Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

El secreto peor guardado de la nutrición: una visión integral de la obesidad

César Huerta Canseco, Mario Caba Vinagre y Mario Daniel Caba Flores Cita

Resumen

Uno de los problemas más comúnmente asociados a la obesidad son las alteraciones metabólicas. Sin embargo, estas, son el resultado de una exposición constante y prolongada a la inflamación de bajo grado provocada por la obesidad ¿Esta inflamación solo causa problemas a nivel metabólico? ¿Cómo afecta la inflamación de un individuo obeso su cerebro? El presente artículo pretende abordar estas preguntas y reflexionar con el lector, sobre la complejidad del entorno moderno y la obesidad, además de aportar sugerencias para su prevención y control.
Palabras clave: Inflamación, obesidad, motivación al alimento, sistemas de recompensa.

Nutrition’s worst kept secret: a comprehensive view of obesity problem

Abstract

One of the problems most commonly associated with obesity is metabolic disturbances. However, these are the result of constant and prolonged exposure to the low-grade inflammation caused by obesity. Does this inflammation only cause problems at the metabolic level? How does the inflammation of an obese individual affect his or her brain? This article aims to address these questions and to reflect with the lector on the complexity of the modern environment and obesity, as well as to provide advice on how to control it.
Keywords:Inflammation, obesity, food motivation, reward systems.

Introducción

¿Qué pasaría si todos los productos milagros para el control de peso realmente cumplieran con lo que prometen? Seguramente las complicaciones relacionadas con la obesidad no seguirían siendo uno de los principales problemas de salud pública en el país. En México, de acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición (Secretaría de Salud, Instituto Nacional de Salud Pública e Instituto Nacional de Estadística y Geografía, 2018), el 10.3% de los adultos mayores de 20 años son diabéticos, 18.4% son hipertensos y el 74.9% tienen ya un diagnóstico de sobrepeso u obesidad. Estos datos colocan a México en el segundo lugar mundial en sobrepeso y obesidad.

¿Por qué es grave que casi el 80% de la población adulta de nuestro país tenga sobrepeso u obesidad? La obesidad es definida por la Organización Mundial de la Salud (oms) como la acumulación excesiva de masa grasa que puede ser perjudicial para la salud. El concepto de perjudicial para la salud es amplio y contempla desde las consecuencias inmediatas hasta complicaciones futuras. La obesidad está estrechamente ligada a la presencia del síndrome metabólico, el cual es un conjunto de anormalidades metabólicas que se caracterizan por un deterioro progresivo del organismo (Castillo et al., 2017) y que, de no ser controladas, tienden a desencadenar en problemas de salud irreversibles.

La pérdida de sensibilidad a la hormona insulina es un componente muy característico de este síndrome y uno de los marcadores tempranos más asociados a los problemas metabólicos derivados de la obesidad. Es también consecuencia de un mecanismo de toxicidad vinculado al tejido adiposo denominado lipoinflamación. No olvidemos que la principal característica de la obesidad es la acumulación excesiva de tejido adiposo; que no sólo sirve como reserva energética, pues desempeña funciones endocrinas importantes para una correcta respuesta metabólica e inmunológica. El tejido adiposo puede representar del 2% al 70% del peso corporal en una persona y se considera que por debajo de 25% a 35% es un porcentaje óptimo o saludable, dependiendo de factores como la edad o el sexo (Jo y Mainous iii, 2018). Pero reflexionemos, ¿por qué tener más grasa es perjudicial para la salud?

Inflamación de bajo grado asociada con la obesidad

Un término muy utilizado en los diagnósticos de sobrepeso u obesidad es el de obeso “sano” para referirse a personas que no presentan alteraciones en los marcadores metabólicos más comúnmente explorados, tales como la glucosa en ayunas o la presión arterial. Entonces, ¿cuál podría ser el problema en las personas que acumulan más de 25% de su peso corporal en grasa, pero no presentan estas alteraciones metabólicas? Gracias a la investigación científica, hoy conocemos mejor el complejo papel que desempeña el tejido adiposo en el organismo. Anteriormente, se consideraba que este tejido sólo cumplía funciones de almacenamiento y homeostasis energética; sin embargo, hoy sabemos que desempeña una amplia variedad de funciones inmunológicas y tiene una importante actividad de señalización en el resto del organismo (Ahmed y Greene, 2021).

Primero, es importante reconocer que hay tres grandes clasificaciones de tejido adiposo: el tejido adiposo blanco (tab), el tejido adiposo marrón (tam) y el tejido adiposo beige. La estructura primaria que los conforma es el adipocito (figura 1), el cual almacena el exceso de nutrientes en forma de triglicéridos (grasa), incrementando su tamaño (hipertrofia1). Una vez excedida su capacidad genera nuevos adipocitos (hiperplasia2) que suplirán los requerimientos de almacenamiento energético.

El tejido adiposo marrón y beige, similares funcional y estructuralmente, están enfocados a la termorregulación corporal y disipación de energía en forma de calor; proceso que depende principalmente de la estructura mitocondrial del tejido y de la presencia de una proteína especial denominada proteína desacoplante o ucp1 por sus siglas en inglés (Ahmed y Greene, 2021). El tejido adiposo blanco es diferente porque su función principal es el almacenamiento de grasa; tiene una distribución subcutánea y visceral, y es el tejido adiposo relacionado con las patologías de la obesidad.



diferencias morfologicas en adipocitos del tejido adiposo

Figura 1. Diferencias morfológicas en adipocitos del tejido adiposo marrón (A) y el tejido adiposo blanco (B).
Crédito: elaboración propia, creada con BioRender.com.

Los adipocitos interactúan con su ambiente inmediato y con el resto de células del organismo, respondiendo y afectando también a otros tejidos. La acumulación de grasa en el área del abdomen (visceral) se considera la más dañina para el metabolismo debido a que está más asociada a la resistencia a la insulina (Ahmed y Greene, 2021). ¿Pero, qué pasa con los individuos que mantienen una sensibilidad a la insulina “normal” y son considerados metabólicamente sanos? Entre 10% y 25% de los individuos obesos no presentan esta alteración metabólica, ¿significa que este porcentaje de individuos no se ven afectados por la acumulación excesiva de tejido adiposo?

El tejido adiposo, como todos los tejidos que componen al organismo, necesita recibir oxígeno y nutrientes provenientes de la sangre y su expansión se ve acompañada de la formación de nuevos vasos sanguíneos. El problema se origina por el crecimiento excesivo del tejido. Recordemos que un porcentaje de grasa corporal de entre 25% y 35% no representa un riesgo grave a la salud metabólica. Después de haber utilizado la glucosa necesaria el cuerpo almacena un pequeño porcentaje de energía en forma de glucógeno en el músculo y el hígado, el resto de la energía ingerida se transforma en triglicéridos y se almacena en el tab; es por esto que es el único tejido en el organismo que tiene una capacidad de crecimiento tan amplia (desde el 2% hasta el 70% del peso corporal).

El incremento excesivo en el tamaño del tejido genera condiciones insuficientes o poco favorables de oxigenación, como resultado se genera un ambiente “tóxico” en las zonas afectadas (Ahmed y Greene, 2021). Esto es un problema grave porque se afecta la supervivencia de los adipocitos y muchos de ellos mueren. Cuando esto ocurre el sistema inmune se involucra y recluta macrófagos, un tipo de célula inmunitaria que “limpia” la zona afectada. Y entonces la principal forma de deshacerse de estos adipocitos muertos es por medio de liberación de sustancias que los destruyen y por un proceso llamado fagocitosis que implica la ingesta de los mismos. Entonces un macrófago que fagocitó un adipocito muerto emite señales químicas que informan al resto de células cercanas que existe un problema y deben acudir al sitio. El ciclo se repite, con lo que se produce un proceso de inflamación, se pone en alerta al resto de los componentes del sistema inmunitario (vr figura 2). Si la persona continúa ingiriendo un exceso de calorías, el tab continuará aumentando de tamaño y en consecuencia también aumentará la respuesta del sistema inmunitario, dando como resultado un proceso inflamatorio permanente que implica graves consecuencias para el equilibrio metabólico del cuerpo.



cambios generados en sistema inmune debido a obesidad

Figura 2. La obesidad genera cambios en el equilibrio inmunológico del cuerpo.
Crédito: elaboración propia, creada con BioRender.com.

En todos los individuos obesos, se presenta un proceso inflamatorio constante que cambia la dinámica del sistema inmunitario sin que necesariamente se vea reflejado un efecto a nivel metabólico como la resistencia a la insulina, dando la apariencia de un obeso “sano”. Dos de las sustancias que intervienen en este proceso inflamatorio son la Interleucina-6 (il-6) y el factor de necrosis tumoral alfa (tnf-α), asociadas al desarrollo de problemas metabólicos. Su estudio es un tema importante para comprender la fisiopatología de la obesidad.

El principal combustible en el cuerpo humano es la glucosa, que se sintetiza a partir de la digestión de carbohidratos o que se puede obtener de las reservas grasas del tab. Asimismo, el mecanismo por el cual las células del organismo son capaces de captar la glucosa proveniente de la circulación periférica implica la participación de una hormona producida por el páncreas llamada insulina. Esta hormona tiene diversas funciones, una de ellas es la de participar en el transporte de glucosa al interior de las células. Pero las células del cuerpo también tienen receptores para moléculas inflamatorias como la il-6 y el tnf-α, y el exceso de éstas interfiere con los receptores que captan la insulina circulante y dificultan su actividad; esto es, interfieren con la introducción de glucosa a la célula (ver figura 3). Como resultado de una exposición prolongada a estas moléculas inflamatorias, se induce lo que se conoce como resistencia a la insulina y el inicio de problemas metabólicos.



inflamacion derivada de la obesidad

Figura 3. La inflamación derivada de la obesidad genera cambios en la captación de insulina dentro de la célula, provocando a largo plazo una disminución en la sensibilidad.
Crédito: elaboración propia, creada con BioRender.com.

Los marcadores metabólicos comúnmente utilizados en la práctica clínica, por lo regular, no identifican estas moléculas inflamatorias para poder determinar un estado de inflamación. Es por eso que el diagnóstico de obeso “sano” puede generar una menor preocupación de los pacientes por mejorar su porcentaje de grasa corporal, pero en realidad se está enmascarando un problema de salud a futuro.

