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Conclusión
Aquí, me parece, viene a colación el asunto de la lectura en pantalla versus la lectura en papel (asunto muy discutido también en el blog del futuro del libro. En lo personal prefiero leer en papel, aunque confieso que ahora realizo al menos un treinta por ciento de mis lecturas en pantalla, sea por trabajo o por placer (nunca he podido adquirir la práctica de imprimir los documentos, no sabría dónde ponerlos y ya tengo alteros de fotocopias). En el caso de la página de José Antonio siempre la he leído directamente de Internet, pero cuando en cuanto tuve en mis manos Flor de Farola, impreso, encuadernado y empastado, releí todos los textos, ahora en su nueva presentación y leí por primera vez las adiciones hechas por su autor, para esta nueva forma de publicación.
Tengo una confesión que hacer: en este caso no sé por cuál de las dos versiones inclinarme. La edición electrónica me permite copiar y pegar una cita, hacer una búsqueda velocísima por palabras, ver en colores y muy cercanas a la realidad, fotografías de los documentos que el autor estudia, tener al mismo tiempo varios documentos y saltar de uno al otro. Leer el volumen físico me permite llevármelo a cualquier lugar (incluso por el formato: 17 x 10 centímetros, y 1.3 de lomo), revisar el índice analítico —inteligentemente incluido—, prestárselo a cualquier lector —especialmente a los no aficionados a leer en pantalla—, disfrutar del papel, la tipografía y el diseño editorial. Aquí no puedo sino felicitar a quienes compusieron el libro: la tipografía y el diseño me parecen muy bien resueltos y el resultado es un buen libro y de excelente manufactura.
Esta es una apreciación totalmente personal, desde luego, en ambos casos el contenido es prácticamente el mismo, con la excepción de que el libro tiene dos flores más y el sitio web ofrece mejor visibilidad de los originales; en ambos casos la lectura es placentera pero, al menos para mí, puede variar de un medio a otro. Es como si el tono del texto en papel cambiara, a pesar de que es exactamente el mismo que el de la pantalla; pero si a eso le añadimos que el ritmo de la lectura varía, porque se modifica cuando una página termina y debo dar vuelta para ir a la otra (en el sitio web, en cambio, el texto es un solo bloque, aunque esté dividido en párrafos), entonces la recepción del contenido se modifica. El orden, sin ir más lejos: es muy común que en un sitio de la red el usuario elija el orden en que lee los textos; en un libro impreso, en cambio, casi siempre se sigue el la lógica establecida por la numeración, en orden ascendente. El lector tiene la soberana libertad de saltarse pasajes o empezar por la mitad y luego hacer una lectura aleatoria, sí, pero honestamente casi siempre empezamos por el principio y acabamos por el final.
Ante la disyuntiva (que podría extenderse) yo apuesto por complementar ambos soportes. Si el lector tradicional desea conocer a la letra el contenido o el aspecto del cartel o del documento o si quiere conocer la fuente de donde fueron tomados los textos reproducidos por la editorial, que vaya a la red. Y para quienes apuestan por la vía virtual, puedo recomendar que no dejen de tener en sus manos el libro editado por Melusina, la experiencia será enriquecedora. Sólo me queda añadir que, además de hermoso y manejable, Flor de Farola representa un hallazgo en el mundo editorial: un libro que nació de una obsesión, se convirtió en una publicación electrónica no periódica y ahora puede integrarse, quizá en la sección de “comunicación”, como propone la casa editora, a las estanterías de nuestras casas.
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