Vol. 24, núm. 6 noviembre-diciembre 2023

Ataques de depresión

Morgana Carranco Cita

Resumen

En este texto, la autora describe cómo ha experimentado la depresión. Al mismo tiempo, nos comparte las dificultades de averiguar, comprender y aceptar los trastornos psiquiátricos que padece, así como la importancia de nombrarlos, para poder así enfrentarlos y vivir con ellos. Palabras clave: depresión, trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, neurodivergencia, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, TDAH.
Palabras clave: depresión, trastorno depresivo mayor, trastorno depresivo persistente, neurodivergencia, trastorno por déficit de atención con hiperactividad, tdah.

Depression attacks

Abstract

In this text, the author describes how she has experienced depression. At the same time, she shares the difficulties of finding out, understanding, and accepting her psychiatric disorders, as well as the importance of naming them, in order to be able to face them and live with them.
Keywords: depression, major depressive disorder, persistent depressive disorder, neurodivergence, attention deficit disorder and hyperactivity, adhd.

Crisis

Comienza con un pequeño golpe en la boca del estómago, que se propaga en rápida vibración por todo el cuerpo. En seguida, llegan las ganas de llorar y, por supuesto, las lágrimas. Por último, la desesperanza y el sentimiento de que ya no quiero seguir, que sería mejor desaparecer mágicamente. Que vivir es muy cansado y que en realidad no vale la pena. A veces esa sensación desaparece después de un rato de llanto. Otras, se queda por mucho, hasta que mi cuerpo se cansa y, como protección, consigue dormir.

Esto sucede, no como yo lo esperaría, ante los eventos más nimios: el no poder encontrar cierta blusa, que no me respondan un correo, que mi madre me pida —de la manera más educada que existe — que mueva un fólder que había dejado en la mesa durante días. No pasa, como es de suponerse, ante noticias trágicas. La vez que me dijeron que se había muerto mi tío, además de que no lo podría creer, reaccioné de manera muy controlada: estaba entera. Le pregunté a mi tía que cómo estaba y si podía ayudarle en algo, tras lo cual le avisé a mis papás y hermana. Por supuesto que la tristeza terminó por alcanzarme y lo lloré como lo hicieron el resto de mis primos, exceptuando a sus hijos. Pero eran otro tipo de lágrimas: de despedida, de tristeza, de duelo.

Entonces, ¿por qué la vez que tuve que salir tarde del trabajo terminé así? ¿Por qué si mi hermana dice que hizo algo pensando en mí, siento que soy una carga y lloro? ¿Por qué de la nada, si viene a mí un recuerdo bello o desagradable o me encuentro con una situación difícil, acabo en llanto? Llamo a estos momentos ataque de depresión. Los llamo, porque es importante nombrar las cosas, y porque hasta ahora no he encontrado una descripción acertada de ellos. Y sí, si te has topado con algo parecido, podrías tener síntomas de depresión. Te lo digo desde mi opinión experta en experimentarlos.

Según la Organización Mundial de la Salud (oms):

En un episodio depresivo, la persona experimenta un estado de ánimo deprimido (tristeza, irritabilidad, sensación de vacío) o una pérdida del placer o del interés por actividades. […] Estos episodios abarcan la mayor parte del día, casi todos los días, durante al menos dos semanas. ( oms, 2023)

A pesar de que me identifico con todo eso, debo de decir que, por mucho tiempo, no sentí que estuviera propiamente diagnosticada. Mi psicóloga de hace años decía que en la adolescencia había tenido episodios depresivos y, de hecho, lo que ella buscaba evitar en mí, al inicio de la pandemia de la covid-19, era que cayera en uno de ellos. No obstante, nunca escuché de ella las palabras “tienes depresión”, así que a veces aún dudaba de ello, porque ningún experto hasta esa fecha me lo había dicho explícitamente. Sí, nombrar es importante.

Un episodio depresivo sigue siendo depresión, pero puede sólo sucederles a las personas una vez en la vida. No es mi caso. Si tuviera que alinearme con alguna descripción de esas páginas de consulta general, sería con el de la National Institution of Mental Health, de Estados Unidos. Ahí exponen que los síntomas —además de ese sentimiento de tristeza, ansiedad o vacío y pérdida de interés, que muchas de las personas le adjudican— son el pesimismo o falta de esperanza, sentimientos de culpabilidad, inutilidad o impotencia, fatiga o sensación de estar más lento, problemas para concentrarse, recordar o tomar decisiones, trastornos del sueño, cambios alimenticios, irritabilidad, dolores físicos y pensamientos de muerte (2021).


Pensamientos negativos en un ataque de depresión

Yo experimento todos esos de síntomas. A veces los siento al mismo tiempo; otras, aislados o en sus diversas combinaciones. Pero hasta ahora, en mi búsqueda, no he encontrado lo que yo denomino ataque de depresión. Sí hay, en cambio, muchas páginas de otros tipos de ataque: de ansiedad y de miedo. Al principio pensaba que lo que me pasaba era alguno de estos otros tipos; pero no, es diferente.

Es verdad que en los tres tipos hay una suerte de descontrol, pero te llevan a distintos lugares y, por supuesto, tienen diferentes causas. Si tuviera que emparentar el ataque de depresión de manera más cercana con alguno, diría que se parece más al de pánico, puesto que ambos son repentinos y sin causa aparente —o al menos no una causa nombrable—. A pesar de que no presenta la demás sintomatología —sentir peligro inminente, miedo a morir o a perder el control o desmayarte, taquicardia, sudor, temblores, escalofríos, mareos, náuseas, sensación de que te sofocas y te falta de aliento, y dolor en el pecho, abdomen o cabeza (Mayo Clinic, 2018)—, lo otro que tienen en común es la sensación de irrealidad o desconexión.

En ciertas ocasiones me sucede que en un ataque de depresión puedo percibir, si estoy muy atenta, cómo me voy separando de la realidad; y cómo si dejo que se vaya más allá y tome control, entro en un lugar donde no valgo, en el que nadie me quiere y la desesperación es tanta que necesita acabar. Pero he aprendido una técnica para evitarlo: llorar más fuerte y decirme las cosas que son verdad, pero que olvido: que hay gente que me quiere, que todo va a estar bien, que hay cosas peores. Así, cuando tengo energía, poco a poco logro tranquilizarme. Cuando no, simplemente espero que logre dormir pronto.

Detesto cuando tengo un ataque de depresión, pero el nombrarlos me ha ayudado a tener más control sobre ellos, me han hecho ver que presentaban en mí un patrón y que puedo hacer algo para remediarlos. Observar sus variantes y ver si otros los han experimentado. Espero que nunca te hayas sentido así, pero si lo has hecho, que sepas que otros hemos estado ahí, y, más importante, que hemos regresado.

Epílogo

Meses después de haber escrito lo anterior, y como resultado de una búsqueda activa de atención psicoterapéutica y psiquiátrica, por fin me diagnosticaron con todas sus letras: “Trastorno depresivo mayor recurrente” —se considera que es recurrente cuando el estado de ánimo depresivo ha durado por más de dos años y se manifiesta durante la mayor parte del día— (Coryell, 2022).

Como consecuencia, me recetaron un antidepresivo: fluoxetina. Durante el primer mes y medio de tomarla no sentí nada. Pero, de manera muy sutil, con el paso del tiempo, fui notando que los ataques de depresión eran menos fuertes. Que la sensación de tormenta y vacío llegaba, pero no se instalaba en mí. Que iba cediendo, apareciendo menos. Ahora siento que las cosas son más llevaderas. No todo el tiempo. No en todas las situaciones. Pero en general estoy más tranquila.


Imagen de una mujer caminando entre los ataques de depresión

Sin embargo, no sólo tenía depresión. También me detectaron Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (tdah), presentación combinada. Según el dsm, “el tdah es un trastorno del neurodesarrollo definido por niveles problemáticos de inatención, desorganización y/o hiperactividad-impulsividad” (apa, 2014, p. 32). La presentación combinada, como su nombre lo indica, implica síntomas tanto de inatención y desorganización como de hiperactividad-impulsividad. Por ello, en cuanto a la inatención, a menos que el tema me interese mucho, me cuesta trabajo prestar y mantener la atención, tengo algunas dificultades de organización y me falta motivación para realizar actividades que requieren un esfuerzo mental sostenido. Al mismo tiempo, en cuanto a la hiperactividad, es raro que me pueda mantener quieta en un lugar por mucho tiempo: me levanto, cambio de posición y muevo mis pies, aprieto mis manos o jalo mi cabello de manera constante. También, en ocasiones, hablo mucho y si no me controlo interrumpo las conversaciones. Odio esperar mi turno, puedo actuar impulsivamente y suelo preferir las recompensas inmediatas en lugar de las de largo plazo (apa, 2014, pp. 59-61)

Tal vez la conjunción de ambos trastornos psiquiátricos es la razón de que yo experimente de esta forma la depresión. Tal vez mi “baja tolerancia a la frustración, la irritabilidad y la labilidad del estado de ánimo” (apa, 2014, p. 61) que causa el tdah hacen que sea más sensible a los estímulos, que las cosas más pequeñas me hagan sentir tan mal.

