Crítica

Considero que hay apoyos textuales en la Crítica para los dos rumbos que estoy delineando. No obstante, creo que llevan a modelos bien distintos de la teoría kantiana del yo. En el primero, que denominaré crítico-terapéutico, el yo pienso de la apercepción trascendental juega el papel de un principio para el filósofo que se ocupa de las condiciones no empíricas del contenido del pensamiento; el error de la psicología racional sería entonces confundir un principio con una cosa, una regla con una aplicación particular de la misma. En el segundo modelo, que llamo metafísico-dogmático, el yo pienso se concibe como una subjetividad o conciencia de sí de tipo distinto que el de la subjetividad empírica, el cual además juega el papel de fuente extra conceptual de la experiencia; en este caso el error de la psicología racional sería una suerte de error categorial: tomar la autoconciencia trascendental como si fuera un concepto aplicable a la subjetividad empírica ordinaria.

En lo que sigue mostraré porqué pienso que hay que rechazar el modelo metafísico-dogmático, y adoptar el crítico-terapéutico. Para ello, permítaseme comentar algunos conocidos pasajes de la Crítica. Primero, diré lo que me parece claro y lo que me parece menos claro del multicitado comienzo del parágrafo 16 de la Deducción trascendental, B 131-2:

El yo pienso tiene que poder acompañar (begleiten) todas mis representaciones. De lo contrario, sería representado en mí algo que no podría ser pensado, lo que significa que la representación, o bien sería imposible o, al menos, no sería nada para mí.

He aquí una primera aproximación, formulada como condicional negativo en la primera persona: si las palabras “yo pienso” no pudieran acompañar cualquier representación que llamo mía, entonces ninguna representación podría considerarse como contenido e mi pensamiento. Es importante, sin embargo, notar que aunque cualquiera podría situarse a sí mismo como sujeto de pensamientos con contenidos (como cuando afirmamos que las cosas son así y asá), el “yo pienso” de la apercepción no pretende establecer las condiciones que atañen a los pensamientos particulares de sujetos empíricos particulares., sino más bien las condiciones pertenecientes, en general, a la posibilidad del pensamiento con contenido.

Ahora bien, ¿qué podemos sacar en claro de la noción de “acompañamiento” que aparece en el pasaje citado? Voy a referirme ahora a otro pasaje en el que la expresión reaparece en un contexto similar. En los Paralogismos Kant explica las tentaciones de la sicología racional enfatizando el carácter peculiar de la representación “yo pienso”. Es “el vehículo de los conceptos,” dice, que “sirve solo para introducir (aufführen) todos nuestros pensamientos como pertenecientes a la conciencia” (A 341 B399). Más adelante, A 346/B404, escribe:

En la base de tal doctrina (la psicología racional) no podemos colocar sino la simple representación “yo”, que por sí misma es completamente vacía de contenido. No podemos siquiera decir que esta representación sea un concepto, sino la mera conciencia que acompaña (begleitet) cualquier concepto. Por medio de este yo, o él, o ello (la cosa), que piensa no se representa más que un sujeto trascendental de los pensamientos = x, que sólo es conocido a través de los pensamientos que constituyen sus predicados y del cual nunca podemos tener, por abstracción (abgesondert), el mínimo concepto...no es siquiera una representación que distinga un objeto específico, sino una forma de la representación en general, en la medida en que se la deba llamar conocimiento.

Como un vehículo que lleva pasajeros o mercancías, el yo pienso, sugiere Kant, juega el papel de portador de contenidos, aquello (desconocido = x) a lo que una diversidad de pensamientos puede adherirse. De ahí que pueda afirmarse que el yo pienso es expresión de la unidad de la conciencia. Esto explica, me parece, la noción de acompañamiento que usa el autor, pues debe suponerse una cierta unidad entre los contenidos de pensamiento y experiencias que cualquiera de nosotros, como sujetos de la autoconciencia empírica, pueda entender. Aunque el yo pienso no añade nada al contenido de la autoconciencia empírica, está ahí cuando hay determinados pensamientos y experiencias —justamente porque la posibilidad misma de tener tales pensamientos y experiencias radica en la interconexión y unidad otorgadas por el principio de la apercepción trascendental. Aislada de los contenidos, sin embargo, se convierte en una “mera conciencia”, “una forma de la representación en general”, pero no propiamente un concepto bajo el cual pueda subsumirse un particular11.

