalmente en la justicia social,
en el trabajo y el mérito, en la integración
de los ciudadanos y en la protección social. Todo
eso configuraba un universo de relaciones alrededor del
que se articulaban las políticas públicas
durante el largo período, primero de construcción
y después de esplendor, del estado del bienestar. Ése
modelo de democracia se desarrollaba ya en el contexto
de un mercado global que se regía por las leyes
del libre comercio de mercancías y capitales,
al amparo de una tolerancia legislativa que reconocía
y daba legitimidad, al menos en parte, a las regulaciones
estatales y permitía a los estados un grado importante
de autonomía en la regulación de las relaciones
laborales y en el impulso a las negociaciones entre empresarios
y trabajadores.
Durante
el último cuarto de siglo, este universo de relaciones
sociales y de valores que se acaban de describir muy
esquemáticamente está siendo sustituido
por uno nuevo common world, un nuevo sistema
que ha transformado sutilmente muchos de los valores
y de las normas explícitas o implícitas
que orientaban y legitimaban las relaciones sociales
en el universo democrático. Cada vez más,
este universo se articula alrededor del compromiso o
la responsabilidad individual y promueve la emergencia
de nuevos valores, como la transparencia o la eficiencia,
que representan, sin duda, algunos de los más
significativos referentes del nuevo modelo. Pero la progresiva
marginación del estado como agente regulador de
las relaciones sociales y como garantía del bien
común en beneficio de agentes privados ha creado,
al mismo tiempo, en la mayoría de los ciudadanos
sentimientos de inseguridad y vulnerabilidad. La seguridad
y el riesgo se han convertido en referentes insoslayables
del nuevo orden.1
Nuevos conceptos han aparecido y han alcanzado una significación
fundamental: la governanza, por ejemplo, se ha
convertido en la piedra angular del discurso de gobiernos,
economistas, expertos universitarios, empresarios, expertos
financieros y organismos internacionales. Detrás
del nuevo concepto subyace una idea fuerza: lo más
importante es la gestión eficiente, porque gobernar
se ha vuelto sinónimo de gestionar un universo de
relaciones en continua transformación.2 La
buena governanza se impone como idea fuerza para
optimizar el funcionamiento de la administración,
las empresas, las industrias, el comercio o los programas
humanitarios. Según Boltanski y Chiapello el concepto
de governanza representa al nuevo y poderoso ‘espíritu
del capitalismo', alrededor del que se han generado nuevos
valores y se han interiorizado nuevas normas.3
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