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¿Arte secuencial o artes secuenciales?
Hoy en día, el término arte secuencial viene a designar
el medio de expresión que tradicionalmente hemos conocido
con el nombre de cómic. Delimitar el ámbito de este
arte popular ha sido siempre materia de discusión entre los
académicos, la denominación de arte
secuencial no es
ajena a esta polémica. Hay quien vincula a la prensa el origen
y las características del cómic (Couch, 2001, p. 60-74),
otros destacan la dependencia mutua de texto e imagen en este medio
(Harvey, 2001, p. 75-96), mientras que por último, los partidarios,
como Will Eisner, del término que nos ocupa en este artículo,
encuentran que lo específico del cómic es su carácter
secuencial.
Hablar de arte secuencial, sin embargo, comporta un problema. Cierto
es que el método del cómic consiste en articular “una
complejidad de pensamientos, sonidos, acciones e ideas en una disposición
secuenciada y distribuida de viñetas” (Eisner, 1985,
p. 13), pero, partiendo de esta definición, ¿podemos
concluir sin más que la secuencialidad es una característica
exclusiva dell cómic? De ser así, nada más fácil
que relacionar las palabras cómic y arte secuencial como si
fueran sinónimos. Ahora bien, ¿qué hay del cine? ¿no
articula también su mensaje a través de una disposición
secuenciada y distribuida de imágenes? pero no sólo
es el cine quien se ayuda de esta particularidad. El realizador S.M.
Eisenstein evocaba modelos anteriores al quejarse de lo difícil
que “es imaginar una secuencia de montaje con una composición
más sutil, plano a plano, que la que crean nuestras piernas
paseando entre los edificios de la Acrópolis” (Eisenstein,
1991, p. 89). Siguiendo este hilo, ¿acaso no son secuencias
también algunos retablos medievales o las “viñetas” del
Via Crucis? ¿Y qué decir de la dispositio, tal y como
se define desde la retórica literaria: “elección
y ordenación favorables, en el discurso concreto de los pensamientos
de que dispone el orador […], de las formulaciones lingüísticas
[…] y de las formas artísticas (Lausberg, 1963, p.
37)?
A tenor de estos ejemplos, parece más bien que,
en lugar de “arte secuencial”, deberíamos hablar
de artes secuenciales.1 En sentido estricto, esta denominación
podría
aplicarse a cualquier medio de expresión, artístico
o no, cuya “escritura” esté basada en una disposición
sucesiva y temporalizada de sus significantes. No es objeto de este
artículo discutir cuál es la deuda que tiene el cómic
con otras artes secuenciales como son el cine o ciertos tipos de
pintura y fotografía. Nuestra intención es simplemente
la de constatar, sin juicios de valor, cuáles han sido las
diferentes manifestaciones de la secuencia como método de
composición artística, cómo han evolucionado
dichas manifestaciones en los distintos medios y, teniendo esto en
cuenta, analizar qué novedades aporta el cómic al concepto
de secuencia, tan antiguo como la Historia misma.
Un buen punto de partida para estudiar la secuencialidad en el arte es el Laocoonte de G.E. Lessing. En su intento de trazar una frontera entre el arte pictórico y el poético, Lessing concibe ambos como paradigmas de dos métodos, aparentemente opuestos, de composición: mientras que la pintura está basada en la simultaneidad, la poesía se apoya en la sucesión. En su Áyax, Sófocles relata la tragedia del héroe griego de manera secuencial. Primero, Odiseo descubre un rastro de sangre cerca de la tienda de Áyax; luego, Atenea le revela que es sangre de oveja: la diosa ha hecho creer a Áyax que las formas del rebaño pertenecían a los jefes aqueos; por último, se devela que Áyax ha matado a las ovejas, este, sintiéndose culpable, se suicida al final del texto con su propia espada. ¿De qué manera se puede representar este mismo episodio en un cuadro? El pintor Timómaco lo intentó, pero el método de su Áyax Furioso es bien distinto al del dramaturgo, pues el artista que pinta un cuadro se ha de contentar con uno solo de estos instantes. Así pues, Timómaco retrata al héroe “después de tan insensatas proezas, agotado, sentado y en el momento en que toma la decisión de quitarse la vida”. (Lessing, 1977, p. 60) Al contrario que el pintor, “nada obliga al poeta a centrarse en un solo momento”. (Lessing, 1977, p. 64) Por eso, Homero, incluso cuando se propone describir el carro de Juno, encadena detalles sucesivos haciendo que
[…] Hebe lo componga ante nuestros ojos, pieza por pieza. Vemos las ruedas, los ejes, el asiento, la lanza del carro, las correas y las cuerdas no tanto en el conjunto que naturalmente forman, cuanto del modo y la manera como van formando una unidad bajo las manos de Hebe. (Lessing, 1977, p. 168)
Es decir, siguiendo paso por paso la secuencia
natural del montaje de un carro. Para Lessing, por tanto, la secuencia
es connatural a la poesía, entendiendo como tal todo arte
que existe dentro de la dimensión del tiempo2. Lo ajeno
a la secuencialidad, por otro lado, pertenece al ámbito
de la pintura, o para ser más precisos, a las artes figurativas
y espaciales. Se da así la paradoja de que, si secundamos
el postulado de Lessing, artes secuenciales como el cine y el cómic,
tendrían
más que ver con el método de composición homérico,
que con el discurso visual de la pintura.
