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Para
leer la invención…
Para
qué ojos
si falta inventar
lo que hay que mirar
Paris,
mayo de 1968
Era de mañana, temprano, “vístanse
y suban al camión”, así
fueron trasladados en silencio más
de tres mil hombres y mujeres de la ciudad
a la periferia, y el lugar que los albergó
durante casi seis décadas fue demolido
sin pena ni gloria.
...un
buen manicomio cuya existencia reclama
hace tiempo la cultura de esta capital.
Porfirio
Díaz, Informe presidencial, 1 de
septiembre de 1888.33
El
Manicomio General de la Ciudad de México
inaugurado con pompa y sonaja por Porfirio
Díaz, en la celebración
del centenario de la independencia de
México, fue demolido unos días
antes del movimiento estudiantil del 68,
ese “enloquecido movimiento de la
pureza”, como le llamara José
Revueltas, y, a unas semanas de la inauguración
de las Olimpiadas. La llamada Ruta
de la Amistad -el periférico-,
pasaba por la puerta principal del manicomio,
que ya no estuvo, que ya no está
más.
Quienes
sí están son los cuerpos,
algunos, que lo habitaron, que fueron
contenidos en su espacio, en el hablaron,
gritaron, comieron, defecaron... soñaron.
La
tradición arquitectónica,
recuerda Legorreta, para los árabes
era el contener un espacio, la Alhambra
es una muestra de este afán humano,
advierte.
Una
mujer vivió dos años en
dicho manicomio vivió el traslado
y el silencio, vivió más
de tres décadas en un hospital
psiquiátrico y en él decide
continuar aún. Hace dos años
nos encontramos. En el marco de un proyecto
de testimoniar la vida en el manicomio,
me cuenta lo que ella vivió. Su
paso por el manicomio resulta ser un pretexto
para destacar lo que vivió antes
de ser internada, lo que vivió
en el seno de una comunidad de Tehuantepec,
Oaxaca. Lo que ahí vivió
logró ser contenido en las paredes
del Palacio de la locura, sin ser advertido
por sus trabajadores. Se contuvo un acto
que tocó la estructura materna
de una comunidad organizada por las mujeres.
Otro acto por esos años, el movimiento
estudiantil, tocaba otra estructura, la
del poder de una revolución instituida.
Después
de cuatro décadas se abren los
expedientes. Petra abre el suyo y me pide
regresar a su pueblo, regresar de visita.
Regresar para volver a Tepexpan,
como dijo ella, sin más. Esta petición
fue recibida. Conviene al testimonio de
este viaje, leerlo en esa perspectiva,
la de un viaje a un lugar donde una comunidad
vio nacer y crecer a una niña a
la que de adolescente rechazó;
la que llegó a una ciudad que en
esos años limpiaba de jóvenes,
de estudiantes de preparatoria, sus calles;
la que en el abandono no rechazó
ni abandonó lo que vivió
y, por ello, decide hacer un viaje de
visita y mostrar con su cuerpo, el testimonio
de lo ocurrido y que con ello, mostrar
su no renuncia a un derecho, al derecho
de vivir.