A la distancia, ambos diagnósticos tienen mucho sentido y no puedo creer que haya pasado toda mi vida culpándome por rasgos y reacciones que están más allá de mí. No obstante, el nombrar mis condiciones me ha ayudado a conocerme más y a tratar de buscar estrategias para vivir con ellas, tanto psiquiátricas y psicoterapéuticas, como herramientas individuales. Es verdad que encontrar y conservar la salud mental es un proceso, es algo constante; parafraseando a Cortázar, la salud mental se debe de abordar como una novela y no como un cuento: se gana por puntos, no por knock out.

Referencias

Recepción: 06/11/2023. Aceptación: 13/11/2023.

Vol. 25, núm. 2 marzo-abril 2024

Sobre el estigma hacia personas exreclusas: ¿realmente aceptamos su reinserción social?

Gabriela Godoy Rodríguez y Roberto Lagunes Córdoba Cita

Resumen

El reingreso de las personas que estuvieron en la cárcel a la sociedad general es ya una realidad del presente. Sin embargo, aún nos cuesta asimilar esta realidad y aceptarla. Sin darnos cuenta, tenemos una serie de comportamientos que limita las oportunidades de vida de la persona que estuvo en prisión, y perpetúa comportamientos que deseamos eliminar. Esto se ha estudiado desde la psicología bajo el nombre de estigma público, que está integrado por emociones, pensamientos y comportamientos; y se ha observado que las emociones son un elemento clave para predecir si habrá comportamientos de exclusión hacia estas personas.
Palabras clave: reinserción, estigma, creencias, afectos, discriminación.

Regarding the stigma towards formerly incarcerated individuals: do we genuinely accept their social reintegration?

Abstract

The re-entry of individuals who have experienced incarceration into society is a current reality. Nevertheless, grappling with and fully embracing this reality remains a challenge. Unbeknownst to us, our behaviors inadvertently curtail the opportunities for those who have been in prison, perpetuating patterns that we aim to eradicate. Psychology has delved into this phenomenon, labeling it as public stigma. Comprising three key components —emotions, thoughts, and behaviors— this stigma plays a pivotal role, with emotions emerging as a crucial factor in predicting whether exclusionary or integrative behaviors will prevail.
Keywords: reintegration, stigma, beliefs, affections, discrimination.


Introducción

Desde hace tiempo, países de todo el mundo han rediseñado la misión de los centros penitenciarios con el objetivo de facilitar la integración de quienes han estado en prisión a la sociedad. Sin embargo, la rehabilitación y la reintegración enfrentan significativos obstáculos. Inadvertidamente, aquellos que no han experimentado la reclusión emiten una serie de castigos invisibles hacia esta población, imponiendo diversas limitaciones para alcanzar una vida plena, oportunidades de empleo, acceso a la educación, relaciones interpersonales saludables, vivienda y atención médica. Investigaciones han demostrado que estos castigos invisibles están vinculados a la reincidencia delictiva (Moore et al., 2016; Shi et al., 2022).

Algunas acciones de la sociedad hacia quienes han estado en prisión generan un estigma, definido como una marca o señal que identifica a la población en una categoría social de devaluación. La investigación ha identificado dos perspectivas del estigma: la del estigmatizador y la del estigmatizado. El estigma público se materializa cuando la sociedad expresa estos tres componentes: 1) pensamientos (creencias), 2) afectos (actitudes) y 3) comportamientos (discriminación) hacia un grupo o individuo específico, como los exreclusos (Fox et al., 2018).


Estigma hacia exreclusos

Figura 1. Estigma hacia exreclusos.
Crédito: Elaboración propia en Canva.

Lo que creemos sobre las personas que estuvieron en la cárcel

El primer componente del estigma público, el cognitivo, abarca creencias y pensamientos que en algunas investigaciones se denominan estereotipos (Corrigan, 2010; Thornicroft, 2007; Fox, 2018). Estos estereotipos están relacionados con lo que sabemos o creemos saber sobre el grupo estigmatizado: las causas de su comportamiento, la comunidad a la que pertenecen, su capacidad para controlarse, entre otros. A pesar de que socialmente tenemos información sobre ciertos grupos, también desconocemos aspectos, lo que puede llevar a su desvalorización.

Entonces, la dimensión cognitiva integra lo que “sabemos” o “ignoramos” sobre cierto grupo social. La reciente investigación sobre lo que creemos de las personas que estuvieron en la cárcel muestra que las vemos como personas; como seres humanos que cometen errores, y creemos que esta población no es merecedora de condena o castigo social (Shi, 2022). Creemos que merecen vivir una vida plena, creemos en la redención y en las segundas oportunidades. En ese sentido, nuestras creencias no son tan estigmatizantes, pero entonces, ¿por qué se observa una marginación real de estos grupos?

Lo que sentimos respecto de ellos

El segundo componente del estigma son los sentimientos hacia un grupo o sus miembros, también llamados prejuicios o reacciones emocionales (Fox et al., 2018; Shi et al., 2022). Existe una base afectiva en los juicios evaluativos que realizamos, donde los sentimientos son una fuente importante de información, influyendo en la conducta de las personas (Corrigan et al., 2003).

Las emociones en sí mismas no son inherentemente buenas ni malas; simplemente las experimentamos. No obstante, los humanos tienden a preferir algunas emociones y evitar otras, como la tristeza, el miedo o la ira. En el caso de las personas que han estado en prisión, las sensaciones más comunes incluyen miedo, ira, ansiedad, resentimiento, hostilidad, disgusto, enojo, indiferencia y preocupación por el riesgo físico (Folk, 2016).


Discriminamos basandonos en sentimientos y creencias

Figura 2. Discriminamos basándonos en sentimientos y creencias hacia el grupo diferente.
Crédito: Elaboración propia en Canva.

Debido al desagrado asociado a estas sensaciones y emociones, se busca la distancia y la evitación de interacciones incómodas con el grupo estigmatizado, sirviendo como precursores de la discriminación (Thornicroft, 2007).

Lo que les hacemos

Finalmente, pero no menos importante, se encuentra la dimensión observable: la conducta. En psicología, se define como condiciones de conducta, y la mayor parte son comportamientos discriminatorios (Fox, 2018). La investigación sobre intenciones comportamentales hacia personas que estuvieron recluidas muestra dos tipos: apoyar desde lejos (sin involucrarse) y mantener la distancia social con ellos. Aunque algunas personas expresan disposición a respaldar programas de empleo y financiar programas de educación universitaria para exreclusos, también evitan tenerlos cerca de sus hogares, aconsejan a otros evitarlos, se abstienen de salir con ellos e incluso se niegan a participar en actividades conjuntas, como tomar clases. Se espera que esta población regrese a la sociedad, pero no que permanezca cerca de la gente inocente.

¿Cómo interactúan estos componentes?

Cuando una persona exhibe comportamientos indeseables o peligrosos, los individuos realizan atribuciones sobre la causa e inferencias sobre su responsabilidad y capacidad de autocontrol. Si se percibe que la persona es responsable de su conducta (creencia), es posible que se empatice menos con ella (actitud) y que la disposición a proporcionar ayuda se vea limitada (conducta discriminatoria). En cambio, si se considera que es víctima de circunstancias, es menos probable que se les atribuya responsabilidad (creencia), lo que inspira sentimientos de pena o lástima (actitudes) y promueve la ayuda e inclusión (Corrigan et al., 2003).

Conclusión

Como ilustra la figura 3, el estigma es un fenómeno complejo que involucra creencias, actitudes y conductas hacia aquellos que son estigmatizados.


Componentes del estigma

Figura 3. Componentes del estigma.
Crédito: Elaboración propia en Canva.

Aunque el esquema pueda parecer sencillo y lógico, en realidad, describe una realidad multifacética. Los sentimientos y creencias negativas condicionan el rechazo y las conductas discriminatorias, mientras que los sentimientos y creencias positivos aparentemente generan acciones de solidaridad y apoyo. Sin embargo, ¿es esta la realidad?

Durante nuestras investigaciones, hemos obtenido resultados aún no publicados que matizan el esquema. Por ejemplo, las personas pueden sentirse cómodas contribuyendo económicamente, pero prefieren que otros se involucren directamente y brinden ayuda a los exreclusos. Incluso aquellos con creencias positivas pueden experimentar sentimientos de miedo y enojo hacia esta población. Esto sugiere la existencia de deseabilidad social en las respuestas (las personas responden lo que los demás desean escuchar) y enfatiza la necesidad de explorar más a fondo la naturaleza de las creencias y sentimientos de la población en general con respecto a estos temas.

