La seducción como abstracción
Existe una idea que puede servir como base de nuestra
hipótesis: la seducción es una representación
de sentido. El o la seductora intenta delinear y formar
un perímetro de sentido al interior de la conciencia
de la persona seducida: el ejercicio seductor consistiría
en apropiarse y tejer lentamente una imagen al interior
del otro, hasta confundir las voces y construir un universo
ficticio donde realidad e imagen formen ya un uno indistinguible.
La
propuesta señalada tiene como origen dos ángulos
de visión: la construcción seductora de
la imagen y el rol que ella juega al interior de la
seducida.
Desde
el ángulo de Juan el seductor, su erótica
es como la cata del vino, pues requiere tiento, intensidad
y abundancia: “Conocer profundamente la psicología
de Cordelia antes de iniciar mis ataques… Mantenerse
al acecho, muy quieto y oculto, lo mismo que el soldado
que en la avanzadilla, pecho tierra, escucha los más
tenues movimientos de la aproximación enemiga…
Percatarse que en el alma de Cordelia se va desarrollando
con fuerza una especie de concupiscencia espiritual
cuyo único objeto soy yo mismo.” 4
Todo este movimiento lo sintetiza el filósofo
Karl Jaspers de la siguiente manera:
La
técnica de causar sensación mediante
el retiro, la intensidad en el círculo próximo,
la escasa comunicación, la acentuación
de lo singular –despertar la atención general
no apareciendo precisamente de forma intencionada—,
látigo y caramelo como medio para cautivar.
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Este
párrafo de Jaspers nos puede dar una clave del
porqué, contrariamente a lo que ha sostenido
la exégesis mediante la creación de la
díada entre “estética” e “inmediatez”
6,
la erótica de la seducción se revela como
un ejercicio mediato. El seductor siempre actúa
conforme a un plan interior. No se trata de un esquema
efímero donde se persiga la hermosura o el placer
carnal, sino de una elaboración minuciosa del
concepto. “Nada de impaciencia, nada de voracidad, todo
ha de gozare tirando y atrayendo lentamente.” 7
La seducción sólo puede concebirse como
un ejercicio que se incuba lentamente en el pensamiento
subjetivo y aspira a construir una representación:
“como un pintor que se aleja del lienzo para establecer
una perspectiva, o un escultor que evalúa las
proporciones de su estatua desde lejos, Juan el seductor
realiza cada movimiento gustosa y cuidadosamente; todo
es hecho con premeditación.” 8
Los
dos temas, el volver al gozo una arquitectónica,
y su carácter de empatar la realidad con la imagen
podrían apoyar nuestra idea: la erótica
de la seducción tiene en apariencia un télos
sensual, pero se revela como un ejercicio radicalmente
contemplativo en su interior:
Los
verdaderos placeres del amor sólo se gozan cuando
se ha logrado llevar a una muchacha hasta esa situación
en que no conozca otra tarea para su libertad que la
de entregarse, poniendo toda su felicidad en ello y
casi suplicándonos, como un mendigo una limosna,
que aceptemos su don íntegro y, sin embargo,
libre.9
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