Esta inflamación no se limita a los órganos encargados de la regulación de la glucosa, como el hígado o el músculo esquelético. Su presencia se expande hasta el cerebro y es un factor importante en fenómenos neurodegenerativos como la enfermedad de Alzheimer, que ha sido asociada a la obesidad (Niero et al., 2017), y en el deterioro de zonas cerebrales implicadas en la regulación de la ingesta, así como la percepción de hambre y saciedad (Pimentel et al., 2014).

Sistemas de recompensa, alimentación y obesidad

Si la obesidad es producto de comer más de lo que necesitamos, la solución más lógica y sencilla sería comer menos. ¿Entonces, por qué comemos más de lo que necesitamos si sabemos que es perjudicial? La alta ingesta de calorías en la dieta moderna no responde únicamente a un fin práctico de ingerir alimentos para la supervivencia. En realidad, desequilibramos la balanza hacia el otro extremo, cambiamos el problema de la falta de alimento por un exceso de él.

Desde un punto de vista evolutivo, tiene sentido que el organismo genere mecanismos que le aseguren ingerir el alimento necesario. Esto es que se genere una sensación de “recompensa” al comer para que la persona continúe alimentándose y, de esta manera, se incrementen sus probabilidades de supervivencia. En el contexto actual en el que existe una sobreproducción alimenticia, se genera un proceso de “exceso de recompensa” en el cerebro y un problema de sobrepeso y obesidad con graves consecuencias.

El cerebro monitorea constantemente el balance energético, por medio de diferentes marcadores metabólicos, del resto del organismo. Del mismo modo, los tejidos y elementos periféricos producen sustancias químicas llamadas hormonas, que son liberadas al torrente sanguíneo y llegan a diferentes tejidos, incluyendo una estructura del cerebro llamada hipotálamo (Pimentel et al., 2014). Esta estructura junto con otras regiones cerebrales regulan la ingesta de alimento a la alta o la baja, según sea la información periférica. Paralelamente, el cerebro mediante sistemas especializados en los órganos sensoriales, identifica y prioriza la presencia de nutrientes energéticamente valiosos, como el azúcar o la grasa. Esta información es proporcionada a una estructura cerebral llamada amígdala, encargada de la fijación de memorias para recordar elementos asociados a estos alimentos y motivar al sujeto a consumirlos en futuras exposiciones (ver figura 4).

Este mecanismo tiene sentido en el ambiente “natural” del que procedemos. Por ejemplo, podemos recordar que una fruta de colores vivos es rica en azúcares y nos brindará un aporte de energía considerable que podría ser la diferencia entre la vida o la muerte. Sin embargo, en el ambiente moderno, estos mecanismos de motivación para ingerir alimentos “atractivos y palatables” han sido estudiados y aprovechados por la industria alimentaria para generar un consumo excesivo de calorías, guiado por un interés puramente económico. Es evidente que parte del problema de la obesidad es generado por el abuso en la ingesta de alimentos altamente calóricos, mediado en parte por un sistema de recompensa mal enfocado, pero ¿cómo afecta la subsecuente inflamación a estos sistemas de regulación en la ingesta?



esquema de la interaccion entre senales y el cerebro

Figura 4. Esquema representativo de la interacción entre las señales ambientales y el cerebro durante el proceso de alimentación.
Crédito: elaboración propia.

En los humanos, como ya se mencionó, el acto de alimentarse no se restringe a la necesidad de alimento por supervivencia; se trata de un mecanismo complejo que involucra la percepción placentera, las memorias de estos alimentos o incluso la motivación de metas a futuro, que nos inducen a decidir entre un alimento u otro. Una de las estrategias frente a las señales de hambre es incrementar la percepción a los signos relacionados con el alimento como los colores u olores. Por eso cuando tenemos hambre nuestro enfoque a la comida es más intenso; sin embargo, una sobreseñalización, como en el caso de individuos obesos con dietas altas en calorías, genera un descontrol en estos mecanismos de percepción (Pursey et al., 2019). Así, se incrementan las conductas de búsqueda excesiva de determinados alimentos (principalmente altos en azúcares y grasa) y comportamientos ansiosos si no se obtienen.

Estos procesos adictivos se mantienen en el tiempo (Décarie-Spain et al., 2016), e incluso se presenta una reducción en la percepción placentera de alimentos menos estimulantes (Vichaya et al., 2014), lo que hace que los individuos desplacen sus preferencias alimentarias inclinándose más por estos alimentos estimulantes y dejando de lado alimentos menos industrializados. En general, se propicia un deterioro en la función del sistema de recompensa y se crea un problema de ansiedad por alimento, no necesariamente metabólico, sino guiado por el sistema de recompensa.

Conclusiones generales

La obesidad es un problema de salud importante en México y en el mundo, asociado al desarrollo de problemas metabólicos como la resistencia a la insulina, que a largo plazo generará un alarmante crecimiento de población diabética, hipertensa y con altos riesgos de enfermedades cardiovasculares. Sin embargo, el constante desarrollo de investigación científica enfocada al entendimiento de la obesidad, nos ha llevado a relacionarla también con el deterioro a la salud cognitiva y al mal funcionamiento del cerebro. En este sentido, la inflamación derivada de la obesidad es también un factor de riesgo asociado al desarrollo enfermedades neurodegenerativas, como Alzheimer.

Hoy sabemos que esta inflamación afecta también a sistemas neuronales que regulan la percepción y la ingesta de alimentos, que sumados a la constante exposición de alimentos procesados genera comportamientos similares a la adicción y hace muy difícil la adherencia a dietas naturales, correctas, variadas y suficientes, necesarias para la salud humana. La estrategia más efectiva para romper este círculo dañino para la salud es volver a los alimentos naturales con poco o nulo procesamiento, y en general incrementar la actividad física. Esto es muy importante porque evolutivamente estamos diseñados para desplazarnos constantemente en busca de alimento y comer ocasionalmente.

El secreto peor guardado de la nutrición, que está al alcance de la mayoría y carente de patentes o estrategias comerciales, es comúnmente ignorado. Éste consiste en balancear mejor la excesiva comodidad del ambiente moderno, alejarnos lo más posible de alimentos altamente procesados y acercarnos a nuestros orígenes como especie: comer más frutas, verduras y fuentes de proteína con menor grado de procesamiento, ya que muchos de los rasgos biológicos que aún no entendemos nos acompañaron en el largo camino de nuestra evolución. Nuestro cuerpo nos lo agradecerá con una mejor salud.

Referencias

  • Ahmed, B., Sultana, R., y Greene, M. W. (2021). Adipose tissue and insulin resistance in obese. Biomedicine & Pharmacotherapy, 137, 111315. https://doi.org/10.1016/j.biopha.2021.111315
  • Castillo Hernández, J. L., Cuevas González, M. J., Almar Galiana, M., y Romero Hernández, E. Y. (2017). Síndrome metabólico, un problema de salud pública con diferentes definiciones y criterios. Revista Médica de la Universidad Veracruzana, 17(2), 7-24. https://goo.su/FIxaOoD
  • Décarie-Spain, L., Hryhorczuk, C., y Fulton, S. (2016). Dopamine signalling adaptations by prolonged high-fat feeding. Current Opinion in Behavioral Sciences, 9, 136-143. https://doi.org/10.1016/j.cobeha.2016.03.010
  • Jo, A., y Mainous iii, A. G. (2018). Informational value of percent body fat with body mass index for the risk of abnormal blood glucose: a nationally representative cross-sectional study. bmj open, (4). http://dx.doi.org/10.1136/bmjopen-2017-019200
  • Niero Mazon, J., Haas de Mello, A., Kozuchovski Ferreira, G., y Tezza Rezin, G. (2017). The impact of obesity on neurodegenerative diseases. Life Sciences, 182, 22-28. https://doi.org/10.1016/j.lfs.2017.06.002
  • Pimentel, G. D., Ganeshan, K., y Carvalheira, J. B. C., (2014). Hypothalamic inflammation and the central nervous system control of energy homeostasis. Molecular and Cellular Endocrinology, 397(1), 15-22. https://doi.org/10.1016/j.mce.2014.06.005
  • Pursey, K. M., Contreras-Rodriguez, O., Collins, C. E., Stanwell, P., y Burrows, T. L. (2019). Food Addiction Symptoms and Amygdala Response in Fasted and Fed States. Nutrients, 11(6), 1285. https://doi.org/10.3390/nu11061285
  • Secretaría de Salud, Instituto Nacional de Salud Pública e Instituto Nacional de Estadística y Geografía. (2018). Encuesta Nacional de Salud y Nutrición 2018: Presentación de resultados. https://goo.su/rnjU
  • Vichaya, E. G., Hunt, S. C., y Dantzer, R. (2014). Lipopolysaccharide Reduces Incentive Motivation While Boosting Preference for High Reward in Mice. Neuropsychopharmacology, 39(12), 2884-2890. https://doi.org/10.1038/npp.2014.141

Recepción: 05/04/2022. Aprobación: 01/02/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

Degustar un cheesecake en Do Mayor: el placer musical y su función biológica adaptativa

Pablo Valdés-Alemán Cita

Resumen

¿Por qué nos gusta la música? Los seres humanos disfrutamos de escuchar música, tanto que inundamos nuestras actividades diarias con esta práctica. Este fenómeno parece ser algo que se extiende en todo el mundo, aunque no todas las culturas tengan una misma concepción sobre la música. Desde una perspectiva evolutiva, si la música es tan importante para la especie y ha permanecido a lo largo de todos estos miles de años, alguna importancia biológica adaptativa debería de tener. No obstante, ciertos autores sugieren que la música no es más que un subproducto de la evolución sin una función relevante para la reproducción o la sobrevivencia de la especie, por lo que únicamente sirve para deleitar al oído, como si fuera un cheesecake auditivo (Pinker, 1997). ¿Realmente la música no es trascendental para la vida humana? Eso es lo que exploraremos en este artículo.
Palabras clave: placer musical, adaptación biológica, música, cognición musical, musicología, evolución.

Tasting a cheesecake in C Major: On musical pleasure and its adaptive biological function

Abstract

Why do we like music? Humans enjoy listening to music, so much so that we flood our daily activities with this practice. This phenomenon seems to be something that spreads throughout the world, although not all cultures have the same conception of music. From an evolutionary perspective, music is so important to the species and has remained among us throughout all these thousands of years that we may think that it has some adaptive biological importance. However, certain authors suggest that music is nothing more than a by-product of evolution without a function relevant to the reproduction or survival of the species. According to them, it only serves to delight the ear, as if it were an auditory cheesecake (Pinker, 1997). Is not music transcendental for human life? That is what we will explore in this paper.
Keywords: musical pleasure, biological adaptation of music, music cognition, musicology and biology, evolution.