Sitios de interés:

Referencias

  • Corrigan, P. W., Larson, J. E., y Kuwabara, S. A. (2010). Socialpsychology of the stigma of mental illness: Public and self-stigma models. En J. E. Maddux & J. P. Tangney (Eds.), Social Psychological Foundations of Clinical Psychology (pp. 51–68). The Guilford Press.
  • Corrigan, P., Markowitz, F. E., Watson, A., Rowan, D., y Kubiak, M. A. (2003). An attribution model of public discrimination towards persons with mental illness. Journal of Health and Social Behavior, 44(2), 162. https://doi.org/10.2307/1519806.
  • Folk, J. B., Mashek, D., Tangney, J., Stuewig, J., y Moore, K. E. (2016). Connectedness to the criminal community and the community at large predicts 1-year post-release outcomes among felony offenders: Connectedness and post-release outcomes. European Journal of Social Psychology, 46(3), 341–355. https://doi.org/10.1002/ejsp.2155.
  • Fox, A. B., Earnshaw, V. A., Taverna, E. C., y Vogt, D. (2018). Conceptualizing and measuring mental illness stigma: The mental illness stigma framework and critical review of measures. Stigma and Health, 3(4), 348–376. https://doi.org/10.1037/sah0000104.
  • Moore, K. E., Stuewig, J. B., y Tangney, J. P. (2016). The effect of stigma on criminal offenders’ functioning: A longitudinal mediational model. Deviant Behavior, 37(2), 196–218. https://doi.org/10.1080/01639625.2014.1004035.
  • Shi, L., Silver, J. R., y Hickert, A. (2022). Conceptualizing and measuring public stigma toward people with prison records. Criminal Justice and Behavior, 49(11), 1676–1698. https://doi.org/10.1177/00938548221108932.
  • Thornicroft, G., Rose, D., Kassam, A., y Sartorius, N. (2007). Stigma: Ignorance, prejudice or discrimination? British Journal of Psychiatry, 190(3), 192–193. https://doi.org/10.1192/bjp.bp.106.02579.
  • World Bank. (2019). World development report 2019: The changing nature of work. Washington, DC: World Bank. https://doi.org/10.1596/978-1-4648-1328-3.

Recepción: 11/04/2023. Aceptación: 24/01/2024.

Documento sin título

Vol. 25, núm. 3 mayo-junio 2024

Elegía del tlacuache

Homero Quezada Pacheco Cita

Resumen

Este ensayo refiere el encuentro del autor con un tlacuache muerto en una acera aledaña a un conocido parque de la Ciudad de México. El acontecimiento transcurre durante 2020, en la época más crítica de la pandemia de covid-19, cuando se desaceleró el movimiento del mundo entero, cuando el silencio se apoderó de las calles por la reclusión humana y cuando un gran número de animales emergieron de sus guaridas para explorar el entorno. La muerte del tlacuache genera en el autor evocaciones literarias, factuales y mitológicas, vinculadas a esos singulares marsupiales, endémicos del continente americano. El texto afirma la melancólica certeza de que una gran cantidad de animales ―en cualquier época y lugar― son diezmados en tanto no satisfagan los requerimientos prácticos del ser humano.
Palabras clave: tlacuache, ciudad, animales silvestres, literatura, mitología mesoamericana, cultura.

Elegy of the tlacuache

Abstract

This essay refers the author’s encounter with a dead tlacuache on a sidewalk, next to a well-known park in Mexico City. The event takes place during the most critical period of the covid-19 pandemic in 2020, when the movement of the whole world slowed down, the silence took over the streets due to human reclusion, and a significant number of animals emerged from their dens to explore. For the author, the death of the tlacuache generates literary, factual, and mythological evocations associated with these unique marsupials, endemic to the American continent. The text sustains the melancholic certainty that a great number of animals ―in any time and place― are decimated as they do not satisfy the practical requirements of human beings.
Keywords: tlacuache, city, wildlife, literature, mesoamerican mythology, culture.


Introducción

Salvo en fotografías o en videos sobre la fauna silvestre en México, nunca había visto un tlacuache hasta esa mañana de 2020, en una de las calles adyacentes a los Viveros de Coyoacán. En la banqueta, como pidiendo clemencia, el animalillo yacía exánime, con el hocico sangrante. Entre su pelaje de brocha resplandecía el rocío de la madrugada, iluminado por las primeras luces del día.

Alguien más grande y más fuerte había masacrado al tlacuache, haciendo gala de una crueldad ciega y tupida; al parecer, capaz de estallar al menor estímulo. Con absoluta impunidad, el subterfugio de aquella ejecución habría sido, muy probablemente ―como en casos semejantes―, que los tlacuaches parecen ratas gigantes, que husmean entre la basura y los desperdicios, que son feos.

Nunca había visto un tlacuache hasta entonces. Estaba muerto. Alguien ―no hacía mucho― lo había pateado, apaleado o lapidado y, sin embargo, incluso bajo esa condición de despojo, aquel tlacuache no era de ningún modo desagradable. El aparente desaliño de su aspecto, en realidad, era parte de una figura en la que se equilibraba una mezcla de bonhomía y candidez.

Su vientre era del color de la ceniza; su dorso y su cabeza, predominantemente blancos. Las orejas diminutas y la extensa cola eran lampiñas (desde mi perspectiva, suaves como la cera). El tlacuache tenía cinco dedos en cada pata, y pulgares oponibles en las traseras. De su rostro de isósceles asomaban unos colmillos inofensivos, y, de éstos, un cúmulo de sangre coagulada. Sus ojos permanecían irremediablemente cerrados.

José Revueltas fabuló sobre la existencia trágica de los escorpiones que, obligados a morar entre rocas húmedas, oscuridades y recovecos, estaban condenados a una vida misteriosa y nostálgica, inconscientes de su nombre, de su índole ponzoñosa y hasta de su propio ser. Por eso en ocasiones emergían de sus escondrijos, confiados y anhelantes, a esparcir todo el amor que eran capaces de consagrar a los seres humanos, antes de ser perseguidos y aplastados por ellos. Frente a esa inesperada ingratitud, los escorpiones que imaginaba Revueltas morían primero de estupor y después bajo la inminente furia de un zapatazo (Revueltas, 1976, pp. 724-725).

La ingenuidad de los tlacuaches no llega a tanto. Suelen ser precavidos y sigilosos, de rutinas predominantemente nocturnas. Su recelo los resguarda de enemigos y presencias incómodas. En las ciudades donde aún subsisten, extreman precauciones. Con la pandemia que confinó a multitudes y disminuyó el fragor de las actividades capitalinas, sin embargo, algunos bajaron la guardia.

Salieron al asfalto a explorar los territorios que en épocas pasadas les habían pertenecido y de los cuales fueron expulsados a fuerza de incomprensión. Sin duda, fue el caso del tlacuache que encontré esa mañana: se fio del sosiego pasajero de la muchedumbre. Fue un error fatal: a la primera oportunidad algún energúmeno al acecho, borracho de ira y soberbia, juzgó oportuno aniquilar a ese intrépido, otro ser vivo cuya infracción principal era ser tan diferente.

Al igual que los canguros, las especies más grandes de tlacuaches tienen un marsupio donde las crías, que nacen prematuras, se terminan de desarrollar. En esa bolsa externa, las hembras alimentan a su camada (Fuente Cid, 2018, p. 16). Las crías se amamantan durante un período de dos meses. Después de ese lapso, se trasladan al lomo de la madre, desde el cual, en el transcurso de otro par de meses, aprenden los principios básicos de ser tlacuaches (Nájera Coronado, 1992, p. 48).

Respecto a su clasificación zoológica, reciben el nombre científico de Didelphis virginiana, perteneciente a la familia Didelphidae. Son de dimensión mediana, compactos y relativamente pesados. Cambian el pelaje varias veces al año, por lo cual presentan una variación en su tonalidad: entre febrero y octubre el pelo es más oscuro y más largo; entre noviembre y enero, menos abundante. Su alimentación es omnívora: una dieta que abarca frutas, aves, insectos, cangrejos, caracoles y anfibios (Salazar Goroztieta, 2001, p. iii).

Tlacuache

Los tlacuaches poseen buen olfato, pero mala vista. En general son lentos al caminar; compensan esa parsimonia, no obstante, con un admirable truco de sobrevivencia: cuando se sienten amenazados, entran en una especie de coma para simular la muerte y para desinteresar a sus potenciales depredadores. Cuando se sienten a salvo, “reviven” y continúan su lánguida marcha (Nava Escudero, 2015, p. 31).

Aparte de sus singulares atributos biológicos, que descubrí en algunas referencias especializadas, recordé que, a la par, los tlacuaches poseían características imaginarias únicas, las cuales fueron consignadas en distintas mitologías mesoamericanas. A pesar de su fama de pendenciero, borracho y ladrón, al tlacuache se le consideraba un héroe fundador, y el personaje principal en cuentos de sagacidad. Cargado de símbolos, algunos códices lo vinculan con el juego de pelota, el cruce de caminos, la luna, el pulque y la aurora (López Austin, 2006).

