La
seducción como laberinto y como vacío
La exigencia verbal donjuanina por el “vivir poéticamente” debe ser leída como poiesis en el sentido expuesto por el arte dramático. Esto es, la obra de arte debe ser entendida como ascesis existencial y contemplación estética: la seducción no puede perseguir una forma conclusa o postular una arquitectónica conceptual, pues su quehacer no es otro que dilatar el arte en la existencia.
Paralelamente,
el donjuanismo solo puede concebirse como una negación
del instinto, donde la razón –bajo la premisa
de servir a una construcción estética-
es elevada al rango de absoluto. Juan el seductor nunca
puede conseguir “dejar de pensar; conseguir ser por
apenas un instante besar sin ser más que su propio
beso”. 13
En la erótica donjuanina el sentio sólo se consigue a partir del cogito. Nada escapa al desideratum de la razón
seductora y es allí donde encontrará su
pathos, pues el ejercicio de la seducción
tiene como desenlace el vértigo interior.
Efectivamente,
Juan el seductor no tolera el agotamiento espiritual
de la otra, tan pronto la omnipresente razón
seductora encuentra de poco valor a su seducida decide
abandonarla a su suerte. El donjuanismo kierkegaardiano
se nos revela como un espiral alimítrofe que
se recicla infinitamente tras el agotamiento de “cada
Cordelia”:
Ahora,
empero, todo se acabó. No deseo volver a verla
nunca más. Cuando una muchacha se ha entregado
por completo, se queda débil y desguarnecida,
lo ha perdido ya todo. 14
Y
en otra parte:
Amar
a una sola es muy poca; amarlas a todas denota superficialidad,
pero conocerse a sí mismo y amar a tantas como
se pueda, concentrando en el alma las fuerzas infinitas
del amor y dando a cada muchacha su parte alícuota,
mientras la conciencia abarca la totalidad… ¡he
ahí el placer y la vida! 15
La
erótica seductora contempla a las mujeres como
infinitas posibilidades de “construcción estética”,
que, como hemos visto, constituye un modo de exaltación
psicológica que aniquila el yo de la seducida.
La desolación, las lágrimas, la desesperación:
los terrores de Cordelia son la catarsis de Juan el
seductor. En la maldad también hay belleza.
El
extravío espiritual de la erótica de la
seducción consistiría en esta suerte de
“estética de la culpa”, de la construcción
meditada del engaño y la máscara. En este
sentido, Unamuno señala que la seducción
responde a una profunda necesidad interior: “Tengo para
mí que nuestros Don Juanes, siguiendo al inmortal
Don Juan Tenorio, se dedican a cazar doncellas para
matar el tiempo y llenar un vacío de espíritu.” 16
En el caso de Juan el seductor, las doncellas se suceden
una tras de otra indefinidamente; todo es un intento
de recrear el propio vacío espiritual de manera
alícuota en tantas doncellas como se pueda.
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