Partiendo de la idea que plantea el psicólogo evolutivo Steven Pinker (1997), uno puede entender por qué somos tan débiles ante la tentación de un dulce y cremoso cheesecake que se encuentra frente a nosotros, listo para ser devorado. ¿Me encuentro hambriento? No. ¿He corrido un maratón? Tampoco. ¿Mi cuerpo lo necesita? No realmente. Para poder explicar mucho del comportamiento humano —y el de otras especies también—, sobre todo aquel que a simple vista pareciera un tanto irracional, es relevante pensar en sus posibles funciones adaptativas.

Bien es sabido que aquellas conductas que llevan a la sobrevivencia y a la reproducción de los animales están asociadas con los mecanismos cerebrales de recompensa; esto mediante largos procesos evolutivos de selección natural, lo que permite su adaptación biológica. Tal es el caso de la alimentación, en la que existe una clara motivación por la búsqueda de alimento y una sensación placentera ante los estímulos químicos de la comida, que son disueltos en la saliva y, posteriormente, captados por los receptores gustativos en la lengua. Entonces, si el fin es saciar una necesidad biológica, ¿por qué comemos de más?, o ¿por qué preferimos los alimentos azucarados sin importar su valor nutricional? Se trata de la capacidad que tienen los carbohidratos para hackear nuestros mecanismos cerebrales de recompensa, tal como sucede con otros estímulos placenteros, lo que ocasiona una búsqueda de dicho estímulo, aunque no exista una necesidad fisiológica real.

Pinker (1997) sugirió que algo similar podría estar sucediendo con la música, lo que explicaría la experiencia placentera percibida ante dicho estímulo, sin una aparente función biológica. El autor incluso propuso que la música se trata de un cheesecake auditivo, es decir, un simple producto secundario de la evolución que únicamente sirve para entretener y deleitar al oído humano. No obstante, dicha postura ha tenido un gran rechazo por parte de biólogos, neurocientíficos, psicólogos, etólogos, lingüistas y musicólogos (Brown et al., 2000; Sborgi Lawson, 2022). De acuerdo con David Huron (2003), este debate surge tras reconocerse que, en efecto, existe un deseo o una búsqueda de ciertos estímulos placenteros no-adaptativos (naps, por sus siglas en inglés), que actúan sobre el sistema de recompensa sin realmente proporcionar beneficios para la sobrevivencia o la reproducción de la especie —por ejemplo, drogas—. En ese sentido, y siguiendo con el discurso del autor, existe la postura de que la música pertenece a este grupo de estímulos naps.

Uno de los argumentos que van en contra de esta posición establece que si la música no tiene ningún valor de sobrevivencia, entonces, cualquier tipo de comportamiento musical terminaría por empeorar el desempeño de la especie (Huron, 2003). Por lo tanto, según esta misma fuente, esta aseveración no tiene sustento al tomar en cuenta la vasta evidencia que sitúa los orígenes del comportamiento musical en la especie humana —vestigios de instrumentos musicales— mucho antes de los orígenes de la agricultura (ver video 1). Es decir, que la antigüedad del comportamiento musical sugiere algún tipo de valor biológico, debido a su prevalencia en la especie a lo largo de todos estos años (Killin, 2018).



Video 1. Posible flauta paleolítica de Homo Neanderthalensis.
(Primoz Jakopin, 2010)

Incluso, de manera empírica, no hace falta indagar demasiado para darnos cuenta del rol central que tiene la música en nuestras vidas. Prácticamente en todas las actividades que realizamos podemos encontrar música: en el trabajo, en el auto, en el supermercado, en la casa, en reuniones sociales, al estar solos, mientras descansamos, o si nos ejercitamos. En fin, la lista puede seguir, y no cabe duda de que en nuestra sociedad la música importa. Sin embargo, no hay que olvidar que es necesario tomar en cuenta los estudios culturales, e intentar dejar de lado nuestra perspectiva occidental que, desde luego, puede llegar a sesgar nuestras observaciones sobre el comportamiento musical.



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Figura 1. Hallazgo de una posible flauta paleolítica de Homo Neanderthalensis.
Crédito: Wikimedia Commons.

Con respecto a lo anterior, aunque está ampliamente reconocido que la música forma parte de las actividades presentes a lo largo de las diversas culturas y sociedades del mundo, siempre hay que ser cautelosos al momento de generalizar o proclamar este tipo de universales en la especie. De acuerdo con el etnomusicólogo Bruno Nettl (2000), la actividad musical es pieza central de muchas culturas, no obstante, su significado puede variar bastante, sobre todo si partimos del concepto musical occidental.

En la actualidad, la música, en las sociedades industrializadas y occidentalizadas, forma parte de rituales individualistas, social-elitistas y de contemplación estética (Eerola et al., 2017). Una clara distinción entre este tipo de sociedades y el resto es precisamente esta tendencia individualista, por lo que la música cada vez va perdiendo más ese papel como una actividad que se realiza para y con la sociedad —sin olvidar al baile, que muchas veces queda como un elemento independiente o excluido de la música— (Nettl, 2000).

Esa diversidad en la forma de entender y practicar la música recuerda la importancia de tomar en cuenta la evolución cultural que, si bien, desde el punto de vista de la sociobiología, estas habilidades y comportamientos sociales son producto de adaptaciones por selección natural, la psicología evolutiva añade que, debido a que los contextos cambian, dichas adaptaciones pueden ya no ser funcionales en la actualidad (Sperber y Hirschfeld, 1999). Tomando en cuenta esta postura, se podría pensar de la música como una especie de vestigio evolutivo —como el apéndice—, que en algún momento fue crucial para la sobrevivencia humana, pero que ahora ya no lo es (Huron 2003).



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Figura 2. Dos hombres tocando música tradicional de la India.
Crédito: SwastikArora.

Por tal motivo, una de las hipótesis sobre la función adaptativa de la música y, por lo tanto, del placer musical, es su capacidad de fomentar los lazos sociales. Por ejemplo, Tarr y colaboradores (2014) mencionan que las actividades sociales, como el baile, la música y el juego, suelen ser una fuente de placer, pues promueven los vínculos sociales, sobre todo mediante los procesos rítmicos que requieren de sincronía. Huron (2003) propone que la función adaptativa de la música para la cohesión social parte de su capacidad para sincronizar estados mentales y emocionales en grandes grupos de personas, y que prepara al grupo para poder actuar de manera conjunta. El autor añade que, debido a este poder de la música para manipular las emociones, la música pudo funcionar como un mediador para reducir la tensión y la agresión en el grupo, partiendo de la evidencia de que escuchar música puede reducir los niveles de testosterona. Asimismo, Ian Cross (2003) mantiene que la música pudo servir como un pasatiempo grupal para la catarsis, mediante la expresión y la experiencia emocional colectiva. También sugiere que la música, al facilitar la interacción social, permitió la adquisición y el mantenimiento de las habilidades y el conocimiento del grupo, lo que fue crucial para el desarrollo cognitivo humano y para el propio surgimiento de la cultura humana.

Actualmente, se han llevado a cabo experimentos que demuestran la importancia sobre el vínculo entre el placer musical y su capacidad para evocar emociones y valores sociales relacionados con la identidad y el sentido de pertenencia, los cuales fomentan esta cohesión social. Tal es el caso de Weinstein y colaboradores (2016), quienes pudieron observar cómo los miembros de un coro numeroso, donde no se conocían previamente, reportaban mayores niveles de inclusión social y placer después de cantar.



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Figura 3. Banda callejera tradicional, representativa de la música de Bali.
Crédito: 5477687.

Otra propuesta, es la función que tuvo la música para fortalecer el vínculo madre-hijo, ya que el canto materno regula los niveles de ansiedad en el bebé (Trehub, 2003). Incluso, de acuerdo con esta fuente, la música permitiría el sano desarrollo y crecimiento del infante: al facilitar la relajación y el sueño, la madre tendría más oportunidades de ocuparse tanto de sus propias necesidades como de las del bebé —por ejemplo, en la búsqueda de alimento—. Mucha de la evidencia que existe sobre la predisposición humana para la musicalidad —es decir, poder detectar tonos, intervalos, melodías y ritmos— desde una edad muy temprana ha servido como apoyo para la hipótesis de que la música es relevante para el desarrollo humano y, por lo tanto, una pieza clave para la evolución de ciertas capacidades cognitivas (Saffran, 2003; Trehub, 2003). En ese sentido, los hallazgos sobre estructuras cerebrales especializadas en el procesamiento musical han dado pie para hablar de la musicalidad como una capacidad congénita, aunando a la discusión sobre su relevancia evolutiva (Huron, 2003).



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Figura 4. Bebé explorando sonidos con instrumentos musicales de percusión.
Crédito: thedanw.

Además de su importancia como cohesor social, algunos autores, como Saffran (2003), mencionan que el surgimiento de la música (protomúsica) fungió como un medio de comunicación entre los miembros del grupo, por lo que es un precursor del lenguaje (protolenguaje). En el sentido opuesto, Dale Purves (2004) argumenta que la música es un producto secundario del lenguaje, que parte de la capacidad que tenemos para detectar tonos (frecuencias consonantes), que son propios de la voz humana. Esta idea recuerda bastante a la postura planteada en un inicio por Pinker (1997). Asimismo, se puede añadir la hipótesis de que la música fungió como una actividad lúdica, un pasatiempo seguro, un espacio de juego y aprendizaje, donde no habría consecuencias en el mundo real; esto, partiendo del hecho de que, tras dominar la agricultura, cada vez había mayor cabida para el ocio (Huron, 2003).



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Figura 5. Grupo de personas bailando al sonido de la música.
Crédito: terimakasih0.

Todas estas ideas e hipótesis sugieren algunas de las posibles razones por las cuales hacemos y disfrutamos la música. Estos investigadores han tratado de estudiar, desde una perspectiva evolutiva, la función que tiene la música para la especie, y si tiene algún valor adaptativo. Sin embargo, al abordar el porqué del placer musical, queda la pregunta del cómo. Es decir, concretamente, ¿cómo es que la música logra sus efectos placenteros en nosotros? Ya decía Purves (2004) que los músicos aprovechan la capacidad innata de los humanos para percibir tonos consonantes (y el placer que de esto resulta). para componer estructuras sonoras (piezas musicales) que intercalan sonidos disonantes y consonantes, es decir, tensión y relajación, generando así efectos placenteros en quienes las escuchan. Sin embargo, considerando que la música es un fenómeno dinámico que se desenvuelve a través del tiempo, se ha descubierto que uno de los mecanismos que subyacen al placer musical es la expectación musical (Zatorre, 2015).