Más adelante tendremos oportunidad de discutir esta conclusión
que se desprende del Laocoonte. Mientras tanto, nos conformaremos
con analizar uno solo de sus puntos: el innegable vínculo
que existe entre secuencia y narración, o por decirlo de otro
modo, entre secuencia y tiempo.
En efecto, no es muy aventurado decir que sin secuencia no puede haber sucesión temporal y, por tanto, tampoco narración. Ya advierte Todorov que, para que un enunciado sea narrativo, éste debe:
relater des actes, des gestes ou des événements ayant entre eux une “relation de sucession” et dévelopant “un rapport de transformation”. (Todorov, 1978, p. 66)
En otras palabras, de una manera u otra, toda secuencia implica:
1. Que los elementos que la componen sean sucesivos.
2. Que entre ellos haya una relación temporal, explícita
o implícita.
Para que en la serie de elementos se pueda dar un proceso de transformación,
que se traduce en términos de movimiento, de tiempo o de narración.
Por lo tanto, a la hora de estudiar la naturaleza de las diferentes
manifestaciones de la secuencia, atenderemos a estos dos criterios:
el modo de sucesión y el modo de relación temporal
que existe entre los elementos de la secuencia.
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Modos de sucesión
Para entender mejor el concepto de secuencia
usaremos dos ejemplos extraídos de la observación
cotidiana; el primero es de Rudolph Arnheim, el segundo de Henri
Bergson.
Tomemos el caso de una bailarina que cruza el escenario de un lado
a otro dando saltos. El movimiento de la bailarina, como un todo,
es indivisible. Es difícil decir qué punto de la actuación
pertenece al presente y cuál al pasado. Arnheim se pregunta: “¿qué parte
de la actuación pertenece al presente? ¿El segundo
más reciente de la misma o tal vez una fracción de
ese segundo? Y si el salto entero pertenece al presente, ¿en
qué punto de la actuación anterior al salto acaba el
pasado?” (Arnheim, 1974, p. 410). Por regla general, el espectador
no se hace este tipo de preguntas. Lo más probable es que,
absorto en la danza, ni siquiera se percate del paso del tiempo.
Toda su atención está puesta en la imagen de movimiento
que se está produciendo en escena. Y aunque, como hemos dicho,
el movimiento es indivisible en sí mismo, el espectador ha
percibido la coreografía como una secuencia de fases; es decir,
como una sucesión de saltos que, juntos, significan el movimiento
completo.
Bergson también se refiere a esta constante de la mente humana
a la hora de percibir el movimiento y el tiempo como una serie de
fases o “cortes” inmóviles. El filósofo
francés relata cómo, absorto en su trabajo, escucha
repentinamente el reloj de una habitación vecina. Bergson
sólo repara en el sonido del reloj cuando da la quinta campanada.
