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Todo cambia
Para entender cómo cambió la astronomía a partir de la introducción del telescopio, hace falta recordar el estado de esta disciplina hacia principios del siglo XVII. Los astrónomos de entonces eran técnicos que se dedicaban a medir las posiciones de los astros con la mayor precisión posible. Sus instrumentos más elaborados eran cuadrantes o astrolabios y sus resultados, largas listas de números que indicaban las posiciones de los astros a diferentes tiempos. Ésta era una labor práctica cuyo objetivo final era el de calcular calendarios precisos. Por otro lado la cosmología, es decir el estudio teórico del universo, era dominio de los filósofos, y los astrónomos no tenían derecho de opinar sobre esos temas. De modo que había una separación tajante entre lo que se observaba en el cielo y la explicación sobre ello.
Para inicios del siglo XVII muchos pensadores se habían dado cuenta de este problema, y la discusión se puso especialmente interesante a partir de que se hicieran públicas las ideas de Copérnico sobre un nuevo sistema del mundo. Estando así las cosas, aparecieron en escena un instrumento –el telescopio- y un hombre –Galileo- que fueron piezas importantes para el cambio. El telescopio permitió ver los cuerpos celestes con detalle por primera vez. A partir de ese momento la astronomía también es descriptiva; es decir que se comenzaron a utilizar dibujos de los cuerpos celestes y por lo tanto se podía hablar de la naturaleza de dichos cuerpos. Además Galileo conocía de la astronomía y la cosmología y en sus obras las combinó de una manera muy productiva, mostrando que la retroalimentación enriquecía a ambas. Por último, utilizó las matemáticas que tan bien conocía para interpretar lo que iba encontrando. De este modo contribuyó al nacimiento de la astronomía moderna, como la que conocemos hoy: con telescopios, matemáticas y retroalimentación entre teoría y observación.
La discusión sobre las implicaciones de estas novedades se dio inicialmente entre los especialistas: los astrónomos y los filósofos. Pero gracias al interés generalizado sobre estos temas, y las atractivas imágenes que eran comprensibles hasta para los iletrados, muy pronto la discusión llegó a muchos otros grupos de la sociedad. Se pegaban carteles sobre el tema en las plazas, donde todos lo podían ver y discutir; aparecieron cuadros y poemas. Pronto estas ideas se empezaron a colar al imaginario colectivo y también empezó a cambiar la concepción del universo. Durante cerca de dos mil años, la cultura europea había imaginado el cosmos tal como lo describió Aristóteles: fijo, inmóvil, perfecto, inmutable. Si bien los descubrimientos de Galileo no demostraron lo contrario, sin duda lo insinuaron e impulsaron su discusión. Ejemplo del modo en que el ambiente generalizado de cambio empezaba a permear la cultura en general es la ilustración del inglés Thomas Digges aparecida en un almanaque.
Imagen del universo de Thomas Digges
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