La expectación musical se da cuando escuchamos música. De manera inconsciente tratamos de predecir la estructura musical conforme se va desarrollando en el tiempo, y si nuestra predicción es correcta recibimos una recompensa. Por tal motivo, la experiencia o el conocimiento que tenemos sobre cierto tipo de música o estructura musical está directamente relacionado con nuestro gusto por ella. No obstante, si una pieza musical es demasiado simple y fácil de predecir, ésta resultará monótona y poco placentera, al igual que si la pieza es muy compleja y difícil. El compositor debe, entonces, saber en qué momentos violar la estructura musical para generar efectos sorpresa placenteros (error de predicción positivo) (Mas-Herrero et al., 2018; Mas-Herrero et al., 2013; Salimpoor y Zatorre, 2013; Zatorre, 2015; Zatorre y Salimpoor, 2013). Quizá esto nos recuerde a aquella canción que nos encantaba pero que, después de tanto escucharla, una y otra vez, terminó por hartarnos. O lo mismo a esa canción que, en un principio, tal vez nos parecía un tanto extraña o poco familiar, y que, al cabo de un tiempo, nos comenzó a agradar. Y también a esa estrofa que esperábamos después del coro, pero que, tras un cambio repentino y sorpresivo, nos puso la piel de gallina.

En conclusión, no es descabellado pensar que la humanidad hace música porque es placentero. Siguiendo la misma lógica de Pinker (1997), si algo es placentero, es porque está actuando sobre nuestro mecanismo cerebral de recompensa, mismo que es responsable de reforzar comportamientos que son de relevancia para la sobrevivencia de la especie. Sin embargo, aquí es donde diverge nuestra narrativa de la de dicho autor, ya que, de acuerdo con su postura, la música sólo es un accidente dentro de nuestra historia evolutiva, que simplemente activa vías cerebrales que originalmente estaban destinadas para otros fines. Así, según Pinker, la música no contribuiría en nada para el desarrollo humano.

Pero, entonces, ¿realmente la música no es trascendental para la vida humana? Llegados a este punto, la pregunta se contesta sola. La música, tan antigua como es, ha tenido y sigue teniendo un fuerte impacto en nuestras sociedades. Nos une en comunidad, nos da identidad, nos mueve y motiva, tanto para la realización de metas conjuntas como individuales, modula nuestras emociones, fortalece nuestras relaciones y, a todo esto, nos gusta.

Al integrar este conocimiento, el rompecabezas del placer musical y su función biológica adaptativa va quedando cada vez más completo. Desde luego quedan muchas piezas por resolver, y no hay que olvidar que muchas de ellas sobrepuestas son interpretaciones o sugerencias sobre estas posibles funciones del placer musical. No obstante, hay que reconocer el esfuerzo y el creciente interés científico por estudiar el fenómeno musical desde diferentes perspectivas y disciplinas. Ya son 26 años desde que Steven Pinker (1997) desdeñó el valor de la música al de un mero cheesecake auditivo; sin embargo, los estudios surgidos desde entonces han arrojado más luz sobre la importancia de la música para la evolución y el desarrollo de la cognición humana, lo que ha impulsado la generación de disciplinas como la cognición musical, la biomusicología, la neuromusicología y la psicología de la música (Brown et al., 2000; Sborgi Lawson, 2022). La investigación continúa, la música aún no acaba, y no hay mayor placer que el de tratar de estudiar sus misteriosas notas y acordes que resuenan en nuestros cerebros.

Referencias

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Recepción: 29/04/2022. Aprobación: 10/04/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

El problema del cuerpo y la muerte: contingencia y ausencia

Luis Ernesto Cruz Ocaña Cita

Resumen

A partir de la lectura de un breve texto titulado Limbo eterno FM-2030, escrito por la investigadora argentina Flavia Costa, este artículo presenta un conjunto de reflexiones para mostrar el modo en que la filosofía moderna y el proyecto transhumanista contemporáneo han luchado contra el cuerpo y la muerte en un afán por superar su condición contingente. El temor a “ser un ausente”, a no mantenerse con vida, nos ha llevado a la formulación de diversas técnicas orientadas hacia el mejoramiento constante del mundo y de nosotros mismos en la búsqueda de la inmortalidad. De acuerdo con este modo de pensar, la condición humana, marcada por la vulnerabilidad y la fragilidad, puede y debe ser superada, de ahí que uno de los ideales más perseguidos en los últimos cinco siglos sigue siendo la previsión y planificación absoluta de la vida cotidiana. Previsibilidad es igual a orden, orden igual a progreso, progreso igual a riqueza. Capitalismo, ciencia y tecnología caminan de la mano en su lucha contra el cuerpo y la muerte, contra la contingencia y la ausencia.
Palabras clave: cuerpo, muerte, antropotécnicas, filosofía moderna, transhumanismo.

The problem of the body and death: contingency and absence

Abstract

Based on the reading of a brief text entitled “Limbo eterno FM-2030”, written by Argentine researcher Flavia Costa, this article presents a set of reflections to show how modern philosophy and the contemporary transhumanist project have struggled against the body and death in an effort to overcome their contingent condition. The fear of “being absent,” of not staying alive, has led us to the formulation of various technics oriented towards the constant improvement of the world and ourselves in the quest for immortality. According to this way of thinking, the human condition, marked by vulnerability and fragility, can and must be overcome, hence one of the most pursued ideals in the last five centuries continues to be the absolute foresight and planning of daily life. Predictability equals order, order equals progress, progress equals wealth. Capitalism, science and technology walk hand in hand in their struggle against the body and death, against contingency and absence.
Keywords: body, death, anthropotechnics, modern philosophy, transhumanism.

A modo de inicio…

En su breve escrito “Limbo eterno FM-2030”, publicado en la Revista Anfibia1, la profesora argentina Flavia Costa (2019) plantea, entre otras cosas, que “el problema es el cuerpo” (párr. 1). Esto lo indica a partir de reflexionar sobre la propuesta de mirada hacia el futuro desplegada por el atleta e intelectual persa Fereidoun M. Esfandiary, autonombrado FM-2030, para mostrar su búsqueda de la inmortalidad. Dicho personaje, en 1969, pronunció por vez primera el término transhumanista, con lo que se gestaron las condiciones para el inicio de un proyecto filosófico-científico que persigue el mejoramiento de lo humano a través del uso de las tecnologías disponibles (Diéguez, 2017).

Con el término transhumano, FM-2030 señaló la necesidad y la posibilidad humana de prescindir de esa “camisa de fuerza biológica” que es el cuerpo, de llegar a un momento en que no necesitemos más de él, que podamos trascenderlo. Pero ¿por qué el cuerpo es el problema? Porque está marcado, como señala Costa (2019), por la fragilidad y la vulnerabilidad, porque sufre y se duele, porque se enferma, porque se desgasta y envejece; en suma, porque muere y deja de existir. El cuerpo es finito, no dura para siempre, tiene sus días contados. Es la muestra más palpable de la contingencia propia de la existencia, no sólo humana sino de todo lo que nos rodea.

Al estar marcado por la finitud, el cuerpo —y con él la vida humana— se percibe como un breve intervalo de tiempo entre el nacimiento (entrada en la vida) y la muerte (abandono de la vida). Pero, como ya indicó el filósofo alemán Martin Heidegger (1971), en su obra principal Ser y tiempo, la nada originaria de la que procedemos no genera cuestionamiento ni preocupación, mientras que la nada postrera, a saber, la muerte, en tanto certeza más certera —no hay algo de lo que podamos estar más seguros que del hecho de morir—, imposibilidad de todas nuestras posibilidades —el final de todos nuestros proyectos—, es el fenómeno esencial que suscita angustia, ese estado afectivo que produce una especie de temor ante un objeto indeterminado.

Es por el horror ante la muerte, ante la posibilidad de la ausencia, que se producen todas las formas de negación a través de las cuáles intentamos ocultar o alejar la posibilidad más propia e ineludible del ser humano. Ocultamos durante la mayor parte de nuestra vida el hecho de poder morir, la posibilidad de ser un ausente.

Pero volvamos al problema…

¿Por qué el cuerpo es el problema?

Más allá de las discusiones desarrolladas durante la Edad Media, principalmente teológico-religiosas, sobre si el cuerpo era el lugar del pecado y la concupiscencia (los malos deseos), el que nos separa de una relación genuina con lo divino, en la época moderna y contemporánea el cuerpo es igualmente negado al considerarse como un elemento, si bien no maligno o profano —distinto de lo sagrado—, sí accesorio e innecesario. Dicha negación adopta dos formas distintas.

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Por un lado, el cuerpo es ignorado al situarlo como una entidad secundaria, de menor valor, con respecto a la mente o la conciencia, que es considerada lo más propio de la naturaleza humana, tal como sucedió a partir de la separación realizada por el filósofo francés René Descartes —padre de la filosofía moderna en el siglo xvii— entre res cogitans (sustancia pensante con carácter infinito e ilimitado) y res extensa (sustancia extensa con carácter finito y limitado).

Por el otro, se niega el cuerpo al inhabilitarlo a través de estrategias bio-tecnológicas que permitan superar sus límites orgánicos, con lo que la condición humana mortal puede y debe ser trascendida. Así como sucede con las ideas del movimiento transhumanista que concibe lo corporal como un “dispositivo obsoleto” (Costa, 2019).

Ambas formas de negación, la de la filosofía moderna y la del transhumanismo contemporáneo, utilizan estrategias diferentes. La primera pone énfasis en un olvido del cuerpo con el fin de centrarse en lo verdaderamente relevante: el pensamiento, la conciencia, el espíritu, o sea, en lo no material e invisible del ser humano. La segunda, en cambio, intenta superar la entidad primitiva y superflua que es el cuerpo para orientarse hacia el aspecto evolutivamente superior: el cerebro o, en otros términos, las redes neuronales que hacen al cerebro funcionar.

Como se puede notar, el cuerpo es el residuo de lo animal que aún habita al interior de la especie humana. El imperativo moral es, entonces, des-animalizar al ser humano porque lo animal es inferior, es el eslabón débil e inútil, algo primitivo que requiere ser suprimido. La máquina —un robot o un ordenador—, aun habiendo sido creada por el ser humano, aparece como el camino más efectivo hacia la autotrascendencia.