Aquí surge una idea importante para el modelo crítico-terapéutico: el “yo” de la apercepción no es el concepto de una clase de cosa, y no puede tener un papel independientemente de otros conceptos —en particular, sin el concepto de autoconciencia empírica. Si nos preguntamos cómo es que llegamos a tal noción, seudoconcepto, seudorepresentación, a esa blosse Bewustseins, creo que podríamos encontrar en Kant una respuesta directa: llegamos a ella haciendo abstrac3ción del contenido de la autoconciencia empírica, en una hazaña lograda filosóficamente. Y es aquí donde pueden surgir ciertas tentaciones, cartesianas u otras.

El problema no es tanto con la abstracción como tal, pues cuando hacemos abstracción del contenido del pensamiento (de una autoconciencia empírica) no eliminamos las condiciones del contenido provistas por la unidad trascendental de la apercepción. La dificultad es más bien que, cuando filosofamos, tendemos a olvidar que el mero sujeto del pensamiento no es sino una abstracción de contenidos particulares, una expresión de las restricciones estructurales del pensamiento, y lo distorsionamos tratándolo como si fuera propiamente un concepto de un tipo o clase de cosa, y como si denotara una cosa simple, no corpórea e idéntica que piensa. Kant tiene un nombre para esta distorsión: la ilusión de la apercepción sustantivada (apperceptionis substantiate). En suma, no podemos pretender conocer algo al arribar filosóficamente a la representación yo pienso que figura en la unidad de la autoconciencia, porque el papel del yo pienso en ese caso no es el de denotar una entidad, sino el de expresar aquella unidad entre las representaciones que es un requisito indispensable para la posibilidad de la experiencia de un mundo objetivo. (Lectura terapéutica).

Hemos dicho que el yo pienso (“que tiene que poder acompañar” todos mis pensamientos) no es el concepto de una clase de cosa, ni siquiera el concepto de una clase abstracta de cosa; y que tiene el papel de expresar la unidad de la conciencia. Ahora podemos sugerir que dicha pseudorepresentación, a la que arribamos reflexivamente descartando los contenidos reales del pensamiento, juega el papel de un recordatorio filosófico, esto es, recordarnos que debe haber determinada unidad e interconexión entre los conceptos que empleamos, si es que vamos a contar siquiera con contenidos específicos que podamos pensar.

Según el modelo que hemos estado siguiendo, la tentación cartesiana radica en inventar un concepto determinado para la noción, que por sí misma es vacía, del (mero) sujeto de pensamientos de la unidad trascendental de la apercepción. De ahí que el “tratamiento” kantiano radique en advertir a los filósofos en contra de tomar lo que es un rasgo estructural de nuestros conceptos (a la manera de una regla) como si fuera una entidad que poseyera ciertas propiedades, a las que arribamos por medio de la pura reflexión a priori.

Esto quiere decir, primero, que la unidad trascendental de la apercepción ha de verse como un principio contextual de contenido para los pensamientos que podemos adjudicarle a otros y que cada cual puede adjudicarse a sí mismo —un principio al que debe someterse cualquier autoconciencia empírica (en tanto que persona) si es que puede decirse de ella que tiene pensamientos y experiencias; y, segundo, que la fórmula yo pienso, tomada en abstracción de cualquier contenido, no puede referirse a un individuo portador de contenidos12.

Tal vez sería deseable que Kant hubiera permanecido dentro de los límites relativamente modestos de esta idea terapéutica, que sin duda está presente en la dialéctica trascendental y en los paralogismos particularmente. Pero, lamentablemente, no fue así. Hay pasajes —incluso algunos de los mismos pasajes— que sugieren fuertemente que el yo pienso de la UTA no es un principio para el filósofo que se pregunta por las condiciones del contenido objetivo del pensamiento, sino más bien un fundamento de la aplicación de las categorías que está más allá del terreno en el que los conceptos pueden ser aplicados objetivamente.

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