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Nuevos mundos, nuevas ideas, nuevas palabras La época que inició en el siglo XV fue una de aventura y exploración, cuyo espíritu puede observarse en la innovación lingüística y los préstamos del período. El renacimiento vio una intensa actividad de traducción. Se traducían grandes obras desde lenguas clásicas, y una vez más se necesitaba de nuevas palabras para los conceptos nuevos. Si después de la conquista normanda el influjo de palabras desde el continente europeo, en especial el francés, duplicó el tamaño del léxico de la lengua inglesa, ya para el final del renacimiento, se estima que el crecimiento en el vocabulario derivado de lenguas clásicas, en especial del latín, lo dobló una vez más. Llegaban nuevas ideas desde Francia e Italia, y aunque sí se dio la creación de neologismos, el préstamo lingüístico fue un recurso más común, puesto que es una estrategia traslaticia que evita el uso excesivo de la circunlocución. Se buscaba enriquecer ambas lenguas en este período y el uso de los préstamos en la traducción seguía siendo una solución muy práctica. El humanismo trajo préstamos del italiano; las costumbres corteses francesas conllevaban el vocabulario correspondiente; se utilizaban el latín y el griego para la traducción de literatura clásica y de filosofía, además de diversas obras en los campos de la ciencia, la tecnología y la medicina. Estos préstamos se agregaban a aquellos ya insertos en el español por generaciones previas de traductores, y se estima que el inglés adoptó palabras de más de 50 lenguas en ese lapso (Crystal, 2002: 210). El inglés también tomó prestado del español (en ocasiones a través del francés) como resultado del ‘descubrimiento’ y colonización del Nuevo Mundo. Se inició un gran debate entre estudiosos tanto ingleses como españoles acerca de la futura pureza de la lengua debido a los préstamos, pero mientras deliberaban, los traductores hacían su trabajo, los libros se publicaban y eran leídos; los préstamos se adoptaban. La Edad de Oro de la lengua inglesa, al final del siglo XVI, reflejaba un orgullo en todas las cosas inglesas, desde la literatura hasta la grandeza percibida de la Inglaterra isabelina, comenzando con la reina misma. Esto demostraba un cambio radical, tomando en cuenta que incluso, a principios del siglo, muchos de los que escribían en inglés estaban de acuerdo en que era una lengua tosca, vil y bárbara (Knowles, 1979: 69). Inglaterra ahora jugaba un papel fundamental en la cultura y política europea y su lengua llegaría, como ya lo era el español, a ser la lengua de un imperio. Mientras tanto, por el estatus que ya había alcanzado España en el escenario mundial, no es sorprendente que su lengua proporcionara palabras para enriquecer las otras lenguas europeas modernas. El español de la edad de oro tuvo un impacto enorme sobre el léxico de otras lenguas: el francés y el italiano tomaron vocabulario del castellano, así como lo hizo el inglés, aunque tal vez un poco menos. La influencia cultural española podría observarse en toda Europa, en la literatura y la música, así como en otros ámbitos, lo cual explica la variedad de campos semánticos abarcados por los préstamos del español en la lengua inglesa: guitar; alcove; sombrero; armada; embargo. Tanto la lengua de España como la de Inglaterra iban a alcanzar una posición influyente en el mundo gracias a la expansión que tuvieron sus respectivos imperios al otro lado del océano atlántico. La conquista y colonización de los territorios americanos hicieron primero de la lengua de España, y posteriormente la de Inglaterra, el medio de transmisión de numerosos americanismos. Numerosos filólogos han opinado sobre la necesidad de los primeros colonizadores de inventar americanismos, simplemente para describir paisajes, clima, flora y fauna extraños (por ejemplo, Mencken, 1963: 4). Palabras indígenas fueron adoptadas por el español americano desde el primer momento de contacto con el pueblo taino en el Caribe, en cuanto los españoles conocieron objetos hasta entonces desconocidos para los europeos, como la hamaca. De ahí, los españoles llevaban el objeto nuevo junto con su nombre de regreso a Europa, y ambos fueron adoptados por otras culturas y sus lenguas (del taino, amaca > español, ‘hamaca’ > inglés, hammock; del taino, canaoua > español, ‘canoa’ > inglés, canoe). Así es como el español llegó a ser el trasmisor de americanismos hacia la mayoría de las lenguas de Europa, incluyendo el inglés. Este método de asimilación de vocabulario a través del español (e inglés y francés) hacia otras lenguas europeas seguiría durante siglos. El impacto de las lenguas amerindias en el vocabulario de las lenguas modernas del mundo es enorme y es testimonio de los efectos del contacto entre las lenguas. Del primer período, el antillano, existen palabras adoptadas del taino por el español como maíz, tabaco, yuca; y del Caribe: caimán, caníbal. El período colonial vio la adopción del náhuatl, principalmente: