El donjuanismo kierkegaardiano nos revela, pues, una
doctrina a la par generosa y nihilista. Los dos conceptos,
la generosidad y el nihilismo, que el canon tiende a
categorizar como mutuos antípodas, encuentran
su expresión sintética y paradójica
al interior del Diario del seductor . La reproducción
ad infinitum del vacío, lo oculto,
lo indeterminado: esta es la exquisita riqueza que nos
ofrece la poética donjuanina. La ruina es un
desierto fecundo.
En
fin, la erótica de la seducción se muestra
entonces como una repetición sin sentido producto
del propio extravío interior. Y como nos recuerda
esta bella cita de Anaïs Nin, la repetición
es lo que representa la identidad misma de los laberintos:
El
sueño estaba compuesto como una torre formada
por capas sin fin que se alzaran y se perdieran en
el infinito, o bajaran en círculos perdiéndose
en las entrañas de la tierra. Cuando me arrastró
en sus ondas la espiral comenzó, y esa espiral
era un laberinto. No había ni techo ni fondo,
ni paredes ni regreso. Pero había temas que
se repetían con exactitud. 17
Al
participar de la “vida estética” y hacer de la
conquista una espiral infinita a la manera descrita
por Anaïs Nin, se revela ante nosotros el siguiente
anatema: no puede existir una posible “salida” o “cura”
al interior de la erótica donjuanina, pues la
producción de doncellas –y por tanto de laberintos-
es infinita. Acaso Cordelia -la plenitud de la encarnación
del laberinto- no es sino un pálido reflejo de
la subjetividad del Don Juan kierkegaardiano, donde
creo mejor se muestra la dialéctica entre belleza
y vacío que es la seducción:
Él
obstruyó sus oídos,
Y cerró sus labios
Para luego arrojarse con la bella
A los abismos del océano… 18
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