Torrance
y Hansen (1965), investigaron el comportamiento de los
docentes, analizando las preguntas que los profesores
planteaban a sus alumnos, tipificándoles en más
o menos creativos. Los profesores realizaron las pruebas
de pensamiento creativo de Torrance las cuales consistían
en plantear preguntas, adivinar las causas de la situación,
adivinar consecuencias, usos poco habituales, mejorar
un producto, figura a completar y la de los círculos,
seleccionando de los 29 participantes, a los seis docentes
menos creativos. Los profesores seleccionados fueron sometidos
a una observación minuciosa en su forma de comportarse
en clase, así cada uno fue observado durante cuatro
meses, a lo largo de cinco cursos diferentes. Fueron registradas
las preguntas emitidas por los docentes durante este tiempo
y les fue asignada una calificación establecida
según la escala de Burkhart-Bernheim de poder divergente,
después clasificadas como divergentes-estimulantes
o factuales-reproductivas. Por otra parte, las preguntas
emitidas por los profesores considerados creativos, al
ser comparadas con las de los no considerados así,
obtuvieron puntajes más elevados en lo que se refiere
a la capacidad divergente. Posteriormente Hansen utilizó
un procedimiento de observación adaptado de Flanders
para estudiar el comportamiento de los dos grupos de profesores
mencionados. Se encontró que los docentes creativos
aceptan de buena forma las ideas de sus alumnos y suelen
incorporar esas ideas en la estructura o secuencia del
tema a tratar, asimismo, utilizan más ejemplos
estimulantes para sus estudiantes, por lo que los profesores
menos creativos eran más directos y toleraban mayor
número de períodos de silencio y de confusión.
Bentley
(citado en Beaudot op cit.), realizó un estudio
sobre la diferenciación del éxito en lo
que a creatividad se refiere, en un grupo de 75 estudiantes
graduados de licenciatura que seguían un curso
de Torrance sobre ‘salud mental’. La evaluación
se centraba en los resultados de la prueba de analogías
de Miller, los cuales se obtuvieron de una batería
que era requerida para presentar su candidatura al diploma
de maestría y una puntuación compuesta,
partiendo de una serie de pruebas sobre el pensamiento
y la creatividad al principio del curso y de la sesión.
La prueba se dividía en: plantear preguntas, adivinar
las causas de una situación, adivinar las consecuencias,
la mejora del producto, los usos inhabituales y la de
los círculos. Para finalizar la sesión existían
cuatro propuestas diferentes de examen: 1) elección
múltiple ‘memoria’, 2) completar respuestas
‘memoria’, 3) aplicaciones creativas ‘producción
divergente’ y 4) toma de decisiones. La evaluación
llevada a cabo es tanto divergente como convergente, así
la evaluación convergente tendía a obtener
una mayor correlación con los resultados de las
pruebas de creatividad (0.25) que con los resultados de
las pruebas de analogías de Miller (0.19).
Lehman
por su parte realizó un estudio de orden científico
con 21 alumnos que previamente habían pasado las
pruebas verbales de las pruebas de pensamiento creativo
de Torrance. Posteriormente a lo que denomina una prueba
de pensamiento científica estándar, solicitó
preguntas y las clasificó en concretas, abstractas
y creativas. Lehman encontró diferencias significativas
en las frecuencias de las preguntas de orden creativo
a favor de los estudiantes muy creativos; estos estudiantes
también plantearon un gran número de preguntas.
Apoyados en los resultados de las pruebas de inteligencia
no se encontró ninguna diferencia en el número
total de las preguntas, ni en el número de las
preguntas creativas entre los más inteligentes
y los menos inteligentes.