10 de abril de 2004 Vol. 5, No. 3 ISSN: 1607 - 6079
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Nuevamente, se resalta la intención de evitar opiniones inciertas en su investigación acerca de la verdad (AT, VI, 31-32; IX-2,25). Por ello, niega el cuerpo y los sentidos; se persuade de que lo que hay en el mundo son ficciones del espíritu; incluso considera que un ser maligno y astuto lo engaña siempre. A pesar de esto, aparece una primera convicción: Yo soy, yo existo (AT, IX, 19). De esta forma Descartes considera haber encontrado el principio de certeza que buscaba. En el Discurso había hecho una formulación similar (AT, VI, 32).

Lo primero que se pone en duda son las cosas sensibles. Se duda de que ellas existan tal cual nuestros sentidos nos permiten representárnoslas. "Todo lo que hasta hoy ha tenido como verdadero y seguro, lo he obtenido de los sentidos, algunas veces he experimentado que los sentidos engañan, y es prudente no fiarnos por completo de quien ya nos ha engañado" (AT, IX, 14; cf., también AT, IX-2, 26).

Aunque muchas veces los sentidos no parezcan inducirnos al error, ya que hay muchas cosas que se conocen a través de los sentidos y de las cuales no es razonable dudar, muchas veces sucede que se representan en sueños situaciones y cosas que parecen completamente reales. Al parecer se carece de indicios que nos indiquen claramente la distinción entre sueño y vigilia. Debido a esto, pueden considerarse como reales cosas que ni siquiera existen.

Después se ponen en duda las demostraciones de la matemática. "Como hay hombres que se equivocan hasta en las más simples cuestiones de la geometría, juzgué que yo estaba sujeto a error y rechacé como falsas todas las verdades que antes consideraba como demostraciones" (AT, VI, 32). Radicalizando esta duda, este fingimiento metódico, Descartes contempla la posibilidad de que Dios sea "un genio maligno (...) que emplea su poder para engañarme" (AT, IX, 17). Así, llega a considerar que todo es falso y producto del engaño. De esta forma el entendimiento se prepara para rechazar las astucias del genio maligno y evitar que pueda imponerle algo falso.

Descartes considera que una vez que ha negado el cuerpo y los sentidos, habiéndose persuadido de que lo que hay en el mundo son ficciones del espíritu, habiendo considerado que un ser maligno y astuto lo engaña siempre, aparece una primera convicción.

No hay duda de que soy, si él me engaña; y me engañe todo lo que quiera, no podrá hacer que yo no sea, en tanto yo piense ser alguna cosa. De tal suerte que después de examinar cuidadosamente todas las cosas, es preciso concluir, y tener por constante que esta proposición: Yo soy, yo existo, es necesariamente verdadera, siempre que la pronuncio o la concibo en mi espíritu" (AT, IX, 19).

En efecto, de esta forma Descartes considera haber encontrado el principio de la certeza que buscaba. En el Discurso había hecho una formulación similar.

Pero, enseguida noté que mientras yo pensaba que todo era falso, era necesario que yo, que pensaba, fuese alguna cosa. Y viendo que esta verdad: Yo pienso, luego existo, era tan firme y segura que ni las más extravagantes suposiciones de los escépticos serían capaces de quebrantarla, juzgué que podía recibirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba" (AT, VI, 32).

Descartes llega a ese momento fundamental de su reflexión y reexamina todas sus creencias acerca de lo que podría ser. Podría imaginar carecer de cuerpo y de todo lo atribuible a este, extensión, forma, movimiento. Así comprendía que era “una sustancia cuya esencia o naturaleza era el pensamiento, sustancia que no requiere de ningún lugar para ser ni depende de ninguna cosa material” (AT, VI, 33; cf. AT, IX, 21 y AT, IX-2, 28).

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