coyote, chocolate, tomate; y del quechua: guano, cóndor, pampa. La mayoría de los primeros préstamos en el inglés americano venían de los dialectos algonquinas: moccasin, pecan, totem, aunque algunos entraron al inglés a través del francés: caribou y toboggan. Al igual que los préstamos que entraron al español, fueron adoptados por el inglés ‘general’ y muchos han venido a parar en otras lenguas a través del inglés. Mencken nota que los préstamos directos del español al inglés fueron escasos antes del 1800 pero algunos llegaron al ‘American’ por medio del francés de Louisiana, como calaboose. Otros préstamos fueron incorporados al inglés sin pasar por una etapa provisional de americanismo (Mencken, 1963: 124): mosquito, chocolate. La lengua inglesa también incorporó palabras africanas, a veces a través del español, otras por medio del francés y el portugués, como consecuencia de la presencia africana en la América colonial. Estos préstamos, como banana y voodoo, probablemente llegaron tanto al inglés como el español desde variedades lingüísticas pidgin africanas, es decir, desde lenguas ‘mixtas’ de contacto que hablaban los esclavos africanos; ya que al ser hablantes de lenguas distintas, tuvieron la necesidad de crear lenguas pidgin como un puente de comunicación. De ese modo podemos ver que tanto el inglés como el español han prestado y tomado prestado palabras de muchas fuentes desde hace siglos; incluso entre ellos ha existido un enorme intercambio mediante diversos intermediarios lingüísticos. Si bien entre los años 1530 y 1660 se había mostrado el crecimiento más rápido en la historia de la lengua inglesa (Crystal, 1995: 72) a través de préstamos y neologismos, el período de innovación se acabó. De modo similar, con la fundación de la Real Academia Española (RAE), se buscaba proteger los avances en el desarrollo de la lengua y se vislumbraban los inicios del purismo en su lema: Limpia, fija y da esplendor. A pesar del llamado siglo de las luces en Europa, en especial en Francia, algunos opinan que España se caracterizaba más por la Inquisición que por la Ilustración (Alatorre, 1998: 277) y eso se veía reflejado en las actitudes autoritarias hacia el lenguaje y el afán de cuidar su ‘pureza’. Nuevas ideas entraron a España gracias a la labor de ‘grandes educadores ilustradores’ como Benito Jerónimo Feijóo (Alatorre, 1998: 278). Pese a sus esfuerzos, como manera de expresar estas ideas novedosas, los préstamos fueron vistos como un ataque al castellano. Los puristas sintieron que peligraba la lengua, como lo dijo Forner, debido a la ‘impura barbaridad de vuestros hambrientos traductores y centonistas’ (Lapesa, 1988: 428). Sin embargo, no es posible frenar el desarrollo de la lengua y el cambio lingüístico, así como tampoco es posible impedir que la gente hable. Tarde o temprano, las nuevas formas de expresar las ideas forman parte de la lengua. Además, estas ideas retrógradas expresadas en Europa no pudieron frenar el cambio lingüístico que tenía lugar en las colonias, y mucho menos cuando se convirtieron en las ‘poscolonias’. Ahora las lenguas poscoloniales tendrían un desarrollo independiente, que a la postre impactarían sobre sus variedades progenitoras europeas. En Latinoamérica hubo un ‘involuntario surgir de diferencias entre España y América, y entre los países hispanoamericanos por su cuenta’ (Guitarte, 1983: 176). Las diferencias surgían como resultado de la discusión política y filosófica que se sostenía en los países emergentes en cuanto a su futura organización. A los puristas no les gustó que en algunos países adoptaran el anglicismo ‘congreso’, o el galicismo ‘asamblea’ en otros. En contraste, gente más progresista, como Rubén Darío, argumentaba que las ideas nuevas que necesitaban expresarse en América no estaban discutiéndose en España, así que la introducción de galicismos y anglicismos era simplemente parte necesaria del progreso (Guitarte 1983, 180). Salvá publicó su Gramática de la lengua castellana según ahora se habla en 1830, pero fue un tratado demasiado innovador para la RAE de aquellos tiempos. La RAE finalmente incorporó algunos aspectos de la Gramática de Salvá en su propia Gramática más de cien años después. El Nuevo Diccionario de la Lengua Castellana (1845) de Salvá buscaba corregir la ‘notoria injusticia’ de la omisión de vocabulario americano de los diccionarios anteriores (Salvá, 1894: xii (bis)), y señalaba las ventajas de dar a conocer los neologismos americanos: Es digno de observarse, que entre las voces introducidas nuevamente en aquellas regiones hay algunas, como dictaminar, editorial y empastar, que convendría se generalizasen en castellano (ibid.). Puristas y academias pueden tardar en aceptar lo nuevo, pero no es gratuito que inventemos nuevas palabras, y nos enseña la historia que el uso prolongado de préstamos de otras lenguas y de neologismos suele conducir finalmente a su aceptación y adopción formal en la lengua estándar.
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