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Introducción He dado y sigo dando clases sobre él y su obra. Me sucede algo muy singular. Frente a Borges, a Onetti, a Rulfo, los estudiantes sienten respeto, admiración y una lógica distancia. Con Cortázar, en cambio, se sienten próximos, como con un hermano mayor que habla, desde una sabiduría más grande, el mismo lenguaje. Mario Goloboff Reclamo vital Desde hace 25 años, nos perteneces más que nunca. Full swing, como dirías en cualquiera de tus proclividades boxísticas o jazzísticas; regreso del boomerang que, disfrazado de poeta, lanzaste en 1938 con un título más que preclaro, Presencia. ¿Quién se anima a hablar —tú que nunca reculaste de la metafísica— de una sustancia líquida llamada Cortázar? En algún rincón del ciberespacio se oye el tableteo de las teclas de tu máquina de escribir; la cámara le pasa por encima a tus libros. Una montaña de títulos nos seduce. El diálogo en ausencia entre el escritor y el lector que dramatizaste en Rayuela (1963), se nos tiró encima tu último 12 de febrero. A partir de entonces, te has convertido en personaje de tus lectores. Ahora nosotros, en el sentido más amplio del término, te escribimos a vos. Reciprocidad en off; intersubjetividad a dos tiempos. Entramos y salimos de tu mundo a diario, diálogo que, siguiendo las aperturas que te gustaban, mantenemos con las puertas abiertas. De esa manera, no nos perdemos ninguno de los niveles de realidad que se aglomeran en el horizonte de los mundos que conjugaste. Tú, el más poético de todos los cronopios que nos legaste en la marea de tus libros. El aliento fresco de tu voz en las grabaciones que hiciste de tus cuentos y poemas —¡qué buena idea!— nos ha mantenido a una distancia próxima, húmeda y caliente, con olor a vida, igual que tu literatura, siempre voluptuosa; otra flor amarilla, como la que nos escribiste en 1956 y como todas las que tus lectores te han dejado desde 1984 en Montparnasse. En cada uno de tus libros te sentimos 25 años más vivo. Por eso, siguiendo tu lógica de cronopio mayor, te sabemos más cerca que antes de que te llevara la leucemia. ¿Habló alguien, una escritora, de un SIDA contraído en una transfusión de sangre? Hoy por ti y mañana por nosotros; siempre, por todos los que hemos sido juntos, contigo, sin por eso disipar el protagonismo del individuo, tu mayor radicalidad de hermano lúdico. Materialista metafísico; en tu izquierdismo tardío, pero certero, cupo siempre la astrología. Porque nos cambiaste la vida desde Bestiario (1951),
nos corresponde pagarte con tu propia moneda: no te hemos dejado que
seas un muerto que yace en paz. Te mantenemos entre nosotros como
el cronopio más cortazariano de todos; protagonista, un espejo de
lo real al garete, sin las trabas de la razón instrumental, puente
hacia ese otro lado de la física que tantas veces cruzaste con los
ojos cerrados, un cigarrillo en la boca y un libro en la mano. Siempre
conectados, te mantenemos al tanto de todo, como el amigo que siempre
fuiste, bibliómano callejero, de la soledad gregaria.
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