¿Cómo se niega el cuerpo [y la muerte] en la filosofía moderna?

En la época moderna se des-animaliza al ser humano cuando se promueve la ruptura con todo aquello asociado al cuerpo, como las emociones, afectos, sentimientos y pasiones, a través del fomento de una instancia superior: la razón. En términos del filósofo alemán, Peter Sloterdijk, el humanismo, ese movimiento filosófico, artístico y cultural que coloca al ser humano y su dignidad como centro de la reflexión, no fue otra cosa que un conjunto de antropotécnicas, es decir, operaciones realizadas por unos hombres considerados superiores sobre otros vistos como inferiores, destinadas a la “domesticación y amansamiento […], con el fin de salvarlo[s] de sus tendencias animales” (Castro-Gómez, 2012, p. 68). Este conjunto de antropotécnicas se orientaba tanto hacia el disciplinamiento de los cuerpos individuales como a la regulación de la población o el cuerpo social.

La tarea fundamental del humanismo era, entonces, doble. La primera, con un matiz positivo, formar un tipo de pensamiento y una comunidad política basados en la alfabetización y lectura de textos que incrementaran las habilidades espirituales y humanizaran al ser humano —el ser humano no nace, se hace a través de la cultura—. Y, la segunda, con un matiz negativo, el sometimiento y re-orientación de los instintos y pulsiones más salvajes que habitan el cuerpo y obstaculizan el desarrollo racional de la civilización. Esto funciona a través de un ejercicio de promoción y contención, incitamiento e inhibición.

En la naciente modernidad occidental de los siglos xvii y xviii, el cuerpo se convierte, como muestra el filósofo francés Michel Foucault (1977), en una preocupación política y objeto de vigilancia. En lo que denomina la época del biopoder2, en la que se le da una forma adecuada a las necesidades del orden económico y se hace que el poder fluya a través del cuerpo para funcionar mejor, se busca la incorporación de la norma en nuestras vidas por medio de la creación de dispositivos institucionales —la cárcel, el hospital, el psiquiátrico, la escuela, la fábrica, entre otrosꟷ, orientados a que las personas aprendan a autovigilarse y vigilarse entre sí. Se interviene, primero, en los cuerpos individuales, pero, eventualmente, en el cuerpo social o población —impulso de saberes médicos, pedagógicos, higiénicos y estadísticos—.

Ese humanismo que piensa lo humano en una tensión entre lo duradero y lo contingente, lo ordenado y lo caótico. Con una clara primacía del polo de lo durable y lo ordenado, la muerte espera poder ser aplazada. Se aleja de las reflexiones filosóficas. Tanto el cuerpo como la muerte son los temas ausentes, aunque implícitamente presentes en la época moderna. Mientras la filosofía parece callar, la ciencia se hunde en una ambigüedad en torno a la muerte: por un lado, es la que permite comprender cada vez más procesos vitales, pero por otro es “el enemigo a vencer”. En palabras de Costa (2019), “terminar con la muerte sería el triunfo trascendente que de un solo golpe disolvería todos los problemas humanos” (párr. 8).

Pero la filosofía y la ciencia modernas no alcanzaron el objetivo de aplazamiento de la muerte, sólo contribuyeron a la formación de un tabú. Se toparon con un ámbito difícilmente administrable a conveniencia. En la época del biopoder, en donde se privilegia, según la fórmula antes mencionada, el “hacer vivir”, el polo del “dejar morir” aparece como una instancia menos activa, pero no por ello sin importancia. La muerte, aunque temida y ocultada, está ahí. Comienza a convertirse en un elemento de autodefinición de lo humano y, al mismo tiempo, en aquello contra lo que es preciso revelarse. La muerte, la posibilidad de morir y saber esa posibilidad, es parte de la condición y la existencia humanas, mismas que comienzan a ser pensadas cada vez más ancladas a la corporalidad. Definirnos por y frente a la muerte constituyó uno de los aportes centrales de las primeras tres cuartas partes del siglo xx, período marcado por las grandes guerras mundiales.

¿Qué pasó con el cuerpo y la muerte después de la filosofía moderna?

A fines del siglo xx comienzan a vislumbrarse cambios radicales en los modos de organización de la vida. Aparecen lo que el filósofo Gilles Deleuze denomina sociedades de control, es decir, modos de organización de la vida donde predominan las “conjunciones de sistemas orgánicos y tecnológicos” (Lash, 2005, p. 42), junto a “formas ultrarrápidas de control al aire libre” (Deleuze, 2014, p. 116), en las que las instituciones cerradas se ven cuestionadas por las redes digitales. La mutación del capitalismo en el mundo actual va ligada a una transformación tecnológica. En este contexto aparece la versión contemporánea del problema del cuerpo y de la muerte.

Si esta nueva versión continúa con la negación del cuerpo, no lo hace del mismo modo que la versión moderna. Comienza con lo que Costa (2019) denominó “una ampliación del campo de batalla biopolítico”, es decir, un incremento de los modos en que la vida se convierte en una preocupación política. Profundiza su preocupación por el cuerpo, pero, a partir de los cambios suscitados en la tecnociencia, se aleja de la dimensión puramente material, tangible. Impera la reflexión sobre procesos energéticos y se privilegian las tecnologías informático-comunicativas y las de ingeniería genética.

Ya no se queda a nivel de la vigilancia efectiva del cuerpo individual o del cuerpo social a través de dispositivos institucionales donde el tiempo y el espacio funcionan de modos convencionales sobre los cuerpos realmente existentes. Ahora se establecen estrategias de control desterritorializadas y ampliamente aceleradas, que ponen atención a entidades infracorporales (principalmente los genes) y supracorporales (lo referido a procesos ecológicos), cuyo objetivo es la optimización de los cuerpos que podrían llegar a existir. Ya no se trata ni de corregir lo que es, ni de vigilar que se transite por el camino correcto, sino de intervenir y modificar la corporalidad en sus condiciones más íntimas y, a su vez, las más abarcantes.

En este sentido, el cuerpo se hace operable, modificable, en cierto modo, a conveniencia —ese es, al menos, el idealꟷ. En palabras del profesor estadounidense Jonathán Crary, “no hay determinantes inalterables de la naturaleza […] Creer que hay alguna característica ‘esencial’ que distinga los seres vivos de las máquinas es, se nos dice, ingenuo y nostálgico” (2008, p. 14). La corporalidad, el estar en un cuerpo como nuestra forma de ser en el mundo, no es un destino, no es una cosa a la que debamos sujetarnos, sino un soporte provisional sobre el cual es posible actuar y modificar. De ahí que sea preciso, por un lado, retrasar lo que parece necesario como parte de la temporalidad del cuerpo: el envejecimiento; y, por otro, desarrollar las técnicas imprescindibles para la “creación de cuerpos durables, versátiles, atractivos” (Costa, 2019, párr. 8). No se tiene un cuerpo, se es un cuerpo. Sin embargo, ese cuerpo no es definitivo, puede y debe ser intervenido. Es tiempo de modificaciones corporales, prótesis, extensiones…

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Pero ¿para qué hay que intervenir, operar y modificar el cuerpo? Para “minimizar el dolor” primero y, después, para “inmortalizar la vida”, dice la profesora Costa (2019). En suma, para destruir cualquier sentido de contingencia. La muerte ya no sería un destino ineludible, sino algo más entre lo que, aparentemente, se puede elegir.

La ideología neoliberal del consumo permite pensar que todo puede ser seleccionado a la carta con el pago correspondiente. La utopía (o distopía) planteada por Aldous Huxley en Un mundo feliz, donde parece posible elegir cuándo, cómo y dónde nacer, cómo, cuándo y dónde morir, es actualmente una tendencia perseguida por algunos defensores del transhumanismo (Diéguez, 2017). Si bien la muerte llegará en algún momento, es posible aplazarla lo más posible y, en cierto modo, manipularla para no aparecer de forma abrupta o sorpresiva, sino que se ajuste a los deseos humanos de previsión y certeza. Morir será posible sólo cuando uno se haya aburrido de vivir.

¿Qué hacer, entonces, con el cuerpo y la muerte?

Con todos los avances tecnológicos mencionados es plausible pensar en la superación de las limitaciones biológicas del cuerpo, en la superación del ser humano ligado aún a la condición animal, y la superación de la posibilidad de ser un ausente, de morir, sin saber cómo ni cuándo. El ideal planteado en el siglo XIX por el filósofo francés August Comte: “saber para prever, prever para obrar” (Velázquez, 2006), es aquí llevado al extremo, ya que mientras en la versión moderna la vida y el cuerpo podían ser manipulables solamente durante el período de tiempo que los circunscribía al mundo; en la versión más contemporánea se pretenden trascender los límites contingentes y azarosos del nacimiento y la muerte, interviniendo tecnológicamente esas posibilidades.

La previsión y la planificación absoluta de la vida cotidiana, continúa siendo, tal como lo fue en la filosofía moderna y como se nota en el proyecto transhumanista, uno de los ideales más perseguidos: se lucha de diferentes maneras contra la contingencia y contra la ausencia. Previsibilidad es, al fin y al cabo, igual a orden, orden igual a progreso, progreso igual a riqueza; y, actualmente, la mayoría deseamos estar en esta condición. Capitalismo, ciencia y tecnología caminan de la mano en su lucha contra el cuerpo y la muerte.

¿El cuerpo es, entonces, el problema al tener la marca de la finitud y la mortalidad tal como se mostró en las líneas anteriores? ¿O el problema es no aceptarnos en tanto que cuerpos marcados por la vulnerabilidad o la fragilidad propias de nuestra condición humana, tal como se ha venido notando en la historia del pensamiento en los últimos cinco siglos? Preguntas espinosas que quizás no encuentren una respuesta definitiva, pero que nos obligan a continuar pensando. El reconocimiento propiamente humano de que vamos a morir se enfrenta ante el deseo igualmente humano de inmortalizarnos, con lo que se genera un choque de trenes difícilmente superable.

Quizás una sana dosis de aceptación de que somos cuerpos y, por lo tanto, mortales, no nos ayudaría a vivir por más tiempo, a alargar lo más posible el momento último de nuestra existencia, pero sí a vivir con más intensidad y coraje el tiempo que nos es dado para que, cuando nos convirtamos en ausentes, lo hagamos sin penas o arrepentimientos. Para que cuando ya no estemos sean los relatos de quienes se quedan los que permitan sobrevivir en una memoria herida.

