Metafísica


Aquí el autor sugiere algo harto distinto, que se presta a grandilocuencia metafísica. Y la teoría kantiana del yo se dirigiría, bajo esta lectura, a establecer que, adecuadamente depurada de ilusiones y guiada por el idealismo trascendental, la filosofía puede suponer que hay tal cosa como el sujeto trascendental de los pensamientos, el cual, aunque no puede identificarse con un sujeto empírico, es no obstante la desconocida fuente de los pensamientos y representaciones.

Doctrina, no terapia, es lo que Kant ofrecería en este caso. El error de la psicología racional, entonces, no es tanto tomar un principio como si fuera una entidad, sino más bien tener una concepción inadecuada del tipo de cosa que es el sujeto trascendental.

Aquí tenemos, en mi opinión, los elementos requeridos para la lectura metafísica de la teoría kantiana del yo. Lo crucial aquí, es que la autoconciencia trascendental es concebida como un tipo de subjetividad distinta de la autoconciencia empírica. De ahí, el diagnóstico de la distorsión del psicólogo racional consiste en tomar, como escribe Stepanenko, la “conciencia de una condición de posibilidad” como si fuera la “conciencia de un objeto particular.”

Hay diversos pasajes de los paralogismos, en ambas ediciones, que pueden dar sustento a esta lectura. He aquí uno de ellos, que cito en extenso:

Que el ser que piensa en nosotros (das Wesen, welches in uns denkt) crea conocerse (sich selbst zu erkennen vermeine) por medio de categorías puras y que se imagine, además que lo hace por medio de aquellas que, bajo cualquiera de sus títulos, expresan la unidad absoluta, obedece a la razón siguiente. La autoconciencia es, pues, la representación de lo que constituye la condición de toda unidad, pero que es, por su parte, algo incondicionado. En consecuencia, del yo pensante (alma) que se representa como sustancia, como simple, como numéricamente idéntico, ...del cual tiene que deducirse cualquier otra existencia, podemos decir lo siguiente: más que conocerse a sí mismo a través de las categorías, lo que hace es conocer las categorías y, por medio de éstas, todos los objetos en la unidad absoluta de la apercepción, es decir a través de sí mismo. Ahora bien, es evidente que no puedo conocer como objeto lo que constituye un presupuesto indispensable para conocer un objeto y que el yo determinante (el pensar “Das denken”) es distinto del yo determinable (el sujeto pensante “der denkende Ich”), al igual que se diferencian el conocimiento y el objeto. (A 401-2)

No es fácil elucidar el contenido de este fragmento, que por lo demás exhibe la desastrosa escritura de Kant. Comencemos por lo que parece menos problemático. En concordancia con la declaración de ignorancia, la moraleja que se enfatiza en los párrafos precedentes es que, dado que no es posible intuición alguna del ser que piensa, éste tiene que sernos desconocido; de ahí que las pretensiones (de la psicología racional) de que el yo pienso es simple, inmaterial, sean espúreas. Hasta aquí, todo va bien: la autoconciencia trascendental, el yo pienso que tiene que poder acompañar, no es la conciencia de un objeto particular —en la representación yo pienso no hay una posible multiplicidad que intuir y recoger bajo categorías. De ahí que el mensaje kantiano sea el de no tomar la condición de la conciencia de particulares, como si fuera ella misma la conciencia de un particular.

Kant quiere, entonces, denunciar la ilusión de un supuesto autoconcimiento racional. Las dificultades surgen, empero, al apreciar las diversas voces o personae que aparecen en este pasaje. En primer término, hay que notar que las pretensiones ilusorias de conocimiento no atañen a los sujetos empíricos, sino al sujeto del pensamiento en general (der denkende ich). Que “el ser que piensa en nosotros” crea conocerse a sí mismo mediante las meras categorías, obedece, dice Kant en esencia, a que toma erróneamente lo que constituye la condición de la unidad de las representaciones en general, como la representación de una unidad. Por lo pronto, lo sorprendente es la idea misma del yo meramente pensante, el sujeto del pensamiento puro, como algo de lo que es posible afirmar que cree o supone ciertas cosas acerca de sí mismo.

