Sin duda, esto resulta poco consolador para aquél que esperara una afirmación más radical de la libertad, en todos sus sentidos, por parte del sabio de Königsberg. Pues entre la idea o el concepto de algo y su realidad hay un gran trecho. A menos que se creyera lo contrario, pero esto llevaría, como lo dice Schelling, al absurdo de suponer que, “por ejemplo, pudiéramos vencer al enemigo en vez de con un ejército con el concepto de un ejército, consecuencias que ningún hombre serio y reflexivo se digna suscribir”49 . De hecho, esta fue una de las cosas que más decepcionó a varios de los alumnos y contemporáneos de Kant. El interés filosófico de gran cantidad de pensadores posteriores a dicho filósofo los llevó a buscar nuevas formas de afirmar de manera radical e incondicionada el concepto de libertad, quitando las trabas que, desde su perspectiva, el filósofo alemán interpuso para este propósito. Así Fichte, por ejemplo, eliminó de su sistema la idea de la cosa en sí construyendo una propuesta en donde la subjetividad basada en el enunciado “yo soy yo” era el fundamento incondicional de todas las cosas, la pura espontaneidad de la “intuición intelectual”. Schelling y Hegel le siguieron, desde perspectivas muy distintas, incluso contrapuestas, en la tarea de reclamar la realidad incondicionada de la libertad y la posibilidad de afirmarla plenamente. Sin embargo, como ellos mismos tuvieron que reconocer una y otra vez, ninguno de sus sistemas teóricos hubiera sido posible sin la intervención anterior de Kant, quien con su concepto de libertad puso los cimientos necesarios para ir más allá de la idea utilitarista de la misma, característica de los pensadores de la Ilustración, e introdujo los elementos necesarios para concebir su afirmación incondicionada.
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