El mito más conocido en el que participó fue el del robo del fuego. La narración varía de acuerdo con el lugar o el grupo que refiera la hazaña; sin embargo, en esencia, ésta atribuye al tlacuache haber despojado a un jaguar irascible —a una deidad de gran poderío— de una brasa incandescente con su cola; posteriormente, la sujetó con el hocico, la escondió en el marsupio y la ofreció a los hombres y mujeres que no conocían el fuego para que, además de obtener calor, pudieran cocinar sus alimentos.

En la etimología de su nombre, tlacuatzin, hay reminiscencias de esa proeza: tla, fuego; cua, comer; tzin, chico. El pequeño que come fuego (Castro, 1961, p. 452).

En esa gesta, se registra una serie de transformaciones en el cuerpo del tlacuache ―la cola se le tatema y le queda pelona― y de peripecias que coinciden en resaltar su generosidad y astucia. En algunas versiones, el regreso del tlacuache después de robar el fuego fue tan accidentado que murió o quedó partido en pedazos; no obstante, tuvo el poder y la capacidad para resucitar o recomponerse (López Austin, 2006, p. 273).

Prometeo mesoamericano, el tlacuache es resistente a los golpes y a los elementos; es el descuartizado que renace, el civilizador y bienhechor, el abuelo venerable y sabio (Huerta Mendoza, 2013). Su carencia de defensas naturales fue compensada con la inteligencia y la valentía.

La representación femenina del tlacuache, por su parte, toma en cuenta a un marsupial didélfido, es decir, que posee dos matrices, una de las cuales es una bolsa protectora con múltiples pezones para alimentar a la prole. La tlacuacha parece estar siempre pendiente de los hijos: cuadrillas de diez o más tlacuachitos en cualquier época del año. Para el indio mesoamericano, el tlacuache era, por antonomasia, el ejemplo de “el que come”, “el que se alimenta”; era la vida misma: el surtidor de donde ésta brota. De ahí su antiguo vínculo con principios vitales como la fecundidad, la tierra, el maíz (Castro, 1961, p. 452).

La mañana que encontré aquel tlacuache sin vida en Coyoacán, en algún momento, evoqué a Cri-Cri, quien lo recreó como un ropavejero que recorría las calles “de la gran ciudad”, pregonando la compraventa y el intercambio de productos variopintos. A voz en cuello, por unos pocos pesos, el señor tlacuache adquiría tanto zapatos viejos y tiliches chamuscados como chamacos groseros, chillones insoportables y maloras incorregibles.

A la perplejidad derivada de la muerte de aquel tlacuache, se sumaba la melancólica certeza de que una gran cantidad de animales ―en cualquier época y lugar― es diezmada en tanto no satisfaga los requerimientos prácticos del ser humano. Mientras más alejadas de la civilización se hallen las demás criaturas del mundo, mientras más insumisas, más propensas a ser arrinconadas en los últimos escalafones del entorno físico.

Milan Kundera afirmaba que la auténtica bondad de los seres humanos se revela, con total pulcritud y libertad, con quienes no oponen fuerza alguna. La genuina prueba de moralidad de los seres humanos, la más profunda ―tan insondable que huye de toda percepción―, se encuentra en el vínculo establecido con quienes están a su merced y son más vulnerables: los animales (Kundera, 1992, pp. 295-296).

Los animales, sin embargo, siguen siendo percibidos como entidades menores a las cuales es necesario dominar o destruir. En especial si su presencia resulta desconcertante, si representan una pérdida de control, o si son potenciales mensajeros del caos.

La sombría suerte del tlacuache sin vida me trajo a la memoria, además de la canción de Cri-Cri, el episodio en el que se desató la locura de Nietzsche. Éste, en la ciudad de Turín, a finales del siglo xix, vio a un cochero fustigar a su caballo, que, exhausto por el peso de la carga, era incapaz de reanudar la marcha. El filósofo prorrumpió en sollozos, incriminó al hombre y se aproximó al afligido animal. Lo abrazó del cuello y se echó a llorar a gritos, ofreciéndole perdón por el abuso cometido. Se dice que ni siquiera la intervención de la policía logró convencerlo de soltar al caballo, y que sus últimas palabras en aquel incidente ―antes de perder la lucidez para siempre― fueron: “Mutter, ich bin dumm” (“madre, soy tonto”) (Argullol, 2012).

El tlacuache muerto y desolado a la orilla de la banqueta me hizo evocar aquel acontecimiento. Yo también, como Nietzsche ―pero en silencio―, le ofrecí disculpas en nombre de la humanidad.

Referencias

  • Argullol, R. (2012, 4 de abril). Nietzsche y el caballo. El País. https://elpais.com/cultura/2012/04/04/actualidad/1333533760_793957.html.
  • Castro, C. A. (1961, julio-septiembre). Semántica del tlacuache. La palabra y el hombre, 19, 451-459. http://cdigital.uv.mx/handle/123456789/3031.
  • Fuente Cid, M. E. (2018). Tlacuaches, zarigüeyas y otros marsupiales americanos. Ediciones La Social. https://tinyurl.com/2v9vfrc5.
  • Huerta Mendoza, L. (2014, 15 de noviembre). El mito del tlacuache: vigente a través de los siglos [entrevista con Alfredo López Austin]. El Universal. https://tinyurl.com/3w5de5d7.
  • Kundera, M. (1992). La insoportable levedad del ser. Tusquets Editores.
  • López Austin, A. (2006). Los mitos del tlacuache. Caminos de la mitología mesoamericana. unam, Instituto de Investigaciones Antropológicas.
  • Nájera Coronado, M. I. (1992, octubre). Dioses y naturaleza en el Popol Vhu. Ciencias. Revista de cultura científica, 28, 47-52.
  • Nava Escudero, C. (2015). Debates jurídico-ambientales sobre los derechos de los animales. El caso de los tlacuaches y cacomixtles versus perros y gatos en la Reserva Ecológica del Pedregal de San Ángel de Ciudad Universitaria. unam, Instituto de Investigaciones Jurídicas, Coordinación de la Investigación Científica, serepsa.
  • Revueltas, J. (1976, julio-septiembre). El sino del escorpión. El cuento. Revista de imaginación, 73, 724-725.
  • Salazar Goroztieta, L. (2001, 1 de julio). Algo… acerca del Tlacuache. El Tlacuache. Suplemento cultural [La Jornada Morelos – Centro inah Morelos], iii.


Recepción: 24/07/2023. Aprobación: 12/03/2024.

 

Vol. 25, núm. 4 julio-agosto 2024

La milpa mazahua: cosmovisión de dos generaciones

Miguel Ángel Silva Flores y Eunice Véliz Cantú Cita

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Resumen

Este ensayo trata de la milpa mazahua, un sistema agrícola tradicional, vista a través de dos generaciones de campesinos durante la pandemia. La milpa mazahua es un sistema agroecológico que sostiene a la comunidad con maíz, frijol y calabaza (en colaboración con el ganado bovino y equino, que fertilizan el suelo mediante rotación). A pesar de las influencias modernas y del uso de insumos químicos, algunas prácticas tradicionales persisten y la milpa sigue siendo vital para la economía y la alimentación de los campesinos.

Palabras clave: agricultura, agroecología, milpa, revolución verde.

The mazahua milpa: cosmovision of two generations confined

Abstract

This essay is about the Mazahua milpa, a traditional agricultural system, viewed through two generations of farmers affected by the pandemic. The Mazahua milpa is an agroecological system that sustains the community with maize, beans, and squash (in collaboration with cattle and horses that fertilize the soil through rotation). Despite modern influences and the use of chemicals, some traditional practices persist and the milpa remains vital for the rural economy and food supply.

Keywords: agriculture, agroecology, milpa, Green Revolution.


La revolución verde

La revolución verde fue un modelo de modernización del agro mexicano que Estados Unidos promovió y que consistía en la introducción de paquetes tecnológicos que incluían semillas mejoradas, riego, agroquímicos, maquinaria y equipo agrícola, asesoría técnica e investigación para incrementar la productividad agrícola (Pichardo, 2006). Gracias a este “milagro mexicano” la agricultura nacional adquirió un papel protagónico en nuestra economía de 1940 a 1970: aumentaron los rendimientos, ingresos y utilidades en algunos cultivos (Hernández, 1988), y se logró expandir la frontera agrícola con una agricultura más intensiva (Romero, 2002; Herrera, 2006).