Kant podría haber escrito directamente: “Que nosotros supongamos conocernos mediante categoría puras...”, o incluso: “Que yo (I.K.) crea conocerme a mí mismo mediante categorías puras...”. Eso indicaría que la distorsión de la psicología racional es atribuible a sujetos empíricos particulares —si se quiere, en momentos particularmente reflexivos. Pero no es así. Y eso significa que, según este pasaje, aquel que cae presa o puede caer presa de la ilusión racional del autoconocimiento no es el sujeto de éste o aquel pensamiento o serie de pensamientos —un sujeto con una determinada autobiografía psicológica (y corporal)— sino el sujeto de cualquier pensamiento posible. De modo que la voz del ser-que-piensa-en-nosotros no es ni la del escritor de la Crítica de la razón pura, ni la de cualquiera de “nosotros” sus lectores, sujetos empíricos al fin.

Este modelo del yo nos pide digerir la idea de que si el ser pensante —él, ella o eso— cree que es una sustancia simple, idéntica, etc., entonces se estará engañando a sí mismo, pero si, prevenido por la filosofía crítica— supone o cree que es la condición incondicionada de toda experiencia de objetos, entonces ¡estará en lo correcto! Pero, ¿cómo podría establecerse tal cosa?

En la segunda parte de este pasaje Kant indica que del yo pensante no puede afirmarse, como lo hace el psicólogo racional, que se conoce a sí mismo a través de las categorías, sino que conoce las categorías, y mediante las categorías, (conoce) todos los objetos. Veamos qué puede significar esto. Comencemos por la expresión “se conoce a sí mismo a través de las categorías” tal y como se aplicara sujetos empíricos.

Conocerse a sí mismo requiere, al menos, ser capaz de contarse a sí mismo como sujeto de una autobiografía en particular —distinta de otras posibles, y actuales; si de lo que se trata de autoconocimiento psicológico, en el sentido de una ciencia empírica de los fenómenos internos, podemos afirmar entonces que cada sujeto (a veces) cuenta con la posibilidad de reconocer sus propios estados sicológicos, de reconocer determinadas representaciones en sí mismo. Para ello debe poseer y poder aplicar conceptos a los fenómenos en general —en tanto objetos de la experiencia posible— incluyendo, como lo pide el presente caso, fenómenos internos. Nótese que el autoconocimiento psicológico (empírico) requiere tanto de una “materia” —contenidos específicos a los que aplicar conceptos— como de una perspectiva —un grupo de conceptos o esquema categorial.

Pero Kant agrega una nueva idea: El yo del pensamiento puro, como condición suprema de la unidad requerida en cualquier pensamiento de particulares, conoce (erkennt) las categorías y, con ellas, todos los objetos, a través de sí mismo. Las pretensiones omniabarcantes de este enunciado son patentes, y dan sustento a lo que he llamado el modelo metafísico-dogmático de la teoría kantiana del yo. Lo que hay que notar es, por un lado, que en este caso no hay algo así como un grupo de contenidos específicos, no hay una materia qué captar; los objetos cuya totalidad “conoce” el yo pensante, sólo pueden ser los objetos de la experiencia posible, y en tanto tales, no constituyen un grupo específico de contenidos empíricos13. Además, y de la mano con el punto anterior, aquel de quien Kant dice que conoce todos los objetos, no lo hace desde un punto de vista particular (un sujeto empírico), sino mediante aquello que permite adoptar uno —para usar una conocida metáfora de P.F. Strawson, desde el plano que permite discernir diversas trayectorias. No pretendamos, prosigue este pasaje, que lo que constituye una condición indispensable para conocer objetos pueda ser ella misma objeto de conocimiento. Pero aquí el sabio de Königsberg no está tan sólo pidiendo al filósofo cartesiano no tomar, so pena de caer en pseudoraciocinios, la unidad de la conciencia por la conciencia de la unidad; más bien afirma que la apercepción trascendental es ella misma un tipo de conciencia de objetos, que no debe confundirse con el ordinario tipo de conciencia de objetos que nos atribuimos a nosotros mismos y a otros. La insistencia del escritor de la Crítica en el procedimiento retórico, por demás común entre los filósofos, de convertir el pronombre personal “yo” y el reflexivo “sí mismo” en sustantivos puede ser en parte responsable de esto. Las implicaciones filosóficas, sin embargo, son enormes.

Kant nos pide entonces aceptar que la distinción entre autoconciencia trascendental y la autoconciencia empírica es una distinción entre dos tipos de subjetividades o conciencias de sí: 1) la conciencia del yo o sí mismo en tanto absoluta unidad de la conciencia que conoce todos los objetos —el pensar, o aquello en nosotros que piensa—, y 2) la conciencia de sí que puede poseer cualquier sujeto al representar un particular como miembro de una clase de objetos. Este es un trance amargo, que no se endulza sustituyendo la retórica de la sustantivación por procedimientos estipulativos más agradables para los paladares contemporáneos.

regresar