Tan concentrado estaba que apenas se había dado cuenta del
paso del tiempo, pero al salir de su ensimismamiento recuerda las
cuatro campanadas anteriores (de las que había sido apenas
consciente mientras escribía), y pone especial atención
a las siguientes. La irrupción de un elemento de discontinuidad,
la quinta campanada, le permite percibir el resto de la secuencia,
compuesta asimismo por una sucesión de elementos discontinuos:
silencio, campanada, silencio, campanada, etc. Así, allí “donde
no hay más que una suave pendiente” [el paso del tiempo
entre la primera campanada y la última] “siguiendo la
línea quebrada de nuestros actos de atención, creemos
percibir los peldaños de una escalera” (Bergson, 1977,
p. 9)
Sin duda, a la hora de formarse una imagen del movimiento o del tiempo,
el ser humano tiene la tendencia de representar secuencialmente,
a modo de “escalera”, las fases de dicho movimiento o
progresión temporal.3
Podemos decir, por tanto, que lo secuencial tiene lugar cuando nuestra
percepción junta dos fenómenos
separados y forma con ellos una imagen generalizada de movimiento.
En los relojes, el ballet, el cine y las artes performativas en general,
dichos fenómenos (llamémoslos a partir de ahora “significantes”)
se suceden mediante el montaje. Cada campanada da paso a la siguiente
dejando, como mucho, una leve traza en la memoria; cada salto que
da una bailarina sustituye al anterior, que desaparece para dar cabida
a una nueva fase de la coreografía; cuando la narración
de una película salta de una escena a otra, la segunda ya
no deja ver la primera. En las secuencias de montaje los significantes
se suceden uno encima de otro en una relación de sustitución.
Pero ésto no ocurre sólo en los ejemplos que acabamos
de citar. La secuencia de montaje también se verifica en las
narraciones hipertextuales, donde una página da paso a otra
en función
de una relación de contigüidad basada en un término
o palabra común; y el mismo fenómeno se da en algunas
narraciones gráficas, como es el caso de Mitsou, historia
de un gato, de Balthus y Rilke, donde las ilustraciones de Balthus,
al estar impresas sólo en las páginas de la derecha,
se suceden una encima de la otra al pasar de página.4
No podemos pasar por alto el hecho de que precisamente éste
es el mismo método de composición que utiliza el cómic.
Igual que en estos retablos, en el cómic se yuxtaponen (es
decir, se representan una al lado de la otra) diferentes fases de
la acción de un personaje para dar forma a una imagen de movimiento.
Cuando en una viñeta echa para atrás el pie un futbolista
y, acto seguido, en la viñeta contigua el balón sale
disparado, el lector puede ver la patada completa. Es decir, evoca
en su mente una imagen generalizada del movimiento del pie. El paralelismo
entre el cómic y la pintura secuencial no es exacto ya que,
por lo general, en esta última no se trata de representar
el movimiento anatómico, como en el ejemplo del futbolista,
sino un movimiento de mayor amplitud; en el caso del Tríptico
Haywain, el movimiento simbólico de la Caída. El principio,
sin embargo, es el mismo. La composición del cuadro tiene
su eje en una línea descendente y sinuosa, marcada por la
caída de los ángeles de la parte superior. Dicha línea
impone un vector de lectura, de arriba abajo y en zig-zag, a lo largo
del cual se estructuran las tres fases simbólicas de la caída
moral (pureza, pecado y castigo), que se suceden en una relación
causa-efecto. La típica secuencia de cómic está ya
prefigurada aquí y, sin embargo, ejemplos como éste
de El Bosco, todavía conservan algunos aspectos de esa simultaneidad
que Lessing considera legítima y connatural a la pintura,
al menos en lo que respecta al espacio: al contrario de lo que ocurre
en el cómic, el espacio se representa de manera continua en
el retablo.
Como modos de sucesión, la yuxtaposición y el montaje no presentan diferencias sustanciales, al menos en cuanto a su objetivo, que es idéntico: componer una imagen generalizada de movimiento. La única diferencia que hay entre ambos métodos es, todo lo más, perceptiva. Mediante el montaje se disponen los elementos de la secuencia a lo largo del eje temporal, mientras que al yuxtaponerlos se colocan uno al lado del otro en el espacio. En el cómic y en el retablo el tiempo se traduce a términos espaciales. Es por eso, quizá, que en los medios secuenciales por yuxtaposición el lector tiene que hacer un esfuerzo mental mayor por abstraerse de los elementos individuales de la secuencia y reducirlos a una imagen unitaria de movimiento; esfuerzo que, por otro lado, resulta mínimo cuando contemplamos una película o un espectáculo de ballet.