Referencias

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Recepción: 31/01/2022. Aprobación: 10/04/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

Muérdago: una plaga o un recurso en el bosque

Clara Yered Pérez Hernández, Eliezer Cocoletzi Vásquez y Michelle Ivonne Ramos Robles Cita

Resumen

Las interacciones ecológicas que ocurren en los diferentes ecosistemas permiten un flujo de energía y nutrientes. Pueden ser intraespecíficas o interespecíficas y categorizarse en mutualismos, cuando las especies involucradas se ven beneficiadas; o en antagonismos, cuando existen efectos negativos derivados de su interacción. Existen plantas parásitas con capacidad de establecerse sobre otras plantas para nutrirse y desarrollarse, como los muérdagos, que son un grupo de plantas que tienen un impacto negativo en las especies forestales y arbolado urbano, ya que pueden afectar su desarrollo. A pesar de lo anterior, también puede beneficiar a otros organismos como aves o mamíferos al proveerles alimento, refugio o sitios de anidación. El presente trabajo describe casos y características de estas interacciones.
Palabras clave: antagonismo, especies forestales, frugívoria, interacciones ecológicas, mutualismo, parasitismo.

Mistletoe: bad or good depends on who is looking at it

Abstract

The ecological interactions that occur in the different ecosystems allow a flow of energy and nutrients. They can be intraspecific or interspecific and can be categorized in mutualisms, when the species involved are benefited; or in antagonisms, when there are negative effects consequence of the interaction. Also, there are parasitic plants with the ability to establish themselves on other plants, to feed and develop. An example is mistletoe, which are a group of plants that have a negative impact on forest species and urban trees, since they can affect their development. Despite this, it can also benefit other organisms such as birds or mammals by providing them with food, shelter, or nesting sites. This paper describes cases and characteristics of these interactions.
Keywords: antagonism, ecological interactions, forest species, frugivory, mutualism, parasitism.

Interacciones en la naturaleza

De las primeras cosas que nos enseñan cuando pequeños es que somos parte de la naturaleza. En las escuelas nos refuerzan la idea de pertenencia a un ecosistema y que, si alguno de los participantes o elementos desapareciera, esto afectaría la supervivencia de los demás. Esto puede llegar a ser complejo, ya que no es completamente claro nuestro papel, ni el de todos los componentes que están involucrados en los ecosistemas. Chapin et al. (2011) definió al ecosistema como un conjunto de especies que habitan un área determinada, que interactúan entre ellas y su ambiente, y forman un flujo de energía y nutrientes. Estas interacciones comprenden la depredación, el parasitismo, la competencia y la simbiosis a diferentes niveles de organización, en las que se incluyen grupos como las bacterias, hongos, plantas y animales.

A continuación, se describen casos y características de estas interacciones que permitirán ayudar a entender algunas situaciones que suceden en el ecosistema del que somos parte. Las interacciones ecológicas ocurren en los diferentes ecosistemas del planeta, y pueden ser intraespecíficas, dentro de la misma especie, o interespecíficas, entre especies distintas. Asimismo, se pueden categorizar como mutualistas o antagonistas.

Las interacciones mutualistas son aquellas en las que las especies involucradas se ven beneficiadas; un ejemplo de ello es la polinización. Los insectos, aves y algunos mamíferos son los principales responsables de la polinización, ya que remueven, trasladan y depositan polen en la misma flor o de una flor a otra (Aguilar et al., 2009). A cambio las plantas tienen recompensas para los polinizadores, como el néctar. De esta manera, tanto las plantas como los polinizadores se benefician de esta interacción.

En las interacciones antagonistas, en cambio, existen efectos negativos cuando las especies interactúan. Por ejemplo, los herbívoros pueden llegar a tener un impacto negativo en el crecimiento y éxito reproductivo de las plantas, mientras que se benefician de las plantas al alimentarse de ellas (Aguilar et al., 2009).

Algo sorprendente de las interacciones es que una misma especie puede tener interacciones mutualistas o antagonistas dependiendo con quién o quiénes se esté relacionando y de la temporalidad de la interacción. Cuando una larva de mariposa (oruga) se alimenta de las hojas de una planta, le ocasiona un daño (herbívora). Pero esta oruga en su estado adulto, como mariposa, puede polinizar las flores de esta planta, por lo que esta interacción sería mutualista. Otro ejemplo son los muérdagos, que son plantas parásitas que necesitan de otras plantas para desarrollarse y reproducirse, es decir, su fuente principal para obtener recursos energéticos son otras plantas (antagonismo).

Sin embargo, muchas especies de plantas parásitas dependen de animales tanto para la polinización como para la dispersión de sus semillas, proveyéndoles al mismo tiempo de alimento (mutualismo). Por lo que, entre plantas y animales ocurren una amplia gama de interacciones. Podemos decir que el beneficio o perjuicio de las especies con respecto a sus interacciones depende de las especies y del contexto espacio-temporal en el que se están llevando a cabo (Rico-Gray, 2005).

El muérdago como antagonista

Las plantas, al igual que muchos otros seres vivos, mantienen relaciones antagonistas con los organismos con los que interactúan, una de las principales es el parasitismo. Las plantas parásitas tienen la capacidad de establecerse en los tallos, troncos, ramas y raíces de plantas herbáceas o arbóreas, obteniendo así sus recursos nutrimentales (Tercero-Bucardo y Kitzberger, 2005).

Dentro del parasitismo entre plantas podemos encontrar diferentes categorías, como el holoparasitismo, que comprende organismos que obtienen sus nutrientes únicamente del árbol hospedero, y el hemiparasitismo, que comprende a plantas que dependen parcialmente de sus hospederos, ya que son capaces de producir parte de sus nutrientes. Un ejemplo del hemiparasitismo son los muérdagos (Oliva Rivera et al., 2011).

En México, los muérdagos tienen una amplia distribución en Durango, Oaxaca, Chiapas, Chihuahua, Veracruz, Zacatecas, Nayarit, Jalisco (Mathiasen et al., 2008; Mathiasen et al., 2011). En Veracruz, los árboles que principalmente son parasitados por los muérdagos son de importancia económica, como los cítricos y cultivos de mango, tamarindo, guayaba, tejocote, manzana y pera (Oliva Rivera et al., 2011).

Además, en el arbolado urbano de muchas ciudades de nuestro país, es común encontrar poblaciones de muérdago. Esta planta posee un amplio potencial para establecerse en una gran diversidad de hospederos, ya que se tienen registros de que, en la época de fructificación a inicios de año, las semillas pueden germinar hasta en superficies inertes (Shaw et al., 2004).

El muérdago como mutualista

Aunque primordialmente al muérdago se le considera parásito, también presenta interacciones que pueden beneficiar a otros organismos a través de procesos como la polinización y la dispersión. La dispersión se lleva a cabo por los organismos que consumen los frutos maduros y defecan semillas sobre sitios potenciales para su establecimiento (Shaw et al., 2004). Se han identificado aves paseriformes y ardillas como principales dispersores de las semillas a grandes distancias (Ornelas, 2021). Por ejemplo, se han registrado visitas de zorzales a poblaciones de muérdago; una forma de dispersión es cuando algunos frutos se adhieren a sus plumas debido a una sustancia viscosa de la que están cubiertos (viscina) y al posarse en ramas de otros hospederos las semillas se pegan a las nuevas ramas.

También se han registrado a colibríes, abejorros y murciélagos como polinizadores de algunas especies de muérdagos (Fadini et al., 2018). Las visitas a las flores de los muérdagos se dan debido a los elevados niveles de néctar que producen, se ha registrado que la secreción diaria de néctar, entre 3.6-7.2 mg de azúcar por flor al día del muérdago Psittacanthus (Ramírez y Ornelas, 2010; ver imagen 1), a diferencia de otras flores adaptadas a colibríes que tienen una secreción promedio de entre 0.4-6.2 mg (León-Camargo y Rangel-Churio, 2015). Otra interacción que se da con los muérdagos a nivel del haustorio (estructura que se forma en el punto de unión entre los muérdagos y el hospedero) son el anidamiento y refugio para aves rapaces, búhos y ardillas rojas (Shaw et al., 2004).

Psittacanthus calyculatus y Psittacanthus auriculatus. Crédito: María José Pérez-Crespo.

Figura 1. Psittacanthus calyculatus y Psittacanthus auriculatus.
Crédito: María José Pérez-Crespo.

Además de las interacciones que tiene el muérdago con otras plantas y animales, también posee interacciones con el hombre. Sotero-García et al. (2018) registraron que en comunidades del área natural protegida Nevado de Toluca los muérdagos de la especie Phoradendron velutinum son utilizados con fines medicinales para el tratamiento de afecciones respiratorias (por ejemplo, asma) y nerviosas, mediante infusión, o para elolc uso lúdico, con la creación de pinturas con los tallos o frutos. De igual manera, Oliva Rivera et al. (2011) reportaron que la especie Arceuthobium vaginatum es utilizada como alimento para cabras en llanos del cofre de Perote y en la zona de los volcanes las Derrumbadas.

Asimismo, en la zona limítrofe de Veracruz y Puebla se usa la especie Phoradendron galeottii como alimento para el ganado caprino y ovino, mientras que con el muérdago Psittacanthus schiedeanus schiedeanus se obtienen estructuras conocidas como “flores de madera”, que son deformaciones en las ramas de los hospederos que se generan en la unión con los haustorios1, que se usan para elaborar artesanías (Oliva Rivera et al., 2011).

Conclusión

Recapitulando, el muérdago presenta interacciones antagonistas al ser considerado un parásito por el efecto negativo que tiene en sus hospederos en el crecimiento y reproducción, pero también establece interacciones mutualistas al proveer y beneficiar a otros seres vivos como las aves que se alimentan de sus frutos o anidan en su follaje (Pacheco y Chávez, 2020). Esto nos muestra que las especies que existen en la naturaleza no tienen papeles buenos o malos, sino que se desarrollan, reproducen y distribuyen de acuerdo con las condiciones en donde se encuentran. Nuestra percepción sobre los muérdagos dependerá del contexto en que se están analizando y presentando.

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Recepción: 27/02/2022. Aprobación: 01/02/2023.

Vol. 24, núm. 3 mayo-junio 2023

Plantas medicinales: si es natural… ¿No hace daño?

