
Lo
falso consabido, lo inédito histórico
De regreso a la madeja concéntrica que se abisma en el Quijote,
ese libro vivo y de vida, escrito por un gran teórico de la novela,
por un estratega del animal perfecto. El Quijote —recordémoslo—
ha tenido como objeto criticar y “poner en aborrecimiento de los
hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballería”,
según advierte Cidi Hamete Benengeli al final de la novela. Tal
es el gran horizonte epocal contra el cual recorta su silueta el de la
Triste Figura. Pero este horizonte resulta a su vez problemático
pues los caballeros que batallan en esas historias no fueron siempre entidades
fingidas ni disparatadas.
Existe
un pasado histórico patente en los romances y en el Romancero,
en el Cantar del Mío Cid y los episodios de la Canción
de Rolando que recuerdan que tras las “historias disparatadas”
existió alguna vez un orden feudal —el de los bisabuelos
del Quijote como señala el profesor granadino Juan Carlos
Rodríguez— donde los valores activos en dichas historias
se iban actualizando en gestas, hazañas y batallas que irían
sembrando con su sombra los paisajes y los calendarios.
Más todavía, ese orden feudal era la piedra angular sobre
la cual descansaba el orden aristocrático y más específicamente
el Sacro Imperio Germánico-Románico de Occidente que encabezó
Carlos V y del cual descendería la corte barroca y cortesana de
la monarquía de los Austrias, las coronas de Felipe II y Felipe
III.
|