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Modos de relación temporal: secuencias explícitas
y secuencias implícitas
Al hablar de las características de la secuencia, decía
que no basta con que los significantes que la componen sean sucesivos;
además tiene que haber entre ellos una relación temporal.
La secuencia implica sucesión, pero no todas las sucesiones
son secuenciales. Por ejemplo, en las series de símbolos que
podemos encontrar en los tests psicotécnicos (fichas de dominó,
cubos, etc.), hay sucesión pero no secuencialidad, puesto
que dichos símbolos guardan entre sí una relación
lógica, pero no temporal. Asimismo, en medios esencialmente
secuenciales como el cómic, también es posible encontrar
series no secuenciales de significantes visuales, por ejemplo, yuxtaposiciones
de viñetas unidas por un criterio temático, metafórico
o meramente estilístico.6
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La cronología del movimiento
Ahora bien, a la hora de establecer la cronología del relato
(o la cronología del movimiento), es sabido que el vector
de lectura no tiene por qué coincidir con el vector temporal
de la fábula. Por citar un ejemplo conocido, en el film Memento
(2000), de Christopher Nolan, el vector de lectura guarda una relación
inversa con el vector temporal de la fábula, pues la narración
avanza hacia atrás, es decir, desde un momento posterior en
la secuencia de acontecimientos hasta uno anterior, el cual coincide
con el final de la película. Más comunes que esta inversión
total del sentido vectorial de la secuencia, son las analepsis y
las prolepsis, términos con los que Genette designa las técnicas
de flashback y flashforward, o por decirlo de otra manera, de desorden
en la secuencia cronológica lineal.
En resumidas cuentas, una secuencia con vector
de lectura explícito,
es decir, una secuencia cuyo vector de lectura está impuesto
por la propia obra, ya sea por una convención del medio o
por las características compositivas de la obra, puede dar
lugar a las siguientes posibilidades:
a. Secuencia cronológica.
b. Secuencia cronológica inversa.
c. Secuencia retrospectiva (analéptica).
d. Secuencia prospectiva (proléptica).
Por lo general se suele aplicar el término “secuencial” a
aquellos artes en los que el vector de lectura es explícito.
Pero no debemos asumir que la secuencia explícita (llamemos
así, desde ahora, a cualquier secuencia con vector de lectura
explícito) es la única manera de sugerir una imagen
de movimiento.
La búsqueda del movimiento ha sido siempre una de las preocupaciones
capitales en la historia de las artes figurativas. Eisenstein se
preguntaba si “los dioses hindúes de múltiples
brazos no nos están queriendo transmitir, de hecho, una secuencia
de movimientos mediante la representación de varios brazos”;
tradición que llega hasta “los dibujos futuristas de
gente con diez piernas dibujadas en ocho fases distintas de movimiento” (Eisenstein,
1991, p. 140-141). Nada hay de secuencial en este tipo de representaciones
del movimiento, o al menos no lo hay en cuanto a la manera en que
leemos estas obras. No hay en ellas vector de lectura que obligue
al espectador a estructurar sus percepciones en cierto orden. Arnheim
nos advierte que no debemos confundir secuencia con movilidad, ya
que de esta confusión nacen interpretaciones erróneas:
Se ha afirmado, por ejemplo, que la pintura y la escultura son tan “arte temporal” como la música y el teatro, porque el observador tiene que recorrer con la vista toda la superficie de la obra, y por lo tanto percibe sus partes en sucesión. En realidad, el orden de un cuadro existe solamente en el espacio, en la simultaneidad […] El recorrido de la mirada no tiene por qué seguir las direcciones vectoriales creadas por la composición. (Arnheim, 1974, p. 413-414)
Efectivamente, una estatuilla de Shiva (dios
de la destrucción,
pero también del baile) y una pintura de Giacomo Balla, no
son “arte temporal” en el mismo sentido en que lo es
un cómic o el Tríptico Haywain. Al menos no en lo que
respecta a la jerarquización temporal de las percepciones
del lector. Sin embargo, ya hemos visto al estudiar los diferentes
tipos de secuencia explícita, que cuando hablamos de vectores
en una secuencia, no sólo hablamos de un vector de lectura,
sino también de un vector imaginario, cronológico:
el vector de la fábula, a lo largo del cual el lector dispone
de forma lineal en su mente las fases del movimiento o los acontecimientos
narrados, y que constituye el esqueleto de la imagen de movimiento
producida por la obra. Supongamos que podemos encontrar una obra
de arte pictórico (por seguir utilizando el término
de Lessing), que aun careciendo de vector de lectura, es decir, que
aun existiendo plenamente en una dimensión de simultaneidad,
sea capaz de evocar sin ningún género de dudas un vector
de fábula bien definido, esto es, una secuencia imaginaria.
