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La
Universidad debe alentar la imaginación,
ésta capacita al hombre para construir
una visión intelectual de un mundo nuevo
y conserva el gusto de vivir mediante la postulación
de propósitos satisfactorios. Y es en
estas instituciones donde se encuentra a los
jóvenes en plena actividad imaginativa,
es ahí donde se debe aprovechar la libertad
y la disciplina para llevar a buen fin el proceso
educativo. Su tarea es unificar la imaginación
del alumno, su libertad, con el conocimiento,
experiencia y disciplina intelectual de los
docentes.
La propuesta de nuestro filósofo respecto
a vincular la inteligencia con el gusto por
vivir conforma uno de los rasgos de una buena
educación, esta unión constituye
uno de los objetivos de las universidades, considerando
que la sabiduría es el ideal
educativo. En concordancia con esta propuesta,
consignamos el siguiente pensamiento de Latapí:
Una buena educación debiera dejar la
convicción de que la vida es para algo,
oportunidad más que destino, tarea más
que azar. La buena educación se propone
que cada alumna y alumno constituya en su interior
un estado del alma profundo, se convierta en
sujeto consciente, capaz de orientarse al correr
de los años en la búsqueda del
sentido de las cosas. Así transformará
la información en conocimiento y el conocimiento
en sabiduría; habrá aprendido
a vivir. (Latapí, 2002, p. 43.)
Otro
factor importante que resalta Whitehead para
que las universidades cumplan con su misión
se refiere a la personalidad del docente, éste
debe mostrarse en su verdadero carácter,
como una persona “ignorante”, pero,
capaz de pensar y utilizar activamente esa pequeña
porción de conocimiento que posee.
El
profesor universitario tiene entonces, expresa
en Los fines de la educación,
una doble función: le corresponde despertar
el entusiasmo de sus alumnos para fortalecer
su propia personalidad y, además, crear
el ambiente de un conocimiento más amplio
y de un propósito más firme en
combinación con los intereses de sus
estudiantes. El docente
está en la Universidad para evitar el
derroche innecesario de energías, encauzar
el conocimiento de los estudiantes.
Por
otra parte, Whitehead considera que la realidad
universitaria de su época, y de la actual
agregaríamos, estima demasiado el valor
de un profesor según las obras impresas
firmadas con su nombre. Propone, desde su perspectiva,
que una buena prueba de eficiencia sobre el
trabajo del profesor sería valorar su
producción intelectual en conjunto, con
sus colegas docentes y con los alumnos. La evaluación
que se haga del profesor debe ser estimada por
el valor del pensamiento que defiende y no por
el número de palabras que escribe.
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