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El espíritu imaginativo Para Psellos, el hecho de que los demonios actúen directamente sobre el espíritu, en especial sobre el imaginativo, es posible a causa de que ellos mismos están hechos de espíritu, su cuerpo es pneûma. En efecto, el término que utiliza Psellos para designar el espíritu es el de pneûma,20 el cual fue traducido como spiritus al latín.21 Para comprender qué es el pneûma me parece que podemos remontarnos a una de las más claras y elocuentes concepciones precedentes de este término: la opinión de los estoicos, para quienes el pneûma es un hálito o soplo en extremo sutil, compuesto de fuego y aire, a partir del cual está formada tanto el alma universal como la humana. Esto se corresponde a lo que Psellos opina acerca de los cuerpos de los demonios cuando se ciñe a la autoridad de San Basilio, quien señala que tanto ángeles como demonios poseen un cuerpo, "una suerte de soplo sutil (pneûmata), vaporoso y puro".22 Además, para los estoicos, el pneûma unifica, preserva y comunica todas las cosas, ya que penetra y se extiende por todas partes. Por esta razón, Psellos encontró en el pneûma el medio ideal para la influencia de los demonios en el alma, pues, al estar compuestos ellos mismos de pneûma, podían comunicar sus efectos directamente desplegando su actividad en una materia igual a la suya. Ahora bien, los estoicos explicaban las distintas facultades del alma como distintos grados de tensión del propio pneûma, de tal manera que sentidos, imaginación, pensamiento y deseo no eran sino la propia alma–pneûma, mas bajo diferentes aspectos. En consecuencia, la mayoría de los movimientos o perturbaciones del alma se producían por las influencias de las representaciones externas que eran transportadas a través de dichas facultades hacia el centro del alma, denominado hegemonikón, el cual estaba ubicado en el corazón y era sede de la conciencia, de la percepción, de la imaginación, del pensamiento, del deseo y del temor. De hecho, el estado sano o enfermizo del alma–pneûma era descrito por los estoicos en términos de distintos grados de tensión del mismo, como si fuere una cuerda tensada, de tal suerte que una pasión suscitaría un movimiento demasiado fuerte y violento del alma, mientras que un ánimo tranquilo y feliz no era sino el signo manifiesto de un movimiento suave y apacible del alma. Paralelamente y no a esta concepción estoica, Psellos señala el espíritu imaginativo como el lugar preciso de la actividad de los demonios, el cual se corresponde en cierta medida al pneûma que forma el hegemonikón estoico, en tanto que éste contiene a la imaginación, espejo de las representaciones que a su vez son el soporte de los pensamientos que inundan la conciencia. Así pues, puesto que los demonios nos infiltran deseos y pensamientos por la imaginación y nos provocan pasiones, pareciera que un tratado sobre demonología como el estudiado tenía la misión de ponernos alerta frente a las representaciones que se presentan al pensamiento, ya que algunas de éstas podrían ser suscitadas por los demonios en virtud de la actividad que ejercen sobre el espíritu imaginativo. En el mismo tenor, los estoicos recomendaban el examen del constante flujo de representaciones, de imágenes que acuden a la imaginación y el pensamiento, para de este modo evitar movimientos desarreglados del alma. Los demonios se deslizan fácilmente por el espíritu imaginativo de los hombres; siendo ellos mismos espíritu, actúan de modo directo en el alma; además, puesto que nuestros deseos y temores se expresan o son figurados a través de la imaginación, me parece que es posible una reinterpretación moderna del texto de Psellos a la luz de una invitación al cuidado de nuestra imaginación, pues, bajo esta clave, la demonología descrita por Psellos podría ser una vía a través de la cual es posible examinar las pasiones, deseos, pensamientos e imaginaciones que se suscitan en nuestro pensamiento, en lo cual estaba sin duda interesado el propio Psellos, pues, como señala Anthony Kaldellis, Psellos "escribió muchas descripciones detalladas de las pasiones, debilidades, tentaciones y diarios hábitos y disparates de sus contemporáneos, incluyendo a él mismo".23 En contrapartida, el desinterés por estos sucesos del alma nos colocaría en la peligrosa situación de que, como señala Tracio a Timeo, los demonios nos induzcan deseos y pensamientos terribles con palabras sin sonido alguno, "pues bien, de este modo tratan con nosotros estos demonios, ocultamente, sin que podamos ver de dónde nos viene la guerra".24
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