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A modo de conclusión: Urbanismo post-desarrollista
El Urbanismo del siglo XX fue pensado para orientar, controlar, intervenir y dirigir el crecimiento; nuestro desafío es hoy la transformación de la ciudad existente, dejar de pensar en nuevas expansiones por más que se presenten bajo el marchamo de sostenibles (a menudo una simple etiqueta promocional). Pero reconozcámoslo, no sabemos bien como, o simplemente no sabemos cómo hacerlo. A lo largo de los dos últimos siglos hemos desarrollado instrumentos, técnicas, normativas, experiencias para diseñar el crecimiento; y eso, más o menos, lo sabíamos hacer, o deberíamos saber hacerlo. Pero cuando nos enfrentamos a la ciudad que ya existe con el objetivo de transformarla con el horizonte de la sostenibilidad como valor e ideal, la perplejidad y el desconcierto nos invaden. Asumir la inevitabilidad de una etapa de transición
supone programar el descenso, el decrecimiento, un aterrizaje suave
hasta tomar tierra en un modelo más sostenible, evitando lo que parece
ser el destino ineludible: el aterrizaje de emergencia (cuando más
tiempo nos mantengamos en vuelo, mayor será su carácter de emergencia
o forzoso), sin descartar, como vaticinan algunos reputados autores,
que ya hayamos hecho tarde,8 que no sea descartable
la caída en picado, el “estrellazo”, la catástrofe. Un conjunto de
medidas que deben apuntar a la construcción de un nuevo modelo urbanístico,
y no a su reforzamiento, como lo hacen algunas de las medidas anticrisis
recientemente aprobadas, por los gobiernos de todo planeta para equivocadamente
hacer frente a las crisis.
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