Carlos Alberto López Rosas, Mónica Carolina Olguin Guerrero y Fabiola Hernández Rosas Cita

Resumen

El uso terapéutico de plantas medicinales como sustitutos de medicamentos, o en combinación con estos, ha sido objeto de debate en los últimos años debido a la falta de evidencia científica que respalde sus efectos terapéuticos y a la escasa documentación sobre sus efectos biológicos y farmacológicos. Por lo tanto, es importante continuar investigando su utilización terapéutica, especialmente en términos de su toxicidad. En México, al igual que en otras partes del mundo, las plantas medicinales se utilizan como tratamiento primario para malestares moderados a leves, principalmente debido a la falta de acceso y/o a los altos costos de los medicamentos, así como al arraigo cultural de la medicina ancestral. El uso de plantas medicinales como alternativa terapéutica podría ser una opción viable, sin embargo, es necesario estar bien informado sobre su uso y eficacia para obtener los resultados esperados.
Palabras clave: Plantas medicinales, Medicina herbolaria, Medicina tradicional, usos terapéuticos.

Medicinal plants: if it is natural… isn’t harmful?

Abstract

The therapeutic use of medicinal plants as substitutes for drugs or in combination with them has been extensively debated in recent years due to the lack of scientific evidence to support their therapeutic effects and the scant documentation on their biological and pharmacological effects. Therefore, it is important to continue researching their therapeutic use, especially in terms of their toxicity. In Mexico, as well as around the world, medicinal plants are used as a primary treatment for moderate to mild ailments, mainly due to the lack of access and/or high costs of medicines, as well as the cultural roots of ancient medicine. The use of medicinal plants as a therapeutic alternative could be a viable option; however, it is necessary to be well informed about their use and efficacy to obtain the expected results.
Keywords: Medicinal plants, herbal medicine, traditional medicine, therapeutic uses.



Como todas las cosas, nada es totalmente bueno, ni nada totalmente malo. El universo se mueve entre matices grises, él sólo pone el escenario. Como ejemplos, la cantidad hace la diferencia entre un efecto benéfico y el envenenamiento.

Introducción

En México, se destaca su medicina tradicional y la utilización de plantas medicinales que ha sido transmitido de generación en generación, y forma parte de su identidad cultural. A pesar de la discriminación histórica que ha enfrentado, ha sobrevivido gracias a la creciente demanda de alternativas naturales y menos invasivas a los tratamientos médicos convencionales. Una de sus principales características es el uso de una gran variedad de plantas con propiedades medicinales que se han utilizado desde tiempos prehispánicos. Los sanadores tradicionales han aprendido a identificar, recolectar y preparar estas plantas de manera efectiva para tratar diferentes enfermedades. Este artículo tiene como objetivo informar sobre los efectos, riesgos y beneficios de las plantas medicinales de uso común en México, y brindar precauciones para garantizar su consumo seguro.

Durante los meses de enero a diciembre de 2022 se llevó a cabo una búsqueda bibliográfica sistemática de artículos en los siguientes buscadores electrónicos: PubMed, Science Direct, Springer Link, Web of Science y Google Scholar, así como en las bases de datos de Medline, Embase y Scopus, utilizando los descriptores “plantas medicinales”, “plantas medicinales en México”, “uso de plantas medicinales”, “metabolitos secundarios en plantas”, “medicina natural”, “medicina tradicional”, “plantas medicinales y hierbas”. Se incluyeron artículos que cumplieron con los siguientes criterios de aceptación: artículos publicados en revistas indexadas nacionales e internacionales en idioma inglés o español, y que abarcaran un período de tiempo acotado a los últimos 10 años.

Panorama sobre el uso de plantas medicinales en México

Las plantas medicinales son una parte importante de nuestra cultura, además de ser ampliamente empleadas en todo el mundo. Por lo tanto, es importante tomar conciencia de su uso y respetarlas como lo hacemos con los medicamentos. ¿Quién no recuerda la miel con limón y ajo que nos hacía mamá cuando teníamos tos, o el abuelito que “soasaba” el orégano para ponerlo en nuestro oído cuando dolía, o cuando nuestra abuelita iba por manzanilla al patio para curar nuestro dolor de “panza” con un té caliente? Incluso como adultos, seguimos tomando y recomendando los remedios caseros. Es algo que en México nunca pasará de moda. Sin embargo, a veces pensamos que lo natural, sólo por el hecho de provenir de la naturaleza, no hace daño.

¿Qué pasaría, si te dijera que consumir agua de carambola (Averrhoa carambola) puede dañar tus riñones? Aunque parezca increíble, estudios científicos han confirmado que la molécula carambixina es la responsable del daño en el órgano en la mayoría de los casos registrados, aunque los afectados ya presentaban alguna enfermedad renal previa (Chua et al., 2017).

Recordemos que las plantas son seres vivos, por consiguiente, tienen células que les ayudan a crear sustancias complejas a partir de otras más simples y viceversa; este proceso se conoce como metabolismo.1

Por ejemplo, ¿sabías que existen tres especies de plantas conocidas como anís, cada una con diferentes efectos en la salud?: Pimpinella anisum es relativamente seguro para su consumo, mientras que Illicium verum es tóxico en altas concentraciones y Illicium anisatum es altamente tóxico. Estas últimas dos son conocidas como anís estrella debido a su peculiar forma. A pesar de ello, tanto Pimpinella anisum como Illicium verum tienen propiedades medicinales, como la capacidad de destruir bacterias, antioxidantes, reducir el dolor, actuar como sedante y facilitar la expectoración (Casanova-cuenca et al., 2019). Es crucial identificar correctamente la especie y cuidar las cantidades que se consumen, especialmente en bebés, ya que se han reportado casos de daño hepático por consumir anís estrella diariamente (Pacheco et al., 2016).

Otro claro ejemplo es la cafeína, presente en deliciosas y estimulantes bebidas como el café, té y chocolate. Sin embargo, el consumo excesivo de estas bebidas puede producir fiebre, vómitos, dolor de cabeza, náuseas, mareo, ansiedad, temblores y agitación, entre otros efectos (Fernandez-Miret et al., 2013), lo que se conoce como una intoxicación. Por tanto, es importante ser conscientes de los efectos de la cafeína y moderar su consumo. Tal vez, ahora veamos con más respeto el café de las mañanas, el té de las tardes o el chocolate caliente cuando hace frío, ¿verdad?

Algunos compuestos específicos de cada especie de planta tienen la función de atraer o repeler animales mediante colores o aromas. Otros tienen efectos protectores, como la producción de venenos para defenderse de depredadores o la facilitación del crecimiento en condiciones adversas. Además, algunos compuestos generan sabores amargos, dificultan la digestión o actúan como defensa contra microorganismos (Erb y Kliebenstein, 2020; Jiménez y Ducoing, 2003). Los metabolitos secundarios producidos en el metabolismo de las plantas se utilizan en la medicina tradicional y se extraen mediante la preparación de tés, gomas, resinas, extractos, colorantes, entre otros productos. Debido a su valor económico, estos compuestos son de gran interés para la industria farmacéutica, cosmética y alimentaria (Huertas et al., 2011; Penalva, 2014).

Lo anterior plantea la pregunta: ¿los medicamentos provienen de las plantas? Algunos sí, pero sólo se usa el metabolismo secundario responsable del efecto deseado. Para explicarlo mejor, tomaremos el siguiente ejemplo: nuestros abuelos solían recomendar “masticar corteza de sauce” o “tomar extracto de sauce” para aliviar malestares como dolores de cabeza, fiebre o inflamaciones. Asimismo, el té de hierbabuena (Mentha spicata) es conocido por su efectividad para aliviar dolores estomacales, además de poseer propiedades analgésicas y antiinflamatorias (ver Figura 1). ¿Te suena familiar? La aspirina, cuyo principio activo es el ácido salicílico, se puede encontrar en la corteza de sauce (Salix alba) (Maistro et al., 2019). No fue hasta 1899 cuando Bayer comenzó a vender la aspirina en su forma actual (ácido acetilsalicílico) después de investigar cómo aislar el metabolito y crearlo de forma sintética. En la actualidad, los científicos continúan buscando productos más eficaces y seguros a partir de plantas medicinales, lo que resalta la importancia de prestar atención a nuestro entorno y reflexionar sobre la medicina tradicional (Penalva, 2014; Schippmann et al., 2002).

Uso de la infusión de hierba

Figura 1. Uso de la infusión de hierbabuena para aliviar el dolor estomacal.

¿Pensamiento mágico o realidad?

Las plantas medicinales son ampliamente usadas por sus beneficios a la salud, este conocimiento ha sido pasado de generación en generación a través de las tradiciones, religiones, culturas y familias. Y pensar qué todo empezó con prueba y error, de uno de nuestros antepasados, el más antiguo que te puedas imaginar.

Alguna vez has escuchado: “Las mujeres embarazadas no deben tomar plantas medicinales” pero, ¿por qué? Tomemos como ejemplo la milenrama (Achillea millefolium), una planta colerética2 que actúa como un estimulante uterino y puede afectar directamente al órgano sexual femenino. La cantidad consumida de milenrama puede ayudar a regularizar el ciclo menstrual, pero en el caso de una mujer embarazada, puede causar la pérdida del producto debido a los compuestos similares a las hormonas que contiene (Ali et al., 2017). Por lo tanto, se debe tener precaución al tomar plantas que contengan este tipo de sustancias que afectan el ciclo hormonal de las mujeres, y evitarlas si es necesario. Otro ejemplo de una planta con propiedades medicinales es el epazote (Chenopodium ambrosioides), que se ha utilizado para tratar la leishmaniasis3 y como desparasitante. Sin embargo, el aceite esencial de epazote puede ser mortal en caso de sobredosis (Monzote et al., 2009).

Del mismo modo, Aloe barbadensis, también conocida como aloe vera, posee propiedades medicinales, como su efecto laxante, antiinflamatorio, cicatrizante, reducción del colesterol y antiviral (Cosmetic Ingredient Review Expert Panel, 2007). La pulpa del aloe se puede utilizar tópicamente para tratar heridas y reducir la inflamación, así como ingerirse para aliviar los problemas digestivos (ver Figura 2).