La revolución verde cambió los modelos de producción. Pronto prevalecieron cultivos de importancia económica en lugar de cultivos básicos. Con ello comenzó la mecanización en el campo, y los sistemas de riego se convirtieron en una necesidad que trajo consigo la explotación de los mantos freáticos, antes sólo usados para consumo animal y humano. Así, este modelo de producción fomentó una visión reduccionista del monocultivo de hortalizas (papa, jitomate, chile, entre otros), abandonando parcial o definitivamente la siembra del maíz, frijol, calabaza, propios de la milpa.

La milpa

El vocablo milpa proviene del náhuatl milpan de milli “parcela sembrada” y pan “encima de”. Ésta incluye más de tres especies sembradas al mismo tiempo, es decir, es un policultivo. En la milpa, el eje es el maíz, al que típicamente se le acompaña con frijol y calabaza; aunque, también puede estar asociado con chilacayote, haba, quelites cenizos, entre otros. Además, implica saberes relacionados con los sistemas agrícolas tradicionales: conocimientos ambientales y rituales agrícolas que, en conjunto, conforman una memoria o patrimonio bioculturales (Toledo y Barrera-Bassols, 2009; Boege, 2010).

La milpa mazahua

Hay varios tipos de milpa y esto depende de las características de suelo, del clima, de las especies disponibles, de las tradiciones y saberes locales, así como de los gustos y necesidades alimenticias del campesino. Aquí tratamos la milpa mazahua, propia del pueblo originario San Miguel Xooltepec, en el Estado de México. Ahí la milpa es considerada actividad primordial, pues fomenta la convivencia familiar y comunitaria que, mediante su ejecución cíclica anual, permite recrear la memoria colectiva en torno al cultivo de la tierra, mediante la cual se entrelazan conocimientos campesinos y creencias que se aplican para conseguir su buen desarrollo y abundante productividad (Vásquez et al., 2017).

Ilustracion de maiz maduro

El mazahua es uno de los 68 pueblos indígenas de México. Su cultura se extiende por trece municipios localizados hacia el Noroeste del Estado de México, parte de Michoacán y en los límites con Querétaro, los cuales tienen interacciones naturales y socioculturales entre sí (Serrano et al., 2011). La propiedad de la tierra en esta región es diversa: va desde la ejidal, la comunal, la privada o la combinación de algunas de ellas. Esta zona ha sufrido transformaciones en los últimos treinta años: construcción de nuevas carreteras, invernaderos en las comunidades (algunos abandonados) y casas con estilo norteamericano, resultado de la migración y el establecimiento de algunos centros comerciales en las cabeceras municipales (Skoczek, 2010; Serrano et al., 2011).

San Miguel Xooltepec, que pertenece al municipio de Donato Guerra, tiene fuertes raíces tradicionales mazahuas. No obstante, sufre la influencia y las consecuencias de la cercanía con Valle de Bravo, pueblo cuyo motor económico gira en torno al turismo y la migración de extranjeros que encuentran un espacio agradable para establecerse.

La cosmovisión de la milpa en San Miguel Xooltepec desde la mirada retrospectiva de la generación adulta del campo contrasta con la visión de los jóvenes campesinos que, en algunos casos, no consideran o no tienen este quehacer como preponderante o principal. Para ellos, las actividades agrícolas no son relevantes en los núcleos familiar y comunitario: algunos están enrolados en actividades ajenas a la parcela como la construcción, el comercio, la artesanía, etcétera, dejando el trabajo en la milpa como actividad complementaria, vespertina o de fines de semana. A pesar de ello, la milpa sigue siendo el sostén primario de la economía campesina y base de la alimentación de este poblado (Kato et al., 2009).

Según lo refiere la generación adulta, como consecuencia de la influencia la revolución verde, el sistema de milpa tradicional que se practicaba en algunas regiones fue pervertido y tentado para incluir en sus prácticas insumos químicos, los cuales se usaron para el control del gusano (insecticidas) o para calentar la tierra (fertilizantes). Sin embargo, existen modelos productivos más conservados que no fueron seducidos por las “bondades” del modelo hegemónico implantado, pero en los que, incluso, con el paso del tiempo, han permeado algunas actividades de producción intensiva.

La milpa en la pandemia

Bajo el confinamiento que produjo la pandemia y que limitó la movilidad de la población, fue posible convivir con una familia de San Miguel Xooltepec, integrada por dos generaciones: una adulta y una joven, de más y menos de 40 años, respectivamente (ver figura 1). Esto nos permitió conocer los cambios que ha sufrido la milpa a través del tiempo, vistos desde la cosmovisión de dos generaciones de campesinos mazahuas que se vieron en la necesidad de vivir en el encierro durante la pandemia.

La generación adulta considera que la milpa es un sistema complejo que no sólo es productivo, sino que es parte de su ser y “el sentir de sus sentires”. Se trata de un pedazo de cielo terrenal del cual cosechan lo que necesitan para saciar parte de sus necesidades alimentarias, es en donde con amor siembran el maíz, el frijol y la calabaza: “la tríada mesoamericana”. Además, el predio agrícola a menudo es parte del solar aledaño a la vivienda.

En esta zona, desde su compleja cosmovisión de la milpa —particularmente en esta familia—, se considera al ganado como un elemento esencial, ya sea mayor (bovino y equino) o menor (ovino, porcino y aviar). Esto es porque permite labrar la tierra antes y durante la siembra.

Al término del ciclo del cultivo, con el rastrojo se hacen mogotes1 en la misma parcela. Entonces, de tener una función solo para el cultivo, el terreno se convierte también en corral de pastoreo. Esta actividad, que pareciera no tener trascendencia, es parte medular del proceso agroecológico, pues, mientras sirve como un lugar para alimentar al ganado, el suelo se va abonando con las excretas de los animales, y adquiere un suministro paulatino y sistemático de materia orgánica, con lo que se cierra el ciclo energético y de vida. Esta práctica de pastoreo entre los esquilmos2 de la cosecha se replica por dos o tres ciclos, en tanto que la otras parcelas con que cuenta el núcleo familiar se dejan descansar y en su momento reemplazarán a las parcelas en uso.

A pesar de conservar estas prácticas, hoy por hoy la milpa también presenta rasgos que se adoptaron como consecuencia de la revolución verde, como la adición de fertilizantes de síntesis química, o bien algunos insecticidas que se emplean para el control de plaga:

—Así le hacia mi papá y yo veía que mi abuelo también así sembraba: no se usaban químicos y se daban buenas siembras. Ahora se le tiene que echar, aunque sea poquito, fertilizante para que dé la milpa.

La generación adulta, con rangos de edad que van de entre los 40 y 60 años, percibe el uso de los insumos de síntesis química como “un mal necesario”, ya que considera que, a pesar de llevar a cabo algunas prácticas agroecológicas como la rotación, labranza con yunta, semillas criollas, entre otras, no se puede cosechar sin ellos. En contraparte, los integrantes de la generación de personas con menos de 40 años creen que se puede tener la esperanza de cosechar la milpa si se fortalecen la capacitación y los modelos de organización, mientras que, al mismo tiempo, se accede a retomar esas prácticas.

—Dice mi papá que debemos usar esos químicos, que son muy poquitos; pero yo creo que la tierra sí da y que es mejor no usarlos y usar cosas biológicas.

El ciclo de cultivo en San Miguel Xooltepec sucede de la siguiente manera. Entre mayo y julio se hace la siembra del maíz, frijol, calabaza y haba, con yunta y tapa pie (con coa o pala). Los hombres abren el surco con la yunta mientras que las mujeres depositan la semilla en el surco y la cubren con su pie (de ahí la frase “sembrar a tapa pie”).

Para arrimar tierra,3 a finales de julio y mediados de agosto, cuando la planta tiene de 20 a 30 centímetros de altura, se lleva a cabo la primera escarda, es decir, se echa tierra a la milpa y se quita la hierba. En el deshierbe participa toda la familia: hombres, mujeres, niñas y niños. Además, en esta actividad se aplica abono, que puede ser tierra de monte (humus), estiércol de animal o fertilizantes químicos. En este trabajo, los hombres conducen la yunta mientras que las mujeres, niños y niñas levantan las plantas de maíz que llega a tirar la cultivadora, además de que, de manera manual, aplican el fertilizante.

Entre agosto y principios de septiembre se hace la segunda escarda corriente4. Se le llama así porque la tierra que mueve el arado jalado por la yunta le llega a “la pata” del maíz, sin la necesidad de ir deshierbando. Por último, en noviembre y diciembre se cosecha la milpa de manera manual; en esta labor participa y comulga toda la familia.

En cada fase del cultivo de la milpa, la mujer —además del rol conferido en la parcela— es la encargada de cocinar para quienes trabajan desde la preparación de la tierra hasta la cosecha. De esta manera, tiene un rol fundamental en el proceso y en la comunión especial del binomio mujer-milpa.

