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Introducción Es hielo abrasador,
es fuego helado,
Escuchamos la palabra amor y pensamos, invariablemente, en una pareja o en el amor romántico; todos parecemos estar familiarizados con este concepto, sin embargo, es más complicado definir el amor como idea o incluso como sentimiento. El amor no ha sido siempre el mismo: las costumbres, la cultura, el tiempo, lo han matizado y han hecho que varíe de rostro.
¿De dónde viene nuestra idea moderna del amor como una pasión trágica? ¿Por qué todas las canciones “románticas” son tremendistas? ¿Existe una definición del ‘amor’ en filosofía? El problema de las definiciones en filosofía no es que se carezca de ellas, es que nos enfrentamos a la abundancia de las mismas; esto mismo se aplica al concepto de ‘amor’, hay casi tantas definiciones del mismo como filósofos han existido, sin embargo, yo diría que, en este caso, se pueden reducir a dos principales núcleos semánticos: Eros y Ágape. Esto es válido para la filosofía occidental, que se ha nutrido históricamente de dos fuentes culturales básicas, me refiero al pensamiento clásico grecolatino y a la matriz judeocristiana. Los griegos llegaron al punto en el que las principales discusiones alrededor del amor se centraron en el tema “erótico”, es decir, en los afectos del alma que partían del impulso hacia los cuerpos bellos y llegaban al ámbito de lo divino; así tenemos, por ejemplo, a Platón para quien el amor es el producto de una tensión entre la abundancia y la necesidad, de ahí su plenitud pero también su carencia: el amor es análogo al deseo que busca completar su satisfacción, pero cuya dinámica existencial es terriblemente agotadora por el proceso de búsqueda que supone. Por otro lado, la noción cristiana de ágape refiere más bien al ámbito de la gracia divina, su modelo es la plenitud y perfección del amor de Dios hacia los hombres, amor inmerecido que se otorga sin condiciones a quien incluso lo desprecia, el patetismo propio de esta noción cristiana tiene su precisa iconografía en la crucifixión del hijo de Dios, sangrando por su insensato amor a los hombres. Estas son las dos fuentes que rigen las principales acepciones del amor en Occidente, la noción ascendente de Eros, demasiado humana, estética y extática, y la noción de Ágape, divina, perfecta, compasiva y ética. Seguramente las nociones que acaba de mencionar han cambiado con el tiempo Ciertamente, entre los mismos griegos no hay un genuino consenso respecto a la
naturaleza del “eros”, muestra de ello es la serie de opiniones expresadas
por los diversos personajes del Banquete de Platón, texto celebérrimo en
la historia filosófica del tema, ahí los personajes discuten si eros refiere
a un dios y de ser así cuál es su naturaleza y cuál nuestra capacidad para
comprenderlo; se le exalta como divinidad primordial, como energía cósmica
que mantiene unidos a los entes, como mero impulso sexual (heterosexual y
homosexual) y como demonio que habita en la región intermedia entre humanos
y dioses. El mismo Platón parece no llegar a un acuerdo definitivo en lo
tocante a las implicaciones existenciales de “lo erótico”, por ejemplo, en
el Banquete se concluye con la defensa de la autarquía socrática, incorruptible
por el mero apetito carnal, que es capaz de desprenderse de toda afección
que pudiera desfigurar la belleza del alma; pero en el Fedro, otro de sus
diálogos, defiende más bien la noción maniática del rapto erótico que implica
una serie de desfiguros patéticos para el alma: desasosiego, dolor, locura…
¿cuál es la verdadera posición platónica respecto a la naturaleza del amor?
Es asunto interpretable. Con todo, como debe ser obvio, la noción platónica
del amor sigue en la línea antes dicha, el amor es un deseo que busca su
satisfacción y en esa búsqueda imprime sus huellas existenciales dolorosas,
de ahí que Platón concluya su “imperfección” intrínseca.
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