Si logramos encontrar una obra así, ¿no sería
legítimo aplicarle también el adjetivo de secuencial?
Nuestra intención aquí es matizar la anterior advertencia
de Rudolph Arnheim, la cual sigue una línea de razonamiento
totalmente lessingniano, poniendo al lado de la secuencia explícita
(la que comúnmente asociamos con las artes secuenciales),
otro tipo de secuencia que, aun existiendo en el seno de la simultaneidad
(valga la paradoja), produce una imagen de movimiento basándose
en principios similares. A este tipo de secuencia la llamaremos secuencia
implícita.
Consideremos, para estudiarla, una de esas obras sin vector de lectura,
pero con vector de fábula, que acabamos de postular. Por ejemplo,
la siguiente fotografía:
El vector de la fábula está perfectamente definido, hay un antes y un después en la sucesión de acontecimientos y esto es así debido a la particular, aunque quizá fortuita, estructuración de los significantes. Estamos ante una verdadera secuencia implícita, en la que, a pesar de la simultaneidad de los significantes, se da una imagen de movimiento, una historia, en la mente del espectador. Representada esquemáticamente, la secuencia implícita de esta fotografía, tendría la siguiente forma:
Siendo “2” el momento del tiempo en que Robert Capa tomó la fotografía, y “1” y “3”, los momentos anterior y posterior sugeridos por este.
Podría aducirse que el “efecto de secuencia” que
se produce en este ejemplo tiene que ver con el hecho de que, al
tratarse de una fotografía, forma parte de una secuencia real
de acontecimientos. Una argumentación inversa, sin embargo,
parece explicar mejor este “efecto”. Lo secuencial en
esta fotografía se deriva no tanto de nuestro conocimiento
del contexto (un espectador que desconozca que Bilbao fue bombardeada
en el 36 puede fácilmente interpretar la fotografía
del mismo modo que hemos hecho aquí) sino de la particular
disposición de los significantes. Si en lugar de mirar hacia
el cielo, la madre hubiese dirigido la vista hacia un escaparate,
la fotografía de Capa, a pesar del contexto, no hubiera podido
evocar la desesperada secuencia que hemos descrito arriba.
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La secuencia implícita
La secuencia implícita, tal y como la hemos definido, nada tiene que ver con la presencia de lo “real” tras la obra. Al contrario, como método de composición para lograr una ilusión de movimiento, la secuencia implícita era ya bien conocida y ampliamente usada por los maestros de la pintura. Tomemos el cuadro de Rubens, La Venus en el abrigo de pieles:
Este retrato de la esposa de Rubens ha sido justamente celebrado por su movimiento vacilante. Parece como si la mujer del cuadro no pudiera decidirse entre mostrar su desnudez o apartar pudorosamente sus encantos de nuestra mirada. ¿La hemos sorprendido quizá en un momento de intimidad y trata de cubrirse con el abrigo de pieles? ¿O tal vez se gira hacia el espectador dejando que el abrigo se deslice descaradamente cintura abajo? John Berger trata de explicar la técnica que hay detrás del titubeo de la retratada:
Her appearance has been literally re-cast by the painter’s subjectivity. Beneath the fur that she holds across herself, the upper part of the body and her legs can never meet. There is a displacement sideways of about nine inches: her thighs, in order to join on to her hips, are at least nine inches too far to the left.
