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10
de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079 |
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Dios como garantía del conocimiento indubitable Después de haber demostrado este primer principio, Descartes reflexiona acerca de las condiciones que permiten afirmar una proposición como verdadera. Considera que esta es la naturaleza de este primer principio y lo que pretende es saber en que consiste esa certeza. Dice que "en yo pienso, luego existo no hay nada que me asegure que digo la verdad, pero como veo claramente que para pensar es necesario existir: juzgué que podía adoptar como regla general que las cosas que concebimos muy claramente y muy distintamente son todas verdaderas" (AT, VI, 33; cf. AT, IX, 27). Esta regla general se basa "en que Dios existe, en que es un ser perfecto y en que todo lo que hay en nosotros proviene de él" (AT, VI, 38). Dios se convierte, entonces, en la garantía del conocimiento indubitable. Para continuar en esta línea de argumentación Descartes requiere demostrar la existencia de Dios. Aunque tanto en el Discurso como en las Meditaciones se dedican importantes esfuerzos a diferentes pruebas que intentan lograr esta demostración, no se analizarán aquí. Sin embargo, de esta argumentación se desprende una concepción de causalidad que también participa en el planteamiento del origen de las ideas. Se concibe, entonces que la realidad del efecto proviene de la causa. De esto se sigue que la nada es incapaz de producir alguna cosa y que lo más perfecto no puede ser consecuencia de lo menos perfecto. Una vez que se establece la existencia de Dios, se examina el origen de Dios. Esta idea no ha sido recibida por los sentidos ni es una ficción del espíritu. Como la idea de sí mismo, la de Dios es de origen innato (AT, IX, 41). Además, esta idea que indica todas las preferencias divinas y la absoluta ausencia de defectos, proviene de Dios mismo. Siendo así, es imposible que Dios mienta o engañe. Pero, entonces, ¿cuál es la causa de nuestros errores? El error, como privación de algún conocimiento, es producto del concurso de dos causas: la fuerza de conocer (entendimiento) y la facultad de elegir (libre arbitrio o voluntad). Ambas facultades provienen de la creación divina y ninguna de ellas nos fue otorgada para inducirnos a error. Sin embargo, el error nace del hecho de que la voluntad sea más amplia y extensa que el entendimiento. La voluntad no permanece dentro de sus propios límites y nos extendemos a cosas que no comprendemos. Por eso, se extravía fácilmente y elige como verdadero lo falso. Así, a partir de la demostración de la existencia de Dios y una vez que se ha rechazado la posibilidad de que el engaño o el error provengan de él, Descartes establece como regla general que toda concepción clara y evidente es verdadera. El criterio que se expresa es el mismo que se estableció originalmente en las Reglas. Pero ahora, está plenamente fundamentado. Es importante señalar que el papel de Dios en la epistemología cartesiana no es un mero artificio o concesión. El establecer que el criterio de verdad del conocimiento se funda en Dios tiene importantes consecuencias. Que "yo pienso, luego existo" es verdadero, se puede afirmar con certeza por ser un conocimiento claro y evidente. Pero, ahora, a través del conocimiento de Dios pueden considerarse como verdaderas todas aquellas cosas que sean concebidas clara y evidentemente. En la "Meditación Quinta" así como en el "Principio XXX”, Descartes afirma que con esta regla general es posible retirar todas las dudas que antes se examinaron. Las verdades matemáticas y las sensaciones presentes en el sueño y la vigilia dejan de ser dudosas si se presentan con claridad y distinción. De esta forma, a partir de un criterio de verdad, cuya garantía es Dios, es posible "adquirir una ciencia perfecta relativa a infinidad de cosas, tanto las que están en él como las que pertenecen a la naturaleza corporal (...)" (AT, IX, 56). |