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10
de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079 |
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El movimiento como abstracción matemática La física tradicional concibió el movimiento como una tendencia o actualización de las propiedades inherentes de los cuerpos. Señala Aristóteles:
El movimiento de los cuerpos está encaminado a la consecución de cierto fin, cada una de sus etapas apuntan en dicha dirección, precisándose para ello la acción de cierto agente o fuerza motriz que opere a lo largo de su desarrollo. Para la física cartesiana, el movimiento al igual que la materia al no definirse por sus propiedades sensibles e intrínsecas, hace inadmisible una concepción del movimiento como proceso, donde puede fijarse un centro fijo o punto de referencia, en este caso la Tierra, y a partir de éste ubicar la terminación de los movimientos. Sobre ello comenta Descartes:
No existe el movimiento ni el reposo en sí mismos, consecuencia inmediata de concebir el cambio como proceso; es falso dotar de mayor realidad a lo que se mueve, que a lo que aparece quieto. Enfatiza Descartes: "Movimiento y reposo son diversos del cuerpo movido" (16). La idea de concebir el movimiento en ausencia de condiciones resistentes elimina la necesidad de la presencia constante que acompaña al móvil, permaneciendo éste indefinidamente en el estado de movimiento o reposo en que se encuentre. A diferencia de Aristóteles, para quien la fuerza motriz es la condición indispensable del movimiento, Descartes señala que, en su acepción propia, el movimiento es un traslado o cambio de posición, desprovisto de todo móvil o fuerza motriz, es decir:
El movimiento es una abstracción matemática, ajena a cualquier acción o fuerza; también al cambio de lugar, pues éste puede ser múltiple, dependiendo de las coordenadas de referencia utilizadas. Descartes aduce el ejemplo movimientos incorporados en un mismo objeto; la persona que paseándose en su nave registra un único movimiento, el que establece respecto de las aguas que se mueven, no se percata de otras relaciones que, a su vez, entabla: por ejemplo, el movimiento que llevan a cabo las ruedecillas de su reloj, el de su nave respecto al mar, y el de éste respecto a la Tierra que se mueve, lo que evidencia claramente su carácter relativo y abstracto. La consideración del movimiento en estos términos -comenta Descartes- permite explicar los infructuosos esfuerzos de los aristotélicos y escolásticos, por dar razón de los fenómenos de lanzamiento y de la aceleración continuada de los graves, supuesta la exigencia de un agente que, además de originarlos, mantuviese hasta el término de su recorrido: sea en el caso de la piedra, el impulso que el brazo le comunica provocándole su movimiento; en el caso de la caída grave, la presión que en él ejerce la gravedad. A ello se debe que las teorías clásicas de Aristóteles y de la escuela de los ímpetus, (18) al no partir de este fundamento verdadero, el movimiento inercial, se enredaran en oscuras explicaciones. El movimiento como tal no cesa de existir, no tiene una meta dónde llegar y, por ende, finalizar, una vez en acción se conserva indefinidamente. Subraya Descartes: “Porque habiendo supuesto la precedente (regla) estamos exentos del problema en que se encuentran los doctos, cuando quieren dar razón de que una piedra continúe moviéndose algún tiempo después de estar fuera de la mano del que la lanzó, pues debemos más bien preguntarnos ¿por qué no continúa moviéndose siempre?” (19) |