Antes de que termine el ciclo de la milpa existe un período intermedio de cosecha, que estará a cargo de las mujeres, niños y niñas. En él, la familia puede obtener los beneficios económicos de la calabaza tierna para su comercialización en el mercado municipal. La calabaza que no se vende y que llega a madurar se cosechará para consumo familiar: en dulce, para alimento de puercos, o para la extracción de semilla y su potencial comercialización. De igual manera, el maíz se cosecha como elote tierno para su consumo o comercialización; además, como subproducto, se sacará la hoja para la manufactura de tamales en las festividades venideras.

En cambio la mazorca que se pisca5 es almacenada en un tipo de granero muy particular al que llaman sincolote, propio y característico de esta zona. Aquí, además de preservar el alimento se resguarda la simiente o semilla para el próximo ciclo. Por ello, tiene una asociación religiosa: porque hay una comunión y convergencia de rituales transgeneracionales mediante los que se dan gracias a Dios con la deposición en la parte superior de una cruz de arvenses, tratando de asegurar, a través del sincolote, la fertilidad de la semilla conferida a su cobijo.

Reflexión final

A pesar de los disturbios en la práctica y de la influencia de la agricultura intensiva y hegemónica, ambas generaciones conservan intacto y sin brecha generacional el amor a la tierra y a la parcela, que visualizan como una red de un todo: de relaciones intrincadas entre los seres vivos como una totalidad indivisible, en la que confluyen cultivos-animales-hombre-suelo-agua, para que la vida se manifieste en su esplendor. Así, la milpa es un orden universal fundamentado en el conjunto del todo y no en las partes aisladas; la agroecología es una propuesta de seres y saberes.

En un nuevo paradigma, las personas que se dedican al campo deben considerarse unidades culturales más allá de unidades de producción: seres que se unen incluso en situaciones adversas como las que provocó la pandemia que los recluyó en ese mundo: su mundo ancestral de toda la vida, el de siempre, en el que la independencia y la soberanía alimentaria se manifiestan lejos de los estantes y anaqueles de los centros comerciales y cerca de la tierra y de su cultural campesina que posee su propia identidad. En esta cultura colectiva y familiar, estas personas construyen su propia historia a partir de sus acciones individuales. Es en la memoria colectiva donde radica la herencia histórica de las comunidades, y, en muchos casos, como el que aquí comentamos, esta memoria se transmite verbalmente de las voces con más años de experiencia a las más jóvenes.

Agradecimientos

Agradecemos a la familia Miguel Segundo, encabezada por Josafat y Victoria, y a sus hijos Diego y Rodolfo Miguel Segundo, por su disposición para compartir sus saberes y sus sentires en torno al ombligo de su mundo y origen ancestral: su parcela, su milpa.

Eternamente agradecidos…

GALERÍA

Referencias

  • Boege, E. (2010). El patrimonio biocultural de los pueblos indígenas de México. Hacia la conservación in situ de la biodiversidad y agrodiversidad en los territorios indígenas. Instituto Nacional de Antropología e Historia, Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas. https://tinyurl.com/y64s6w8u
  • Hernández, X. E. (1988). La agricultura tradicional en México. Comercio Exterior, 38(8), 673-678. https://tinyurl.com/yahv9ud6
  • Kato, T. A., Mapes, C., Mera, L. M., Serratos, J. A., y Bye, R. A. (2009). Origen y diversificación del maíz: una revisión analítica. Universidad Nacional Autónoma de México; Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad. https://tinyurl.com/mpzteza2
  • Vásquez González, A. Y., Chávez Mejía, M. C., Herrera Tapia. F., y Carreño Meléndez, F. (2017). Ritual agrícola Mazahua en el escenario del patrimonio biocultural. En F. Carreño Meléndez, C. Rodríguez Soto y J. A. Castellanos Suárez (Coords.), Patrimonio biocultural. Experiencias integradoras (pp. 101-126). http://www.siea.uaemex.mx/cedes/libros/patbiocultural.pdf
  • Pichardo, G. B. (2006). La revolución verde en México. Agrária, 4, 40-68. https://doi.org/10.11606/issn.1808-1150.v0i4p40-68
  • Romero, P. E. (2002). Un siglo de agricultura en México. Textos Breves de Economía. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Económicas. http://ru.iiec.unam.mx/1769/1/UnSigloAgriMex.pdf
  • Serrano Barquín, R. Gutiérrez Cedillo, J. G., Cruz Jiménez, G., y Madrigal Uribe D. (2011). REGIÓN MAZAHUA MEXIQUENSE: una visión desde Sistemas Complejos para la evaluación Multicriterio-Multiobjetivo. Gestión turística, (16), 95-125. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=223322452005
  • Skoczek, M. (2010). Transformaciones socioeconómicas en el Noroeste del Estado de México (1980-2010). Revista del cesla, 2(13), 491-501. https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=243316493009
  • Toledo, V., y Barrera-Bassols, N. (2009). La memoria biocultural. La importancia ecológica de las sabidurías tradicionales. Editorial Icaria.

Recepción: 04/09/2023. Aceptación: 01/05/2024.

 

Vol. 25, núm. 6 noviembre-diciembre 2024

Advertencia a los cuentos de advertencia

Silvia Zenteno Cita

Resumen

En este ensayo se tratan los cuentos de advertencia, que son de los primeros relatos de la literatura infantil. Originalmente, éstos surgen para impartir valores, prohibir y señalar las posibles consecuencias de las transgresiones. En este texto exploramos su evolución: cómo han cambiado sus características y funciones, empezando por alertar ante un peligro, pasando por educar y entretener, hasta burlarse de ellos mismos, con diversas características, como la ironía y el absurdo.
Palabras clave: cuentos de advertencia, literatura infantil, ironía, absurdo.

Warning to cautionary tales

Abstract

This essay discusses cautionary tales, which are some of the first stories in children’s literature. Originally, they arise to impart values, prohibit and point out the possible consequences of transgressions. In this text we explore their evolution, how their characteristics and functions have changed, starting from warning of danger, to educating and entertaining, to making fun of themselves, with various characteristics, such as irony and nonsense.
Keywords: cautionary tales, children’s literature, irony, nonsense.


Había una vez…

Desde sus inicios, hace más de tres siglos, hasta el día de hoy, ha sido todo un reto precisar lo que es la literatura para niños, o lo que debería ser. Incluso la misma definición de lo que son los niños o lo que deberían ser es polémica. ¿Son los libros una lección que se debe aprender o un escape de la realidad? ¿Son un objeto que nos hace desarrollar empatía o un espejo a través del cual nos vemos?

Los propios cuentos de hadas, de lo primero que surgió en literatura infantil, son algo que casi todo el mundo conoce, y aun así hay tantas definiciones de ellos como personas a las que les preguntemos. Y es que, al haber sobrevivido por tanto tiempo, han tenido espacio para cambiar y evolucionar, al igual que el resto de la literatura infantil. La tan conocida Caperucita Roja, por ejemplo, en lugar de ser rescatada de la panza del lobo por un leñador, como nos cuentan los hermanos Grimm, era devorada de manera permanente según Charles Perrault, versión en la que además se agrega una nota de advertencia al final, acerca de los “lobos” que no lo parecen, pero que igual persiguen jovencitas para “cenárselas” (Perrault, 1697).

Es precisamente ese modelo de cuentos, que advierten acerca de los peligros, los que formaron parte de las primeras historias creadas específicamente para niños. Estos relatos impartían los valores de las sociedades en las que existían, más a menudo a través del miedo, al establecer una prohibición, una trasgresión y una desagradable consecuencia contada en vasto y espeluznante detalle.

Advirtiendo lo inadvertido

En sus inicios, en el siglo xvii, escribir para niños surgió como una necesidad de los puritanos de inculcar dogmas mediante la lectura, con frecuencia enfocados en la preparación moral para su muerte, ya que se buscaba purgarlos de la malicia innata que venía del pecado original, para evitar que cayeran en el infierno (Bingham y Schott, 1980).

Así, estas historias con ejemplos siniestros mostraban a niños cometiendo errores y pagando las consecuencias, a menudo fatales, con el objeto de asustarlos para que obedecieran y dejaran de pecar. En “La triste historia de la niña desobediente”, Martha Sherwood nos describe gráficamente cómo la vanidosa Augusta Noble muere “en total agonía”, dando “horripilantes gritos”, cuando, al mirarse en el espejo a pesar de la advertencia de sus padres, se prende fuego con la vela que sostenía para admirar su reflejo. Este cuento forma parte de La historia de la familia Fairchild (unión de las palabras “bueno” y “niño” en inglés), publicado en tres volúmenes en el siglo xix (Sherwood, 1818-1847).

Lo anterior nos habla de la perdurabilidad de la tradición de los cuentos de advertencia en la literatura infantil. Tan sólo uno de los primeros libros para niños, Testimonios para niños, en el que James Janeway insiste a los pequeños nunca olvidar que morirán y relata las muertes de trece niños (Janeway, 1757), con las que ofrece a sus lectores un medio para alcanzar el cielo y salvarse de los tormentos del infierno, fue reimpreso todavía dos siglos después de su primera publicación, que ocurrió en 1671 (Hunt, 1996, pp. 138-139).

