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Introducción Continuamente se habla de la crisis que se vive en todo el orbe. Se señala repetidamente a la crisis económica que nos golpea día a día, y al mismo tiempo, se nos habla de la crisis de valores en las distintas sociedades del globo. Se plantea a la crisis económica como la raíz de las demás crisis. Se asume que los cambios económicos son seguidos de los correspondientes en la cultura, política e ideología (Ordoñez, 2004). Entran a escena mundial la ciencia y tecnología como motores y pilares de la marcha “indetenible” hacia el progreso, pero como lo acusa Heidegger, el hombre se aprovecha de la técnica, maravillándose de ella sin pararse a reflexionar sobre su esencia. La máquina no tiene alma pero el hombre sí, lo que tiene que marcar diferencia para no cumplir la observación de Einstein: el progreso tecnológico es como un hacha en la mano de un criminal. En cambio no se plantea lo que al ser humano y a la naturaleza les ha ocurrido en la búsqueda del desarrollo, al menos no en el mismo plano que los referentes económicos, políticos, técnicos y científicos. Pero en el fondo la crisis mundial actual no es una de la economía ni de la tecnociencia, es una crisis de lo más íntimo-subjetivo de la humanidad donde lo humano de la naturaleza y lo natural del ser humano han sido desplazados a sitios secundarios intentando abatir el espíritu, la conciencia, la mente, para ser cubiertos por elementos de la parafernalia del desarrollismo montado en las alas de la productividad-competitividad, la rauda ganancia máxima, el consumismo y el culto al éxito-individualista-hedonista. Lubricado ello por el manejo maniqueo de una democracia posicionada en “el trono de la verdad”, vista como resolutiva de todo. Sin embargo, la crisis económica no existe y la de valores es un planteamiento equivocado, minimizante del asunto. A mediados del siglo XX junto a los esfuerzos por impulsar el desarrollo mundial, se plantea la procuración del Estado de Bienestar. Se entiende a tal Estado como un proyecto de sociedad modelo donde el gobierno ejecuta o debe ejecutar políticas sociales que garanticen el bienestar social en esferas básicas de servicios, salud, educación y seguridad para mitigar las diferencias entre las clases sociales de un país, en una expresión de la legítima justicia que debería imperar y vistos como derechos comunes, principalmente para asistir a los más desprotegidos. El Estado de Bienestar se procrea en los países “desarrollados” y se dispone después a ser implantado en el resto del mundo. Es el Estado Moderno que surge como una reacción a los desastres nacionales e internacionales de un modelo dejado a la ley del más fuerte. Su creación se nutrió de diversos movimientos sociales, políticos, éticos e intelectuales, de las luchas sindicales y del instinto de conservación humana a la luz de experiencias destructivas muy dolorosas y de amenazas mayores (Ugalde, 2008). Ante la competencia de los modelos fascistas y comunistas, el capitalismo se vitalizó con las tesis de Keynes de la intervención del Estado para establecer equilibrios promoviendo el desarrollo humano y social, palestra del Estado de Bienestar. Otros economistas hacen sus aportaciones. Pareto decía: “la Economía Política no debe tener en cuenta la moralidad. Pero cualquiera que alabe una medida concreta, debería tener en cuenta no sólo las consecuencias económicas, sino también las morales, religiosas, políticas, etc.”. Pareto estableció lo que se conoce como “óptimo paretiano”: mejoramiento paretiano es todo cambio en el que algún individuo obtiene más utilidad sin que disminuya la utilidad de ningún otro. Con sucesivos mejoramientos paretianos se alcanzará una situación óptima. Un óptimo paretiano es una situación en la que nadie puede conseguir un aumento en su utilidad total sin que ello implique disminución en la utilidad de otro. Empero, él mismo determinó la llamada "Ley de Pareto": la desigualdad económica es inevitable en cualquier sociedad, concluyendo que la distribución de la renta en cualquier sociedad responde siempre a un mismo modelo, por lo que serían inútiles las políticas encaminadas a redistribuir la riqueza. Con posiciones teórico-intelectuales como esta última no sería muy difícil entender las razones del presente escrito, como veremos a continuación.
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