A continuación, te presentamos más ejemplos de plantas con propiedades medicinales, pero es importante destacar que sólo hemos mencionado los efectos validados científicamente. Si deseas obtener más información, te invitamos a visitar la Biblioteca Digital de la Medicina Tradicional Mexciana:

  • Peisto (Brickellia veronicifolia) posee actividad analgésica y antidiabética, lo que significa que puede reducir los niveles de azúcar en la sangre (Palacios-Espinosa et al., 2008).
  • Zapote blanco (Casimiroa edulis) tiene propiedades que ayudan a combatir la hipertensión, las enfermedades de los vasos sanguíneos y actúa como antioxidante (Berti et al., 2014).
  • Chaya (Cnidoscolus chayamansa) es conocida por sus efectos hepatoprotectores, cardioprotectores, antiinflamatorios y por ser antimicobacteriana y antiprotozoaria (García-Rodríguez et al., 2014; Pérez-González et al., 2017).
  • Sacate limón (Cymbopogon citratus) tiene propiedades hipocolesterolemiantes, antidiabéticas, antimicrobianas, diuréticas, hipoglucemiantes, hipotensoras, antiinflamatorias, antioxidantes, anticancerígenas, antipiréticas y cardioprotectoras (Ekpenyong et al., 2015).
Pulpa de Aloe vera

Figura 2. Pulpa de Aloe vera para su consumo con fines medicinales.

Actualmente, sólo se ha validado una fracción de todas las plantas medicinales, por lo que aún hay mucho trabajo por hacer. Como podrás notar, el pensamiento mágico se basa en el misticismo alrededor de las plantas. Por ello, es importante la investigación en esta área, principalmente para comprobar o descartar que esos efectos sean reales y no causen daño al organismo.

Pero, ¿qué tanto es tantito?

Una frase común que se ha escuchado en diversos medios es: “lo natural no hace daño” y “entre más, mejor”. Sin embargo, en el caso de las plantas medicinales y otras sustancias, esta afirmación no es aplicable. Es fundamental tomar conciencia de que las plantas contienen sustancias químicas y que la mayoría de las intoxicaciones por el consumo de plantas medicinales son causadas por sobredosis, interacciones con medicamentos y falta de información. Esta última está especialmente relacionada con los pacientes que no informan al equipo médico sobre el uso de plantas medicinales o sus derivados, lo que puede provocar efectos no deseados.

En los últimos años, las plantas medicinales han ganado popularidad, lo cual es positivo. No obstante, es importante tener precaución al consumirlas, especialmente en forma de extractos, los cuales concentran los metabolitos secundarios de las plantas. Un ejemplo de esto son los extractos alcohólicos de Camelia Sinensis (té verde), heliotropium, Piper methysticum rizoma (kava-kava), Rhamnus purshiana (cáscara sagrada), Senecio vulgaris, Teucrium chamaedrys (camedrio, germander) y Symphytum offcinale (consuelda) (ver Figura 3). Estas formas concentradas aumentan la probabilidad de reacciones no deseadas o de intoxicaciones al usarse junto con medicamentos (Upton et al., 2011).

Cuencos con hierbas medicinales

Figura 3. Cuencos con hierbas medicinales útiles para realizar extractos alcohólicos.

En muchas ocasiones escuchamos hablar sobre medicina alopática, complementaria y alternativa en los medios de comunicación. Es importante que sepamos diferenciarlas. La medicina alopática se refiere a la medicina convencional utilizada por los médicos y el sector salud, donde se incluyen los medicamentos. La medicina complementaria es la combinación de la medicina convencional y la medicina tradicional utilizada en cada región, como parte de sus tradiciones y cultura. Por ejemplo, la acupuntura, aromaterapia y musicoterapia pueden emplearse junto con medicamentos. (Vergara-Galdós, 2010).

La aromaterapia es una de las terapias complementarias con mayor respaldo científico. Usa aceites esenciales para tratar algunas afecciones, como el insomnio o como apoyo para la atención de pacientes con cáncer. Algunas plantas empleadas en estos tratamientos son la lavanda (Lavandula angustifolia), menta (Mentha piperita) y naranja (Citrus sinesis) (Reis, 2017).

La medicina alternativa es aquella que se utiliza en lugar de la medicina convencional. La más empleada es la medicina herbal o la utilización de plantas medicinales. Debemos tener en cuenta que estas plantas deben ser respetadas de igual manera que los medicamentos, ya que contienen metabolitos secundarios capaces de producir un efecto en los humanos y, como toda sustancia activa, pueden interaccionar con otras sustancias que se estén tomando, ya sean de origen animal o sintético.

Es importante destacar que la combinación de la medicina alternativa y convencional puede ofrecer una mirada hacia el futuro de la salud, donde la atención es integral y no sólo depende del médico tratante, sino también de nutriólogos, fisioterapeutas, psicólogos y profesionales de la medicina complementaria. Todos ellos trabajando juntos como una sola unidad para mejorar la salud de los pacientes. (Vergara-Galdós, 2010).

Además, ¿sabías que las plantas medicinales, al igual que los medicamentos, tienen diferentes presentaciones? Estas pueden ser en forma de té, jarabes, aceites esenciales, ungüentos, cápsulas, tabletas o consumir la planta directamente. La materia prima puede venir en forma de planta seca (polvos) o fresca y extractos, los cuales pueden ser alcohólicos (tinturas), vinagres, agua caliente (tisanas) o agua caliente en largo plazo (decocciones, por lo general raíces o corteza) (Penalva, 2014). Es importante tener en cuenta que estas diferentes presentaciones pueden variar en su contenido de metabolitos secundarios, ya que muchas veces los procesos no están estandarizados o los componentes de la planta pueden cambiar dependiendo del ambiente donde crecen (Yang et al., 2018).

El amplio uso de las plantas medicinales no permite cuantificar las interacciones entre plantas y medicamentos. Por esta razón, es fundamental reportar e investigar el potencial de un tratamiento y su toxicidad con la finalidad de tener un tratamiento eficaz y seguro. Tomando en cuenta lo anterior, ahora hablaremos de ejemplos más puntuales de interacciones entre plantas y medicamentos como:

  • Ajo (Allium sativum), que al tomarse con clorpropamida (un antidiabético), produce un mayor efecto hipoglucemiante (baja el azúcar de la sangre),
  • Ginko (Ginko biloba) al administrarse con antiplaquetarios puede causar hemorragias,
  • Hypericum perforatum más paroxetina (antidepresivo), produce somnolencia o si lo mezclamos con antiretrovirales, teofilina o ciclosporina, disminuyen los niveles del medicamento en la sangre reduciendo su eficacia,
  • Sauce blanco (Salicis cortex) más heparina, aumenta el riesgo de sangrado,
  • Tamarindo (Tamarindus indica) más aspirina, incrementa los niveles de ácido acetilsalicílico en la sangre,
  • Valeriana (Valeriana officinalis) más medicamentos que disminuyan la actividad del cerebro, potencializa sus efectos.

Por último, es importante destacar que la combinación de diazepam con alcohol puede ser mortal, ya que puede disminuir la actividad cerebral hasta llevar a la inconsciencia o incluso la muerte (Ruiz et al., 2003; Tres, 2006; Luengo, 2008).

La medicina del pasado, traída al futuro

Los productos naturales siguen siendo un tratamiento primario en todo el mundo para molestias leves a moderadas y heridas superficiales debido a su fácil aplicación, accesibilidad y bajo costo. Las plantas medicinales también se han investigado como una fuente potencial de nuevos medicamentos, aunque se requiere que sean seguros, de alta calidad y utilizados de manera racional. En este sentido, la Organización Mundial de la Salud (oms) ha implementado una estrategia de 10 años para promover el conocimiento ancestral de las plantas de manera segura y efectiva a través de la reglamentación, uso racional, integración, educación, capacitación e investigación. Esta iniciativa podría beneficiar a personas de bajos recursos y convertirse en una fuente de ingresos debido al valor comercial de la herbolaria medicinal.

En México, la regulación de plantas medicinales se realiza a través de la Farmacopea Herbolaria de los Estados Unidos Mexicanos de 2013, que reconoce la utilidad de 213 especies. La Comisión Federal para la Protección contra Riesgos Sanitarios (cofepris) es responsable de la regulación, prevención y control de los productos y servicios relacionados con la salud, y avaló el uso de 18 plantas medicinales en 2018, después de cuatro años de estudios que validaron sus efectos y la determinación de las cantidades adecuadas de consumo. Esto garantiza la eficacia y seguridad de los remedios herbolarios. Como se puede observar, la medicina ancestral se está retomando en todo el mundo con un enfoque en su seguridad y eficacia. (unam Global, 2017; oms, 2013; cofepris, 2018).

Se requiere una gran cantidad de investigación sobre las plantas medicinales, especialmente en relación con la calidad de los productos, la seguridad, la eficacia, las estructuras químicas responsables de sus efectos beneficiosos y su potencial en el mercado. La información debe ser recopilada de manera ética y de la mano de las pruebas en animales de investigación, que nos permitirán obtener la información biológica necesaria para sustentar sus efectos. Además, deben crearse leyes que permitan el uso seguro de plantas medicinales para el consumidor, con la finalidad de incorporarlas en los centros de salud, como ya se está haciendo en Asia y África, donde la medicina tradicional forma parte de su sistema de salud. En México, todavía queda un largo camino por recorrer, pero se está comenzando a implementar.

Las plantas medicinales han sido y seguirán siendo una parte importante de la humanidad, un recurso que se puede aprovechar desde varias aristas, como lo son el económico, medicinal y cultural. Es necesario continuar con la investigación de plantas medicinales para identificar el metabolito responsable de su actividad biológica, con el fin de elaborar fitofármacos o utilizarlos como coadyuvantes en el tratamiento de diversas enfermedades. Estos nuevos tratamientos deben ser estandarizados para garantizar su eficacia y seguridad, de esta manera, se impactaría en la calidad de vida de los pacientes.

En conclusión, el uso de plantas medicinales en México es una práctica arraigada en la cultura y ha sido una fuente de beneficios para muchas personas. Sin embargo, es crucial tomar precauciones para asegurarse de que los productos sean tanto seguros como efectivos. Las autoridades deben continuar con los procesos de regulación de las plantas medicinales y sus derivados para garantizar su calidad y seguridad para la población. Además, la investigación científica debe continuar para identificar los beneficios y riesgos de las plantas medicinales a la par del desarrollo de tratamientos más efectivos y seguros para las personas que optan por la medicina tradicional a base de plantas medicinales.

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Recepción: 15/06/2021. Aprobación: 10/04/2023.

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Revista Digital Universitaria Publicación bimestral Vol. 18, Núm. 6julio-agosto 2017 ISSN: 1607 - 6079