Llegó un momento en el que estas historias de advertencia se hicieron tan familiares que otros autores empezaron a burlarse de ellas. En 1715, Isaac Watts publicó Canciones Divinas para enseñar a los niños a obedecer, no mentir, ni robar, ni ser vanidosos u ociosos, a través de poemas con rimas que, creía, harían las lecciones más digeribles y fáciles de recordar (Watts,1790). De manera irónica, los versos de Watts son mejor conocidos por las parodias de Lewis Carroll en Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas (1865), donde la ajetreada abeja que trabaja todo el día para obtener alimento se vuelve el cocodrilo que retoza en el río, esperando a que la comida llegue por sí sola, sin necesidad de hacer nada más que extender las garras para obtenerla. Pero eso no es nada comparado con lo que le pasó al alemán Heinrich Hoffman y a su melenudo Pedro.

La ironía de lo irónico

Veinte años antes de la Alicia de Lewis, Hoffman elaboró su propio libro con diez terroríficos cuentos en rima, llamado Historias muy divertidas y estampas aún más graciosas para niños de 3 a 6 años (Hoffmann, 1909), con la intención de enseñar a su hijo a comportarse, apoyado de ilustraciones que mostraban las crueles y extrañas consecuencias de no hacerlo, que según dijo instruían mejor que sólo decirle que obedeciera sin más. En honor al cuento acerca de un descuidado niño al que nadie quería por sus largas uñas y su despeinado cabello, que nos presenta parado sobre un pedestal decorado con ironía con un cepillo y unas tijeras, el libro pasó a llamarse Pedro Melenas.

Pronto fue traducido al inglés, y “La trágica historia de Harriet y los cerillos”1 le ganó aceptación al recordarle a los ingleses a Augusta Noble de la serie de Sherwood, publicada unos años antes, ya que ambas terminan con la misma tragedia por desobedecer. Cabe mencionar que Hoffman incorpora unos gatos para reforzar la advertencia que la madre de Harriet le había dado acerca de jugar con cerillos, que por su puesto ella decide ignorar. La imagen final (ver figura 1) muestra a los gatos que traen en sus colas los listones que Harriet usaba en el pelo y que, con un cierto ambiente cómico, lloran desaforadamente frente a una pila de cenizas y hasta se secan los ojos con pañuelos. Lloran tanto la muerte de la niña que incluso llegan a crear un lago con sus lágrimas, lo que forma parte de la exageración que Hoffman le da a sus historias y que es justo lo que termina de darle un tono de burla. Esta escena, además, carga con una paradoja irónica, pues uno hasta podría llegar a preguntarse si no habrían podido ayudar a Harriet a apagar el incendio de haberse puesto a llorar desde antes.



Figura 1. Viñeta final de “La trágica historia de Harriet y los cerillos” de Pedro Melenas (Hoffman,1909).

Estos finales llenos de ironía los encontramos en varios cuentos. En “La historia del malvado Frederick”, un violento niño se la pasa aterrorizando a personas y animales por igual, hasta que es mordido por un perro al que estaba molestando con su látigo, y termina en cama tomando una “repugnante medicina”, mientras el perro que lo mordió se come la deliciosa comida que era para Frederick. En “La Historia de Johnny cabeza en las nubes”, un niño que no se fija por dónde camina, cae a un río y pierde su cuaderno, donde quizá escribía todas esas maravillosas cosas que se le ocurrían mientras andaba con la cabeza en las nubes. En “La historia del hombre que salió a cazar”, el equilibrio de poder se invierte cuando el cazador termina cazado por la liebre a la que quería cazar, después de que ésta le roba su escopeta, y, en un nuevo revés, la cría de la liebre termina con la nariz quemada por culpa del disparo que le falla a la misma liebre.

Por si fuera poco, en el libro también encontramos ejemplos en los que la ironía se combina con exageraciones tan descabelladas que llegan al absurdo. En “La historia de Augustus que no come nada de sopa” vemos la involución de un niño rechoncho que va perdiendo peso con cada día que se niega comer su sopa, al grado de que para el cuarto día tiene extremidades de palillo, una cabeza reducida y manos con sólo dos dedos; para el quinto, ha muerto y vemos sobre su tumba, con total cinismo y perversidad, eso que terminó siendo su perdición: la olla con la sopa que se negó a comer (ver figura 2).



Última viñeta de “La historia de Augustus que no come nada de sopa”

Figura 2. Última viñeta de “La historia de Augustus que no come nada de sopa” de Pedro Melenas (Hoffman,1909).

Otro ejemplo lo encontramos en “La historia del pequeño chupa dedo”, como consecuencia de pasársela chupándose los pulgares, un niño termina perdiéndolos para siempre. A pesar de la advertencia que le hacen, en una potencial cuestión de si no puedo tenerlos para chuparlos, da lo mismo que no los tenga, la burla se puede sentir hasta en la pose saltarina con la que el sastre entra con sus enormes tijeras a hacer el trabajo. Por último, en “La historia de los niños entintados”, tres niños que se burlan de otro por su piel oscura son castigados por un hombre muy alto de nombre Nicolás —quien de hecho está vestido de rojo y tiene barba—, que los sumerge en un gran tintero negro —quizá una ligera alusión al castigo con carbón—, con lo que terminan no sólo más negros que el niño del que se burlaban, sino que se transforman en unas oscuras siluetas que apenas y se ven humanas (ver figura 3).



Parte de la última viñeta de “La historia de los niños entintados”

Figura 3. Parte de la última viñeta de “La historia de los niños entintados” de Pedro Melenas (Hoffman, 1909).

Probablemente hayan sido todos estos pequeños elementos, que resultan en guiños humorísticos, los que con el tiempo convirtieron a Pedro Melenas en un libro tan popular entre los niños. Tan sólo un siglo después de su primera edición, se han impreso más de 700 ediciones en Alemania y ha sido traducido a más de 40 idiomas (Dicks, 2018). Aunque a los adultos a veces les parece aterrador, los niños han encontrado en él un nicho de cuentos de humor negro que se burla de las horribles amenazas y el tono acusador de los primeros escritos dirigidos a ellos. Según Ana Garralón, su éxito “radica en su intención moral: es tan grande, que la exageración sobrepasa la realidad, y su desproporción […], así como las caricaturas a las que quedan reducidas las figuras autoritarias, convierte las historias aleccionadoras en burlas a la educación represiva. […] La imposibilidad de los castigos convierten este libro casi en una obra de humor” (Garralón, 2001. pp. 48-49). Así, con su gran habilidad para plasmar el humor y el horror de manera simultánea, el sentido aleccionador de Hoffman terminó sobrepasado y por completo enterrado bajo el peso de la comedia, convirtiendo miedo en entretenimiento y sentando un precedente para librar a la literatura infantil de sus propósitos educativos.

Azotándole la puerta a las advertencias

Parte de los frutos de la revolución en la ideología acerca de la niñez —que pasó del pecado a la inocencia innata— y, por tanto, en la literatura infantil de principios del siglo xx, lo vemos en 1907 con el libro de Hilaire Belloc, Cuentos de advertencia para niños: diseñados para la amonestación de niños entre las edades de ocho y catorce años (Belloc y Blackwood, 1957; ver figura 4), con un claro título que hace burla de libros como el de Hoffman y el de Janeway. Incluso las nuevas ediciones, incluyen una introducción en la que Belloc responde a la pregunta de un lector que quiere saber si los cuentos son reales, donde él dice que, si lo fueran, “para personas como tú o como yo, que nos la pasamos casi todo el día haciendo algo malo” (Belloc y Blackwood, 1957, traducción propia), sencillamente no habría podido vivir para contarlos.



Portada del libro “Cuentos de advertencia para niños”

Figura 4. Portada del libro “Cuentos de advertencia para niños”, escrito por Hilaire Belloc e ilustrado por Basil T. Blackwood. Crédito: Gutenberg Project.

Es así como en sus once cuentos, todos escritos en rimas pareadas, a menudo divertidas, la mezcla de lo oscuro con el sentido del ridículo y los personajes poco creíbles, elementos que ya encontrábamos en Pedro Melenas, hacen que los castigos a los niños —o la recompensa, como pasa con “Charles Augustus Fortescue: quien siempre hacía lo correcto, y así acumuló una inmensa fortuna”—, resulten meramente satíricos. Como el caso de “Franklin Hyde: quien se divertía en el lodo y fue corregido por su tío”, pero en la sección aleccionadora del cuento nos dice que igual siempre tendrá permitido jugar en la arena esté como esté vestido, o el de “Rebecca: quien azotaba puertas por diversión y pereció miserablemente”, y en el funeral los niños que fueron llevados para escuchar la horrible historia juran para sus adentros: “Que nunca más darán un portazo (tan a menudo como en el pasado)”. Y porque siempre fue tradición “Matilda: quien decía mentiras y murió quemada”.