Rubens probably did not plan this: the spectator may not consciously notice it. In itself is unimportant. What matters is what it permits. It permits the body to become impossibly dynamic. Its coherence is no longer within itself but within the experience of the painter. More precisely, it permits the upper and lower halves of the body to rotate separately, and in opposite directions, round the sexual centre which is hidden: the torso turning to the right, the legs to the left. (Berger, 1972, p. 61)
o también podríamos “leer” el cuadro a
la inversa: el momento de timidez del torso bien puede preceder al
de osadía que anuncian las piernas, para lo cual deberíamos
invertir el orden de las dos “viñetas” anteriores.
Eisenstein califica de “puramente cinematográficos” este
tipo de trucos pictóricos, que al contrario que las estatuillas
de Shiva o los dibujos futuristas
No presentan fases de secuencias de movimiento en el tiempo del movimiento de un miembro representado varias veces, sino que despliegan esas fases una tras otra en diferentes partes del cuerpo. Así, [refiriéndose a los techos de Tintoretto] el pie está en posición A, la rodilla ya en la fase A + a, el torso en la fase A + 2a, el cuello en la A + 3a, el brazo levantado en la A + 4a, la cabeza en la A + 5a, y así sucesivamente. (Eisenstein, 1991, p. 141)
Esta forma de manifestarse la secuencia en el
seno de la simultaneidad no la tuvo en cuenta Lessing cuando escribió el
Laocoonte. Lo irónico es que esta misma escultura de la
que se servía
Lessing como ejemplo para justificar la línea divisoria que
quiso trazar entre arte poético y pictórico, constituye
precisamente un caso de secuencia implícita. Lessing no podía
saberlo, pues no fue hasta un siglo más tarde, gracias a los
experimentos de Guillaume-Benjamin-Arnaud Duchenne sobre la estimulación
eléctrica de músculos separados, que se descubrió que
el rostro del Laocoonte tiene contraídos dos grupos de músculos
que no pueden ser accionados a la vez8. “Los rasgos del rostro
(del Laocoonte), distorsionados por el dolor, aparecen en dos fases
diferentes que dan una expresión facial físicamente
imposible” (Eisenstein, 1991, p 146)
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Conclusión
Al comienzo de este artículo partíamos
de Lessing para definir el concepto de secuencia. Pero por acertados
que fueran sus análisis de la secuencialidad en el arte poético,
si evaluamos, como hemos hecho, las diferentes manifestaciones de
la secuencia en las artes figurativas, resulta evidente que no es
tan fácil trazar una línea divisoria clara entre el
método pictórico y el método poético
como la que pretendía Lessing. Por mucho que éste considerase
los retablos secuenciales como “una intrusión del pintor
en el terreno del poeta” (Lessing, 1977, p. 185), no podemos
negar la existencia de secuencias explícitas como la del Tríptico
de Haywain ni desdeñar tan fácilmente su eficacia.
Por otro lado, Lessing no dio la importancia que se merecía
a la técnica de la secuencia implícita en la pintura.
Gracias a ella, maestros como Rubens, Brueghel (y aún podemos
citar a otros como Daumier o Watteau) han logrado representar cadenas
de acciones repartiéndolas de forma simultánea a lo
largo de uno o más cuerpos humanos, erigiendo obras que refutan
en la práctica la afirmación de que “las acciones
son el objeto propio de la poesía” (Lessing, 1977, p.
165).
Aunque Lessing admitía la existencia de obras pictóricas
donde ciertos detalles “se encuentran en un momento ligeramente
anterior y otros en un momento ligeramente posterior” (Lessing,
1977, p. 186), el ensayista alemán no quiso reconocer que
estas obras supusieran una forma de reconciliación entre lo
secuencial y lo simultáneo. Es decir, el punto de encuentro
entre arte poético y arte pictórico.
Al contrario que Lessing, no vemos que tenga ninguna utilidad seguir
negando este punto de encuentro, el cual hemos identificado en la
secuencia implícita. Al fin y al cabo, ¿no son también
secuencias implícitas algunas formas de poesía oriental,
como este tanka japonés, donde, como en Rubens, se da una
secuencia de acciones en el ámbito de la simultaneidad?
La mariposa está volando.
La mariposa se ha ido a dormir.9
¿Y quién se atrevería a negar, hoy en día, que
el primer capítulo de El ruido y la furia constituye una narración
secuencial, a pesar de que ninguna de las acciones que describió allí Faulkner
están marcadas temporalmente?
