Revista Digital Universitaria
10 de febrero de 2007 Vol.8, No.2 ISSN: 1607 - 6079
Publicación mensual

 
     

RDU

 
 
 




Tan pronto disparaba yo una nueva bocanada de humo, Sapiro ya era ahora Dodecaedro, Monroy Cono, Cartoffel Esfera, Monroy Icosaedro y así, como si estuvieran contestándose unos a otros.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Previsiblemente, había un solo círculo, justo en medio. Era imposible decir qué lo distinguía de cualquier otro círculo trazado con un compás de precisión, pero era también imposible dejar de reconocer que ciertamente algo lo distinguía, tal vez una reverberación imperceptible. Era de una belleza asombrosa.
-―¿Y después de esto qué vino? ―me apuré a preguntar, sabiendo ya la respuesta.

  papeles

  ―¡La Forma Pura! ―dijeron los tres al unísono. Sapiro chasqueó los dedos y desapareció. Liberé humo sobre él. Era Cilindro.
  ―¡Volumen! ―llegué a decir, asombrado.
  ―¡Volumen! ―repitió Monroy, chasqueó los dedos y desapareció también.
  Me reí. Acerqué mi cigarro hasta su silla: era un Cubo de luz.
 -―Creo que te quedarás solo un rato, mi buen amigo ―anunció al fin Cartoffel y en vez de chasquear los dedos, dio un silbido agudo y se convirtió en Pirámide.
-―Muy bien, señores ―dije―, es hora de que el viejo Tulp juegue también a las Formas Puras. ¡Oops! ―Chasqueé los dedos, pero no apareció ninguno de los tres. ―Oh, vamos… ¡Me aburro aquí solo!
  Entendí que estaban estrenando su juguete nuevo y, de paso, espetándome mi ausencia durante la semana pasada. Parecían niños. Tan pronto disparaba yo una nueva bocanada de humo, Sapiro ya era ahora Dodecaedro, Monroy Cono, Cartoffel Esfera, Monroy Icosaedro y así, como si estuvieran contestándose unos a otros. Decidí dejar los tres cigarros en las tres sillas vacías, erguidos como chimeneas, para poder ver sin interrupción todas las transformaciones. Después de un rato, los abandoné a su suerte y fui hasta la ventana. El cielo nocturno seguía encapotado, la lluvia había amainado un poco.
  ―Sigo esperando, señores ―dije sin volver la vista atrás.
  Pero permanecí largo rato mirando hacia fuera, mientras los otros tres se divertían detrás de mí mostrándose sus destrezas. Recordé nuestras primeras reuniones, la elección del nombre, que en nada representaba nuestra posición filosófica. Ninguno de nosotros se declararía a sí mismo jamás kantiano o especialmente partidario del idealismo trascendental en alguna de sus versiones. El idealismo trascendental de nuestro nombre no tenía que ver con el sentido de esa expresión en filosofía. Lo que sucedía era que el común de las personas que sabía de nuestra afición a la filosofía y de nuestro rechazo a casi todo lo demás, decía de nosotros que éramos “idealistas”, ignorando, desde luego, la acepción filosófica del término, y utilizando esta palabra como un eufemismo para significar idiotez o ingenuidad en grado sumo, pues, para ellos, un idealista es aquel que cree tan ferviente, inocente y estúpidamente en sus ideales, que no se da cuenta de “los verdaderos problemas de la vida”. Así que decidimos adoptar la estupidez que se nos imputaba. Y por otro lado, cuando gente de esta misma estofa (la inmensa mayoría, hay que decirlo) simulaba interesarse en nuestras actividades y escuchaba, como respuesta a su curiosidad, que nos dedicábamos a meditar sobre viejos asuntos, no faltaba nunca el que dijera: “Ah, yo siempre he tenido mucho interés en la meditación trascendental”. Así fue que acabamos por escoger este filosófico nombre para nuestro club.

Recordé también   las   discusiones que   había suscitado la redacción de los   estatutos, nuestro pasional y aguerrido lema, la primera   distribución de tareas y cargos, los primeros   escritos llevados por Cartoffel. Hasta que el reflejo   de la ventana me dejó ver que los cigarros habían   terminado de consumirse; Cartoffel, Sapiro y Monroy no   eran ya visibles. Y se habían llevado consigo   sus tabaqueras, de modo que no tenía yo cigarros   nuevos para hacer reaparecer las tres Formas Puras. Monroy había dejado, al menos, su encendedor sobre la mesa. Pero no había lo que quema.

 
   
 

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