Con este libro, el uso de la violencia para dar lecciones cambia a un uso premeditado para la comedia, dirigida no a la enseñanza sino al entretenimiento y a la diversión, algo para lo que Hoffman ya había preparado el terreno. Esto le abrió el camino a autores como el excéntrico Edward Gorey, quien de hecho ilustró una nueva versión del libro de Belloc, en la que no sólo enaltece la atmósfera y el absurdo de cada situación, sino que acentúa la burla a los cuentos de advertencia de siglos anteriores al agregar la imagen de una mano con el dedo acusador, entre otros elementos, que descaradamente les sirve de juego a los niños en cada cuento, como cuando la usan de resbaladilla o como parte de una coreografía de baile, o como la fuente detrás de “Lord Lundy: quién fácilmente se emocionaba hasta las lágrimas y por lo tanto arruinó su carrera política”, que hace parecer en la ilustración que los chorros de agua son sus inagotables lágrimas.

“E is for Edward who wrote a gory masterpiece”2

Finalmente, llegamos al maestro de la parodia de los cuentos de advertencia, Edward Gorey, quien, con su irreverente humor, su carga irónica y sus inquietantes ilustraciones aporta el contexto oscuro y absurdo preciso para contar este tipo de historias. Su libro más conocido en éste y en muchos otros aspectos es el de Los pequeños macabros o después de la excursión (Gorey, 1963; ver video 1), donde, a lo largo de un abecedario rimado, con el nombre de los niños empezando con cada letra del alfabeto, representa sus anticipadas y diversas muertes. De ahí que desde la portada el autor nos presente la figura de la muerte haciéndole sombra a los niños con su paraguas.



Video 1. Promocional del libro “Los pequeños macabros de Edward Gorey” (Libros del Zorro Rojo, 2014).


En las 26 historias ilustradas, Gorey juega entre lo mundano y lo improbable para terminar gradualmente con lo más absurdo, empezando por el niño que muere haciendo algo tan cotidiano como comer un durazno y que termina atragantándose, o la que se cayó por un desagüe, vemos al que se traga unas tachuelas, el que es atacado por unos osos, la que es alcanzada por un hacha, la que fue pisoteada en una pelea y en la ilustración únicamente la vemos abriendo la puerta de un bar, el que fue devorado por ratones, y llegamos a la niña a la que una sanguijuela le chupó toda la sangre. Con todo esto, Gorey logra darles la vuelta a los cuentos de advertencia al no sólo “castigar sin que haya una mala conducta” (Dery, 2018; traducción propia), sino que, en vez de utilizar los miedos de los niños per se, en su libro representa las paranoias de los padres, quitándole la risa de la cara a los adultos para regalársela a los niños.

Con muertes que guardan su humor en la cotidianeidad, en la irónica tranquilidad de los momentos previos, contrastadas por la información del texto, en el sentido cómico y teatral o en lo descabellado, Gorey nos permite mandar a volar la empatía por unos instantes para disfrutar con el niño que “voló en pedazos” (nos lo muestra con un paquete en las manos), el que “tomó lejía por error” (aunque está trepado en una gran escalera para alcanzarla —tan por error no es—), la que “bebió mucha ginebra” (sentada en una mesita, como jugando a tomar el té con su muñeca, en un ambiente de imitación adulta), y el mejor de todos, el niño que murió de aburrimiento. Y por supuesto, no pueden faltar las clásicas: la que muere de inanición, como Augustus; el que ni siquiera estaba jugando en el lodo, y que se hunde en él como Franklin; el que muere de un golpe en la cabeza, como Rebecca, y a la que la consume el fuego, como a Augusta Noble, a Harriet y a Matilda. Todo rematado por la imagen de las tumbas en la contraportada, que termina de hablarnos de la presencia de la muerte en cualquier momento y forma.

The slippery slope

Este es un género que ha seguido evolucionando a medida que más autores optan por desprenderse de su oscuro lado adulto y acercarse a las nuevas generaciones de lectores, para llevarlo más allá de sus límites, como es el caso de Daniel Handler, mejor conocido como Lemony Snicket, que usó los elementos de la sátira en los cuentos de advertencia para crear su saga de trece libros Una serie de eventos desafortunados (Snicket, 1999-2006). Desde el principio, el autor se la pasa advirtiéndonos a cada rato acerca de un inicio de la historia, un final y una parte de en medio que no son nada felices, y sugiriendo que dejemos de leerla, que cambiemos de libros, pero por supuesto son advertencias que tenemos que transgredir. Y entonces nos encontramos con una historia donde ya no son las consecuencias de las transgresiones de los niños, sino las consecuencias de la ineptitud o la malicia de los adultos lo que los hermanos Baudelaire terminan pagando. Incluso podría decirse que los niños consiguen sobrevivir a pesar de los inconvenientes que causan los adultos. Porque, en palabras del propio Lemony Snicket, aquí hasta los adultos con las mejores intenciones “fallan en hacer algo remotamente útil” (Snicket, 2000, p. 6), e incontables veces son los adultos los que terminan muriendo por sus incompetencias.

Por si fuera poco, en Una serie de eventos desafortunados, los adultos no sólo se la pasan subestimando a estos niños bastante inteligentes y audaces, sino que además perciben estas características en ellos como insolencias, cuando en realidad se trata de niños bastante “buenos”, bien portados y autosuficientes, con lo que Daniel Handler termina de darle un giro de 360 grados a estas historias dedicadas a mostrar las consecuencias de malos comportamientos. Y, por supuesto, todo esto está inmerso en un mar de juegos de palabras y advertencias, siempre con un toque irónico que hace que los niños nos identifiquemos, nos horroricemos y al mismo tiempo no paremos de reír.

Después de todo este recorrido, lo único que queda claro es que lo subversivo de la ironía y el absurdo ha logrado liberar a la literatura infantil de las cadenas pedagógicas que le dieron origen, y que ésta seguirá transformándose en los muchos aspectos que abarca, como debe ser, complicando más la tarea de aquellos que buscan definirla, pero premiando a aquellos que deseen disfrutarla.

Referencias

  • Belloc, H., y Blackwood, B. T. (1957). Cautionary Tales for Children: Designed for the Admonition of Children between the ages of eight and fourteen years (Original publicado en 1907). Duckworth. Project Gutenberg. https://www.gutenberg.org/files/27424/27424-h/27424-h.htm.
  • Bingham, J., y Schott, G. (1980). Fifteen centuries of children’s literature: an annotated chronology of British and American works in historical context. Greenwood Press.
  • Dery, M. (2018, 14 de noviembre). The Birth, Death, and Long Afterlife of The Gashlycrumb Tinies. E is for Edward who wrote a gory masterpiece. Slate. https://slate.com/culture/2018/11/gashlycrumb-tinies-history-edward-gorey.html.
  • Dicks, K. (2018, 12 de octubre). The enduring appeal of Struwwelpeter. Languages across borders. Language collections at the University of Cambridge. https://tinyurl.com/55sw4khv.
  • Garralón, A. (2001). Historia portátil de la literatura infantil. Grupo Anaya.
  • Gorey, E. (1963). The Gashlycrumb Tinies: or, After the Outing. Harcourt Brace Company.
  • Hoffmann, H. (1909). The English Struwwelpeter, or, Pretty stories and funny pictures. George Routledge and Sons. https://tinyurl.com/yy26vwfc.
  • Hunt, P. (1996). International Companion Encyclopedia of Children’s Literature. Routledge, 1996.
  • Janeway, J. (1757). A token for children: Being an exact account of the conversion, holy and exemplary lives, and joyful deaths of several young children [En dos partes]. University of Michigan Library Digital Collections https://name.umdl.umich.edu/004851306.0001.000.
  • Libros del Zorro Rojo. (2014. 23 de septiembre). “Los pequeños macabros”, de Edward Gorey [Video]. YouTube. https://tinyurl.com/2ac77k4t.
  • Perrault, C. Histoires ou Contes du temps passé. 1697.
  • Sherwood. M. M. (1818-1847). The History of the Fairchild Family; or, The Child’s Manual; Being a Collection of Stories Calculated to Show the importance and Effects of a Religious Education. J. Hatchard and Son.
  • Snicket, L. (1999-2006). A series of unfortunate events [Libros 1-13]. Harper Collins.
  • Snicket, L. (2000). The miserable mill [A series of unfortunate events, núm. 4]. HarperCollins Publishers.
  • Watts, I. (1790). Divine Songs: Attempted in Easy Language for the Use of Children. New Orleans Baptist Theological Seminary. https://www.nobts.edu/library/hymnological-research/divine-songs.html.


Recepción: 09/09/2024. Aprobación: 15/09/2024.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079