Todas las consideraciones que hemos hecho sobre la secuencia a lo
largo de este artículo tienen dos objetivos. El primero: proponer
una definición extendida del concepto de secuencia que incluya
dentro de sus límites la secuencia implícita tal y
como la hemos definido. De este modo, el estudio de ciertos efectos
de movimiento en la pintura y el cómic, como los que hemos
discutido antes en Rubens, Brueghel y Hergé, podría
beneficiarse de las herramientas propias de la Poética que
usamos para analizar cualquier narración secuencial. Al estar
basada la secuencia implícita en el mismo principio pars pro
toto que la secuencia explícita, sería posible, por
ejemplo, aplicar conceptos como el de la metonimia para explicar
la técnica de Tintoretto descrita por Eisenstein. Por otro
lado, ya que en la secuencia implícita se unen lo poético
y lo pictórico, también tendría cabida la posibilidad
inversa. ¿Por qué no usar la teoría de la Gestalt
para explicar a Faulkner o la poesía tanka?
El segundo propósito de nuestras reflexiones acerca de la
secuencialidad en el arte tiene que ver más directamente con
el medio cuya denominación poníamos a prueba al comienzo
de este artículo: el cómic. Más de dos siglos
y medio después de la redacción del Laocoonte, es importante
matizar las tesis de Lessing porque éstas siguen teniendo
una gran influencia en la crítica de las artes. Situar lo
narrativo y lo descriptivo en compartimentos estancos separados,
es todavía cosa común; secuencia y simultaneidad son
aún tomados como un binomio de opuestos, dentro del cual,
suele tomarse partido por uno u otro a la manera que Derrida denunció incansablemente.
Prueba de ello es que hoy aún son mayoría los que creen
que las facultades narrativas del cómic se derivan exclusivamente
del cine y de la literatura, cuando no se escucha (en el peor de
los casos) que tan sólo se trata de un arte bastardo, hibridación
de los otros dos. Muy al contrario, en estas páginas hemos
aportado un suficiente número de ejemplos que prueban que
los principios básicos de narración secuencial en los
que se basa el cómic, no sólo estaban ya presentes
en la pintura y la escultura de la Antigüedad (recordemos, precisamente,
la estatua del Laocoonte), sino que eran utilizados como moneda de
cambio cotidiana desde el Renacimiento. ¿No ha habido acaso
algo potencialmente narrativo desde siempre en la pintura? ¿Algo
que, contenido dentro de los límites del marco, sale despedido
por fin hacia fuera gracias a la fuerza centrífuga del cómic?
Una vez llegada la era de la reproductibilidad del arte (por usar
el término de Walter Benjamin) se alcanza la técnica
que permite fragmentar la secuencia implícita e imprimirla
horizontalmente sobre el papel viñeta tras viñeta;
mientras que, por otro lado, la secuencia explícita deja de
necesitar la continuidad espacial que le exigían los retablos:
la reproducción fotomecánica no impone ya ningún
límite al número de escenas que se pueden yuxtaponer.
Pero no queremos con todo esto argumentar que los mecanismos secuenciales-narrativos
del cómic se derivan únicamente de las artes figurativas,
sino simplemente poner en cuestión la relación antitética
del binomio secuencia / simultaneidad. Es, creemos, en el cómic,
donde se halla la prueba de que ambos miembros del binomio son, en
realidad, complementarios. Scott McCloud denunció que “el
pensamiento tradicional sostiene que las verdaderas obras de la pintura
y la literatura sólo son posibles en la medida en que ambas
se mantengan a prudente distancia” (McCloud, 1993: 140). El
cómic no sólo acorta la distancia entre ambas artes
al juntar texto e imagen: la acorta también incluso cuando
se vale tan sólo de imágenes para contar y mostrar
a la vez. Es decir, cuando pone en secuencia y, al mismo tiempo,
describe.
Es por eso que cualquier estudio sobre la secuencialidad del cómic,
no sólo es útil por lo que pueda enseñarnos
sobre la secuencia per se, sino también por lo mucho que puede
ayudar a darnos cuenta de lo cerca que en el fondo siempre han estado
las artes poéticas y las artes pictóricas, cuando tan
lejos las creíamos.
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