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Los procedimientos curativos
Cuando una persona se presentaba con alguna herida, el procedimiento curativo empleado por los cirujanos del Hospital de San Pedro consistía en sacar los objetos extraños, que se ubicaran dentro de la herida, como pelo, tierra o grumos de sangre, unir las heridas, y enjuagar la herida con agua o vino caliente, cocimiento de romero o zumo de maguey.6
Para detener la sangre, ponían sobre la herida suficiente cantidad de polvos de hierba del manso, llamada por los médicos valeriana, raspadura de la vaquera o estiércol seco de un animal domestico.7 Si a pesar de haber realizado la curación en más de tres o cuatro veces, persistía la hemorragia, causticaban con un botón de fuego.8
También elaboraban agua hemostática de Pagliari, una solución compuesta de Benjuí y del alcohol, empleada como su nombre lo indica para fines hemostáticos externos. Preparaban diferentes tipos de cáusticos como el de cloruro de zinc y el o de Viena, recomendados como recursos escaróticos.9 Los ceratos eran unos medicamentos hechos a base de aceite de almendra, ajonjolí u olivas, cera y, algunas veces esperma de ballena, empleados como calmantes en varias afecciones de la piel, en las heridas principalmente.10
El colodión era una solución en éter de celulosa nítrica, empleada como aglutinante en cirugía. Utilizado para aislar la piel del contacto del aire, y también para reunir los labios de las heridas superficiales. Para esto, bastaba secar las heridas, de manera que ninguna humedad quede en su contorno, entonces, con los dedos de la mano izquierda se acercan los bordes de la herida y con la mano derecha sosteniendo un pincel se unta el colodión por encima de estos bordes, los cuales se mantienen hasta que se forma la película de colodión, entonces, al liberarlos, la herida queda sellada.
Para el tratamiento de las gangrenas era muy recomendable el bálsamo de Perú, polvos de árnica, ungüento doble de mercurio, polvos de carbón vegetal, polvos de quina y cloruro de cal. Todos con muy buenos resultados.
El aceite de trementina, fue el remedio más vulgar, común y conocido de la cirugía, y también el más admirable y de más frecuencia en toda la materia quirúrgica.11 La trementina de mayor uso era la que provenía de un pequeño arbolillo o arbusto llamado terebinto. Se utilizaba concretamente para suprimir las hemorragias, y se aplicaba bien caliente en planchuelas de hilas sobre los vasos abiertos. Se consideraba como remedio pronto y de seguro efecto, y con frecuencia era usado en las operaciones, cuando el flujo de la sangre sale de los vasos mismos, o que no se pueden descubrir con la vista para ligarlos por medio de la aguja e hilo, en cuyo caso hace las veces de cauterio.12 Posteriormente, se aplica la esencia de trementina cada tres horas sobre la superficie de las heridas, después de haberlas previamente limpiado con agua tibia o vino caliente. Las partes dañadas se eliminan, la supuración queda loable, con un fondo neto; al mismo tiempo el estado se mejora, la fiebre disminuye, el apetito aparece, el dolor cede, el sueño viene y la fisonomía y el aspecto general se mejoran. 13
El uso medicinal del alcanfor
El árbol de Alcanfor (cinnamomum camphora) es nativo del lejano oriente, principalmente de Vietnam, China y Japón. Actualmente crece en algunas regiones de los Estados Unidos, en donde se ha convertido en una especie invasora.
El Alcanfor se obtiene a través de un proceso de destilación de la madera y raíces del Árbol del mismo nombre, este árbol siempre verde, se encuentra en los países del Asia, America del Sur, y los estados americanos de California y la Florida.
Entre las virtudes del alcanfor, se encuentra la de impedir la putrefacción
de las sustancias animales. En las heridas de mal carácter, hay un derramamiento
de un líquido acre que corroe, enrojece o escoria las partes sanas.
Este líquido, mientras más se encuentra al contacto del aire, degenera
y ejerce su acción sobre las superficies que toca. No siempre, le cirujano
puede impedir este contacto irritante de ese liquido, y
en ciertos casos es urgente de evitar y contener este efecto, principalmente
cuando el pus se detiene en esta cavidad, lo que se
consigue por medio del alcanfor aplicado sobre las partes enfermas.
Esta práctica fue adoptada por muchos cirujanos que laboraban en el
hospital de San Pedro.
El remedio recomendable para las amputaciones era el alcanfor o aceite
alcanforado. Cuando se presentaba una amputación de alguna extremidad,
era necesario apresurarse a ligar las arterias, si es que la sangre
salía por ellas en gran cantidad. Para esto, se toma el vaso con la
pinza a la cual se le da un movimiento de torsión, y se liga haciendo
un nudo bien fuerte con hilo encerado o untado con pomada alcanforada.
Se limpia la herida con agua limpia y se quitan de ella todos los cuerpos
extraños que pueda contener, se sostienen las carnes a beneficio de
unas tiras de emplasto aglutinante colocadas alrededor del miembro y
de manera que no puedan separarse las carnes; sobre los bordes de la
herida se pone una capita de polvos de alcanfor y sobre ella una planchuela
de hilas untado con la pomada alcanforada, la cual se cubre con una
compresa y se mantiene todo el apósito en su lugar por medio de un vendaje.
Cada 24 horas, se hace una cura con alcohol alcanforado humedeciendo
el apósito. Con este tratamiento se evita la aparición de gangrena,
tétanos y fiebre reumática.14
El aguardiente alcanforado se empleaba en compresas,
lociones o fomentos sobre las heridas, que no han sido suturadas.
Cuando son profundas, cavernosas, con tendencia de los líquidos a
estancarse en su fondo y sufrir la descomposición pútrida, se les
llena de bolitas de hilos empapados de líquido alcanforado.15
En las farmacias de hoy en día se expenden ungüentos y pastillas que
contienen alcanfor, como el popular vaporub, que se utiliza para controlar
la tos al untarse en el pecho. El alcanfor se utiliza bajo control
medico como anestésico local en males menores como golpes, torceduras,
gota y reumatismo. En las farmacias se expenden bolas de alcanfor, remedio
muy eficaz contra la polilla que habita los viejos roperos.
6. Francisco Fernández del Castillo. La Cirugía Mexicana en los Siglos XVI y XVII, México, E.R. Squibb & Sons. Nueva York, 1936, p. 30.
7.Ibid. p. 30.
8. Ibídem.
9. Alfonso Herrera, Francisco González, José M. Laso de la Vega, Severiano Pérez y Dr. Manuel S. Soriano, Nueva Farmacopea Mexicana, de la Sociedad Farmacéutica de México, México, imprenta de Francisco Díaz León, 1884. p.249.
10. Ibid. ppp. 249-250.
11. José Joaquín Izquierdo. Raudon Cirujano Poblano de 1810. Aspectos de la
Cirugía Mexicana de principios del siglo XIX en Torno de una Vida, México,
BUAP/Gobierno del Estado de Puebla, 1999, p. 144.
12.Ibid., p. 144.
13. Francisco Durán. Bitácora Médica del Doctor Falcón. La Medicina y la Farmacia en el Siglo XIX. México, Universidad La Salle / Plaza y Valdés, 2000 p. 136.
14. F.V. Raspail. Novísimo Manual de la Salud o Tratado de Medicina y Farmacia Domesticas, Madrid, 1894, p. 194.
15.“Curación de las heridas” en Gaceta Medica de México, 1º de Diciembre de 1865, Num. 30, p. 498.
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